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martes, 15 de mayo de 2018

DOS MARCAPÁGINAS

La semana pasada iba corriendo de una clase a otra, como siempre. Me crucé con Isabel, una antigua alumna de 1º de Bachillerato, a la que no he dado clase en 2º. Me preguntó si tenía un minuto. Si es uno, Isabel, llego tarde. Claro, profe. Es que ya queda poco de curso y como este fin de semana he estado en mi tierra, he comprado una tontería para los mejores  profesores que he tenido en el instituto. Abrió un sobre y sacó dos marcapáginas preciosos. Isabel, no sabes cómo te lo agradezco, igual me ves por los pasillos y casi ni saludo, estoy cansado, estoy atravesando una crisis profesional profunda. Me complace más esto que una subida de sueldo. Algunos días me voy a casa pensando que no sirvo para este trabajo y que ya no tengo edad para pensar en otra cosa. Isabel, te agradezco este detalle no sabes cuánto. No profe, no diga eso, es uno de los mejores profes del instituto, todos lo pensamos. Isabel, me voy a ir porque llego tarde y ya sabéis cómo me molestan los retrasos, y también porque se me están humedeciendo los ojos.

Isabel es la estudiante que todos queremos tener. Educadísima, atenta, con ganas de aprender. Familia normal, sin aspavientos, sin padres tocanarices, sin estridencias. Le di clase dos años, creo que le puse un 7 o un 8. Iba a uno de esos grupos que a mí me gustan: respeto y deseo de conocer. Esperaba siempre su hora de clase y verla a ella, a Rebeca, a sus compañeros, que daban sentido a este maravilloso trabajo.

Me he acordado estos días de Amalia, que me regaló un búho que aún conservo al día siguiente de dar las notas. Era mi cuarto curso de profesor. Y mi memoria también me ha devuelto unos correos electrónicos de Michelle, de Paula, de Javier.

Un funcionario no debe aceptar regalos que puedan entenderse como favorecedores de algo. Entiendo que éstos no lo son. Isabel no es alumna mía. Amalia ya tenía su nota final. Paula, Javier, Michelle hacía años que ya no eran estudiantes a mi cargo. Sin embargo, quieren reconocer una relación que no se limita a cumplir el expediente.

Por supuesto que no soy el mejor profesor del mundo. Sin duda, del montón, de ese montón que no sale en los periódicos pero que intenta cumplir con su deber cada día. Nadie me podrá negar mi dedicación. Me dejo la salud y estoy pagando por ello. Lo cierto es que, en este momento, lo único que me compensa es entrar en clase y encontrarme con esos ojos, esas sonrisas y esa disposición al trabajo.

Este curso también tengo excelentes estudiantes. Están Eva, Alejandro, Jimena, María, Pablo, Elena, Silvia… Son muchos. El curso está terminando y sé que ha merecido la pena. Tal vez me cambie de instituto. Lo malo o lo bueno de este trabajo es que se trabaja con personas. Esas que un día piensan que al menos intenté ser un buen profesional, digno del sueldo que me pagan.

Gracias, Isabel. También a los demás. Hay días que tiraría la toalla; otros no: me seco el sudor y sigo. Es la vida.


Procedencia de la imagen:
https://elrinconcitodezivi.blogspot.com.es/2014/11/marcapagin-as-de-madera-decorados-con.html?m=1


14 comentarios:

  1. Ser profesor en palabras de Sondheim, es algo sagrado. Desafortunadamente estamos en una sociedad que considera que lo sagrado no puede ser público, ni estar relacionado con el dinero. Yo creo que debe ser celebrado y que debe merecer remuneración. No se explica cómo un cardiólgo o un oncólogo de niños gana menos que alguien que le pega patadas a una pelota.

    Si el mundo fuera sano, tú no estarías en crisis. Porque podrías hacer lo que amas y ganar lo justo. El mundo está mal y por eso estás cuestionándote. Alguien decía que no hay nada más peligroso que un ser adaptado.

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    1. Con lo de la remuneración estoy de acuerdo, cómo no. Pero no es para mí lo prioritario. Tal vez porque con lo que gano tengo más que suficiente y no necesito lujos. Lo que nadie ve es que si aumenta el número de alumnos por aula (la célebre ratio) y disminuyen las horas dedicadas a cada asignatura (yo tengo asignaturas de 1,2,3 y 4 horas semanales), el número de estudiantes se multiplica y la posibilidad de atenderlos y trabajar con ellos se hace imposible. Tengo 209, 6 asignaturas y 11 grupos. Digo siempre que 25 de ellos se llaman "Oyetú"; me es imposible retener todos los nombres y la sensación que tengo es de estar desbordado.

      Creo que todos estamos en crisis profesional... salvo los funcionarios. Digo esto en el mal sentido de la palabra; es decir, que no quiero se acomodado y hacer lo justito. Una cosa es sobrevivir y otra que te dé igual lo que haces, no es mi caso.

      Tienes razón el lo del reconocimiento social. Algunas profesiones estamos en el ojo del huracán. Pero veo poca indignación por lo que gana un tipo que golpea una pelota, por su horario de trabajo, etc. Supongo que es el monstruo que hemos creado, la inversión de los valores.

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  2. ¡Hola Atticus! Creo que es normal que los profesores sufráis crisis profesionales, es una profesión muy dura, yo no valdría. Y más estando las cosas como están y si eres de esos "funcionarios" a los que les gusta hacer las cosas bien, "educar" a sus alumnos. Encontrarse con tantas trabas en el camino, es normal que acabe minando el ánimo.
    Llevo tiempo leyéndote y estoy convencida de que eres un buen profesor, seguramente de los mejores (y ¡oye!, no es peloteo, que conste)
    Así que espero que salgas de tu crisis renovado y con más fuerzas para seguir adelante, porque al final, estos pequeños detalles de los alumnos, merecen mucho la pena.
    Besos

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  3. La profesión es estupenda. Las condiciones en las que trabajamos, no. Pero lo de hoy no era una queja, soy consciente de que mucha gente está peor. Lo que no sé es por qué para muchos eso del "te jodes" (con perdón) les parece suficiente. Si yo estoy mal, me consuela que tú también lo estés. Mal camino el del resentimiento.

    Hago lo que puedo y creo que nadie podrá echármelo en cara. Lo otro... A unos les gustaré y a otros no. Seguro que creen que soy un antiguo, qué le voy a hacer. A algunos llego, y pasan los años, me los encuentro por la calle y no me escupen.

    Lo que he contado me ayuda, me reconforta. Eso es lo que importa.

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  4. Me ha encantado este post tuyo, que compartas ese momento tan bello con nosotros.

    He pensado que tu regalo significa mucho, y creo que para ti también.

    Si me preguntaran cuál sería el mayor reconocimiento que un profesional puede recibir, creo que es el tuyo, que las personas para las que trabajamos nos valoren sin esperar nada a cambio.

    No cambiaría tu regalo por ningún reconocimiento internacional o similares.

    Y para momentos oscuros, casi tenemos la obligación de recordar estas cosas.

    Enhorabuena, Atticus.

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    1. Muchas gracias, Miguel, muy amable.

      Ser profesor, como sabes, tiene muchos sinsabores, pero también momentos maravillosos. Son éstos la razón por la que seguimos aquí. Efectivamente es un reconocimiento; también hay muchos silencios, menosprecios o directamente desprecios. Pero hoy tocaba ése. Un gran regalo que casi no tiene valor económico pero que tiene un gran valor.

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  5. El mejor regalo de nuestra profesión es que podamos disfrutar de unos alumnos así, en los tiempos que corren es casi un milagro encontrarte con gente que te valora como profesor y como persona.
    Todos pasamos baches, pero se superan y ahí estamos siempre al pie del cañón intentando darlo todo por nuestros alumnos, algunos te lo agradecerán y otros si te he visto no me acuerdo. Como dices al final, es la vida.
    Un post muy emotivo. Un abrazo, Atticus.

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    1. Lo pienso a menudo, Lau. Son demasiados alumnos. Muchos, muchísimos, pasan de mí, de mi asignatura, del instituto y del conocimiento. Yo no lo comprendo, la verdad, menos aún en los niveles posobligatorios. Pero de vez en cuando pasan estas cosas que narro.

      Ayer fue la fiesta de graduación de los de 2º de Bachillerato. Fui. Agradecí de nuevo a Isabel su regalo y le dije a sus padres que había sido un placer. Lo mismo con Rebeca, que me presentó a sus padres y a los que felicité. Estaban radiantes, y no hablo de su juvenil belleza, sino de la alegría que llevan y trasladan. Les pedí que siguieran teniendo curiosidad, que leyesen, que me saludasen si me ven por la calle. Nos reímos y casi diría que nos emocionamos. Efectivamente, hay momentos maravillosos que no debemos perdernos.

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  6. Me gustan los detalles de tus alumnos y el hecho de que sigas a pesar de todos los obstáculos, de la incertidumbre, de las dudas. Tener 206 alumnos tiene que ser una locura, así que entiendo el cansancio, la rabia, el malestar. Pero sigues. Estás ahí. Podrías acomodarte y pasar, pero no lo haces. Y eso dice mucho de ti como profesor y como persona. Por cierto, el primer enlace no funciona, ¿qué video era?

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    1. Son 209. Y no es el número de alumnos en el horario que tenemos en el centro lo que me agota, sino el trabajo que generan en casa: ejercicios, exámenes, etc. Una barbaridad. Creo que he tenido dudas siempre. El problema es la sobrecarga y la estupidez burocrática que nos acosa sin que mejore nada por ello.

      Pero no soy capaz de acomodarme. La culpa es de mi madre, que me educó así. No se lo perdonaré nunca...

      El primer enlace era una canción, pero no la recuerdo. Es verdad que no funciona. Si me viene a la cabeza, busco otro similar.

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  7. Y a eso hay que añadir los pendientes, aunque me echan una mano mis compañeros de departamento, a los que Dios recompense con una buena jubilación.

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  8. Dos marcapáginas y un búho que son un regalo de la Vida y a la excelencia. Sin más. Enhorabuena, profesor.

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    1. Muchas gracias. Tengo algún buen recuerdo y más de una pesadilla. Hoy he ofrecido medio en broma medio en serio mi clase de valores de 4º. Ningún vocacional. He ofrecido dinero, pero tampoco.

      Lo otro sí merece la pena. Un valor escaso. O un gran valor, según se mire.

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