Qué raro es un día de elecciones. Salgo a la calle y el
viento ha destrozado algunos posters y carteles que colgaban lustrosos hace
apenas dos días. Y parecen meses, años. Los candidatos tienen la mirada perdida
(en las alturas, por los suelos). La candidata a mi comunidad cuelga medio
inclinada, con quince años menos -photoshop
mediante- y sonrisa congelada.
Parece que el tiempo se ha detenido, que fue hace tanto... Y
sólo ha pasado un día (de reflexión, dicen), ese día maravilloso que algunos
quieren suprimir pero que yo aumentaría, a costa de la campaña, al menos una
semana. Porque se trata de reflexionar, no de precipitarse, y eso es una
actividad lenta.
Antes de salir, pongo la radio. Esperanza Aguirre dice que,
ya que estamos en domingo de Pentecostés, espera que el Espíritu Santo nos
ilumine. No sé si eso es propaganda electoral encubierta, beatería neoliberal o
una de las suyas. Llego a mi colegio electoral y no encuentro la papeleta del
Espíritu Santo. Voto con poca convicción. Mejor dicho: voto con toda la
convicción pero nada convencido de la papeleta que he metido, soy un tibio sin
remedio.
No es la del Espíritu Santo, desde luego.
Estos días no tienen ya glamour para mí, lo cual no es un argumento contra ellos (quizás lo mejor es que sean días normales sin más) y quizás sí lo sea contra mí.
ResponderEliminarLa última vez que voté, cogí al azar dos o tres papeletas y rompí una. Las embutí en un sobre. Voté, no pretendía nada más.
En cuanto al Espíritu Santo..., no sé, igual la palomica andaba por alguna plaza buscando guiris con una bolsa de pipas,
Reconocerás que muy fácil de entender lo que dices no es...
EliminarPuesto a hacer voto nulo, mira qué ingenio despliega el personal:
https://www.google.es/search?q=EL+PAIS+VERNE+VOTOS+NULOS&oq=EL+PAIS+&aqs=chrome.0.69i59j69i57j69i60j0j5j0.3569j0j8&sourceid=chrome&es_sm=93&ie=UTF-8