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miércoles, 28 de junio de 2017

CONFIGURACIÓN

La invención del lenguaje es la invención de la realidad.

“Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo”, decía Wittgenstein, que es lo mismo que antes, pero en negativo. Hacemos real lo que aún no es, lo ordenamos, clasificamos, categorizamos… con palabras.

Puedo pensar que quiero a alguien. Intento saber qué significa eso y necesito hacerlo con un lenguaje irregular y burbujeante. Si digo las palabras en voz alta, entonces lo que he pensado es más real. Amo a esa persona de verdad, con más verdad.

La ciencia inventa palabras. No es ficción, sino conocimiento. El conocimiento es invención. No magia.

Con la poesía hacemos real lo que seguramente es imposible que sea. Tarea de Sísifo, lo más grande que puede hacer un ser humano.

4 comentarios:

  1. Insisten en ello las distintas psicologías y filosofías.

    Y a mí siempre me ha dejado algo insatisfecho y perplejo, como no entediéndolo mucho o como si la cosa tuviera algún defectillo de fábrica. Quizás porque hay experiencias profundas que no son lingüísticas.

    Yo siento que mi mano cuando acaricia no necesita mucho más. Y cuando mis ojos. O mi nariz cuando se adentra en el sur perfumado de una orejita.

    O cuando algo me mueve a las lágrimas. O a gritar ¡gol! y subirme a la mesa al grito de ¡banzai! como un poseso. Pos eso.

    Cierto que escribí un día que la filosofía consiste en ponerle a las cosas su mejor nombre.

    Somos así, Atticus, contradictorios. Y poetas. No me explico cómo no arden nuestras agendas, teléfonos y redes (al menos yo, rey, igual tú estás que no das abasto y te acometen en hordas mendicantes las féminas con súcubas intenciones eugenésicas)...

    Que si les hablas de mí y ya si eso.

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    1. Eso quería decir. Somos lingüísticos, insatisfactoriamente lingüísticos. No sólo seres que inventan palabras pero especialmente seres que inventan palabras. Nuestra naturaleza humana está enraizada en la naturaleza, pero somos más, hemos tirado de nosotros mismos sin reparar todo lo que queda en nuestros cromosomas. Nos mueve la bestia que somos, pero nos conmueve lo que hemos decidido que seamos.

      Yo tampoco comprendo lo de las agendas. Llevo tres días de camisa de lino, me he afeitado, intento ser tierno y mantener a la vez la pose del tipo del Martini. Pero nada, oye, nada de nothing. No doy abasto, más bien doy al basto, con el basto en la cabeza.

      Así que si eso les hablas de mí.

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  2. No sé qué pensar sobre la importancia del lenguaje.

    Diría que somos instintivos, y que después viene el lenguaje.
    Las palabras pueden ser puentes que nos llevan a los demás, nos acercan o alejan pero no son la meta en sí, son la excusa que nos hace pensar qué hay en la otra persona.

    A veces están en resonancia con el alma, en ese momento forman parte de la otra persona, son lo mismo, y entran como la verdad pura que hay detrás, con la intensidad de una mirada, como un todo con la persona que tenemos cerca. Sucede lo mismo cuando las pronunciamos, cuando se da esa preciosa resonancia, salen solas las palabras y no somos conscientes de ellas, sólo son parte de nuestro ser, y no sabemos cuáles usamos, son nuestra verdad, pero eso sólo sucede a veces, cuando sentimos.

    La mayor parte del día las palabras pueden ser puentes hacia lo superficial, hay omisión, y generan una bruma incompleta que nos hace no atenderlas mucho. En ese caso no podríamos decir que las palabras son la realidad.

    Querer a alguien, quizá, es sentir, pensar en alguien, tener una imagen en la mente de esa persona, y unas emociones. Después llegan las palabras, que pueden argumentar lógicamente lo que sentimos. Yo quise a una persona morena de vivos ojos marrones y formas femeninas, era alegre, variable, inteligente, rápida, me entendía, era divertida, llenaba espacios y me atraía mucho. Todo lo anterior son palabras, el sentimiento es otra cosa llena de imágenes, fogonazos de su compañía y vivencias más allá de las palabras.

    Atticus, ¿qué sería de nosotros sin palabras?
    ¡Un saludo!

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    1. No seríamos, Miguel. No digo que no existiéramos, sino que no seríamos tal como nos entendemos. Las palabras son un producto de la evolución, qué duda cabe, pero también la llave para posibilidades infinitas. De expresión, de conocimiento. No sólo abordan la realidad, sino que la crean, la hacen posible. Algo es real cuando encontramos palabra para ello. Antes también lo es, pero de un modo más inmediato, incluso banal.

      No obstante, e temo que la argumentación racional con la morena no siempre vale; mejor, no es suficiente: ahí las palabras han de estirarse, retorcerse y agrandarse. Porque quieren reflejar un sentimiento, y eso no viene el manual de instrucciones de la bestia que fuimos. Tendrás que inventar.

      Pero el verano es propicio.

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