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sábado, 15 de enero de 2022

MI BRIGADA


Hace ya muchos años, demasiados, serví a la patria en eso tan innecesario que llamábamos mili. Lo hice a través de aquella vía especial que se llamaba escala de complemento, por la que los universitarios podíamos alcanzar el grado de sargento o alférez y, con esos galones o estrellas, pasar lo mejor posible los últimos seis meses, las prácticas.

No fue una experiencia grata, pero tranquilos, que no he venido aquí hablar de la puta mili; no, al menos esta vez no. Escribo porque estoy leyendo el libro El mal de Corcira, de Lorenzo Silva y cuando aparece la brigada Chamorro me acuerdo de un brigada que estuvo conmigo, el brigada Albarracín. Era mayor, más cerca de la jubilación que de la juventud. Por supuesto, era muy mayor en comparación con mis veintipocos años. Junto con el sargento Moratalla, lo mejor que me encontré allí. Bueno, he de añadir al capitán Macián, mi capitán durante algunos meses, un tipo serio y bien formado, deportista, culto, abstemio… No tuve mucho trato personal con él, pero me pareció siempre un militar admirable.

El brigada Albarracín se ocupaba de todo lo relativo a intendencia, es decir, ropa sobre todo, víveres y otros elementos necesarios que no fuera el armamento. Cuando íbamos de maniobras gestionaba lo relativo a la comida. Recuerdo una conversación con él en la tienda de campaña de oficiales en la que le dije que me sorprendía lo buena que era la comida en comparación con la del cuartel. Se sorprendió y se sonrió a la vez. Y me explicó que intentaba hacer algo saludable, abundante y variado. Lo de abundante no siempre era posible, pero lo cierto es que allí se veía la mano de una persona preocupada por su cometido. Recuerdo que me dijo algo así: “Mientras yo me ocupe de la comida, será buena”. Y lo era. Hacía maravillas con el presupuesto. Era un tipo de fiar, de esos a los que puedes dejar todo tu dinero y las llaves de tus propiedades, que te lo encontrarás a tu vuelta igual o mejor. Una persona honesta.

Le he dado muchas vueltas a su modelo, que también veo en los picoletos de Lorenzo Silva. Soy profesor y veo a veces deshonestidades que me molestan por aceptadas, porque se han convertido en costumbre: copiar, fusilar de internet, piratear cosas ajenas, mentir para conseguir más tiempo, fingir enfermedades… Siempre se ha hecho, me dicen algunos. Pero ahora veo la normalización, incluso el orgullo impúdico de la maldad exhibida. Y, lo peor, hay muchos padres que se han convertido en abogados de sus hijos, que justifican lo injustificable y nos ponen en aprietos a los docentes. Dentro de poco, los abogados los vamos a necesitar los profesores.

Y por eso me he acordado del brigada Albarracín. Me comentó un día que me admiraba porque yo tenía cultura. Yo, un pobre jovenzuelo con cuatro libros mal leídos y peor digeridos. Cuando terminé la mili me despedí de él y de muy pocos más. No le di un abrazo por pudor, pero le dije que había sido un honor conocerle y ver cómo trabajaba. Se descolocó un poco -él era aún más pudoroso- y me respondió que el honor había sido suyo y que estaba seguro de que aprobaría las oposiciones y sería un buen profesor. Y se cuadró.

Creo que personas así son modelos y las necesitamos. De otros he olvidado piadosamente su nombre y si los viese por la calle me cambiaría de acera. Pero el brigada Albarracín encarnaba esa honestidad vital que tanto me sigue gustando.

Y por todo eso que estoy pensando, y por el libro de Silva, hoy me acuerdo de mi brigada, al que nunca tuteé porque él era un profesional, un hombre hecho y derecho, y yo un jovencito al que más por azares que por méritos propios, le habían cosido una estrella en la bocamanga.

Gracias por el ejemplo, mi  brigada.



Procedencia de las imágenes:

https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/8/85/Vintagedivi14.png
https://www.casadellibro.com/libro-el-mal-de-corcira/9788423357567/11405154

8 comentarios:

  1. ¡Hola!
    si tu brigada Albarracín leyera esto que has escrito, se emocionaría, seguro. Personas como él no se encuentran fácilmente, no me extraña que le recuerdes, incluso su nombre, porque ese tipo de personas, si tenemos la suerte de dar con ellas, se nos quedan grabadas en la mente yo creo que para siempre. Curioso que en tu puta mili te toparas con alguien así.
    Respecto a lo de los padres consentidores ciegos o comodones, pues es más cómodo educar en el consentimiento de todo, sin reglas básicas de educación, defendiendo e incluso incitando a sus hijos hagan lo que hagan. No es algo que extrañe, lo veo en la biblioteca cada día, esos adolescentes a los que no les importa nada, todo les da lo mismo, incluso poner en peligro a los demás y que encima están avalados por los padres. Por eso pienso en lo que los profes tenéis que ver y sufrir, lo que dices..., dentro de poco os tendrán que poner abogados en las escuelas y quien sabe si guardaespaldas, visto lo visto
    Besos

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    1. Quiero creer que sí. Era, espero que siga siendo, una persona buena. De estas con las que estás a gusto, pese a muchísimas diferencias entre nosotros. Ese no era su nombre, pero no sé si le gustaría que lo nombrase con el verdadero; en todo caso, no es lo importante, aunque sí recuerdo su apellido perfectamente. Uno de esos hombres que contratarías de inmediato para cualquier cometido.

      Mi mili fue un horror. Creo que es la peor experiencia de mi vida. Aun así, encontré hombres buenos y de eso iba hoy el post.

      Lo de los padres nunca lo entenderé. Les estallará el adolescente consentido, el tiranuelo al que nunca pusieron límites, incluso al que protegieron frente a una mínima exigencia. Protegieron mal.

      Me gusta dar clase. Todos decimos que a la profesión la salva el aula. Pero todo lo demás es muy mejorable.

      Gracias. Besos.

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  2. Bonito homenaje al brigada Albarracín. Estoy con Marian en que se emocionaría leyendo esta entrada. Es una suerte cruzarse en el camino con personas así, sobre todo en esos años del final de la adolescencia en los que todavía somos maleables. Puede que él no fue consciente de la importancia que sus palabras y sus actos tendrían para ese joven del que se despedía cuadrándose. Seguro que tu huella también permanecerá en muchos de los alumnos que pasan por tus clases.
    Un abrazo.

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    1. Muchas gracias. Como ya he dicho, ese no era su nombre. Pero igual se reconoce en las palabras si lo leyera. Ojalá. Debe tener más de 80 años. Ojalá le queden otros 25, que la honestidad conviene que encuentre premio no solo en el más allá.

      Siempre hay personas así, lo malo es que los otros hacen mucho ruido y causan quebrantos, y el bien es más silencioso y discreto. Pero los hay, son imprescindibles. Hay que cuidarlos y tener cuidado para que sean muchos y siempre de guardia.

      Lo recuerdo bien, a otros también. Algún día hablaré de ese capitán o de ese sargento. De los demás, prefiero no hacerlo. Como he leído hace poco, hay que imponerse un imperativo de bondad.

      Gracias especialmente por tus últimas palabras. No me queda mucho para la jubilación; espero que al menos sepan que fui, soy, un profesor honrado que hace todo lo que puede. Que nadie pueda ponerme la cara colorada por negligencia o vaguería. Luego gustaré a algunos y a otros no, eso es lo normal.

      Un abrazo también para ti.

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  3. Me alegra mucho leer tu entrada. Yo conocí también a un brigada así, no en la mili, claro. Podría haber tenido cualquier otro trabajo, los valores venían de casa, los valores también eran bien vistos en el día a día. El trabajo se hacía lo mejor que se podía o se sabía (los estudios creían que te hacían mejor aún, pero quizás no, viendo a como hemos evolucionado como sociedad) Había gente en la que se podía confiar porque así tenía que ser. Ahora son más difíciles de encontrar. Gracias por ese otro Albarracín.

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    1. Ese brigada existió. Pero lo he traído a colación como arquetipo de honestidad, como un ideal que no siempre es real. Veo, por lo que decís, que siguen existiendo, caminan, hablan, trabajan con nosotros. Como dices, lo mejor que se puede o se sabe, con estudios o sin ellos. Y, como concluyes, se puede confiar en ellos porque así ha de ser. Un imperativo de bondad, como decía antes, de honradez vital.

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  4. Bonitas palabras. Sinceras y respetuosas. Creo que tu brigada estaría orgulloso de ti.
    Besos.

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  5. Muchas gracias. Era un tipo honrado y eso es lo que importa. Besos.

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