
Ya no estoy allí, sino en la España interior de los treinta y
pico grados. Salgo pronto a pasear. Es igual que en la costa, pero con ropa.
Los fumadores van sin mascarilla, algunos que no fuman también. Cuento siempre
una o dos docenas. Si es por la tarde, aun peor: grupos de jóvenes arracimados,
como mucho una mascarilla en la papada o de muñequera. Hablan a voces y muchos
se pasan la botella o el cigarro. Por supuesto, hay mascarillas por toda la ciudad, en la playa también había; hace pocas semanas también muchos guantes. Son los de los derechos sin deberes, los de a mí nadie me dice lo que tengo que hacer.
Y a mí me da miedo. Miedo de no haber
aprendido. Porque en febrero y marzo estaba justificado un cierto desdén, fruto
del desconocimiento y de otras amenazas que al final quedaron en nada. Pero hoy
no. Estoy harto de ver tipos que se abrazan, que te pasan rozando con sus bocas
y narices bien abiertas, de fumadores que echan humo y demás efluvios. Estoy
harto de ver los pelos que asoman de la nariz porque no se tapan las fosas
nasales. En algunos comercios ocurre lo mismo, me he ido de dos de ellos. Por
el contrario, otros se lo toman muy en serio, no solo porque es su pan, sino
por respeto. Pero si no me respetan, elijo otros. Me gusta cuidar como cliente a los comercios que me tratan bien.
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Paseo de hoy: me cruzo con 70 personas; 19 de ellas no llevan mascarilla o llevan fuera la napia. No tiene valor de muestra, pero es algo similar a lo que veo a diario.
Procedencia de las imágenes:
https://www.infobae.com/coronavirus/2020/04/21/la-industria-tabacalera-sin-stock-por-la-pandemia-una-oportunidad-para-que-los-fumadores-abandonen-el-habito/
https://www.tiempo.com/noticias/actualidad/calor-y-mascarillas-principales-riesgos-consejos-verano.html