Malos tiempos para la filosofía. ¿Alguna vez han sido buenos?
Tal vez lo fueron cuando la filosofía englobaba la totalidad
de los saberes, cuando era deseo de saber (esa es su etimología): búsqueda incansable,
ansia de conocimiento. Precisamente, una de las señas de identidad de la
cultura occidental: la problematización del ser, de la realidad, y sus eventuales
respuestas.
Hoy las ciencias duras se han independizado y, por
suerte, son saberes autónomos (que no independientes).
Decía Adela Cortina que para saber la importancia que una
sociedad otorga a un ámbito de conocimiento, solo hay que sumar las horas del
currículum.
Las asignaturas encomendadas por la ley vigente y en
desaparición (LOMCE) poseen una carga horaria de 17 horas posibles, si bien
algunas son optativas, entre ESO y Bachillerato. Con la nueva ley educativa, ya
en tránsito (LOMLOE) serán 5, si nadie lo remedia. Dicen algunos que las Comunidades
Autónomas podrán incrementar algo esa cifra. Es cierto, seamos justos, que esas
horas son obligatorias, mientras que en la LOMCE tan solo había 3 obligatorias.
No obstante, parece algo más que una rebaja, suena a liquidación. De modo que,
cuando algún estudiante me pregunta para qué sirve la filosofía, me dan ganas
de decirle que, efectivamente, como supone, para nada. O al menos es lo que dan
a entender los muñidores de la cosa educativa.
Sin embargo, como los de filosofía somos rumiantes de
palabras y conceptos, cuando algún infante estudiantil plantea la cuestión,
suelo responder algunas de las siguientes tres posibilidades:.
La cuestión no es para qué sirve saber algo como la filosofía,
sino para qué sirve no saberlo.
Se preguntaba Borges, respecto a la poesía -lo mismo se puede
aplicar a la filosofía-, que para qué sirve un atardecer, la música de Bach,
una mirada cargada de afecto, etc.
¿Me preguntáis, estudiantes, si la filosofía es útil o si es
utilitaria? Naturalmente, hay que estudiar disciplinas que tienen aplicación inmediata.
Pero hay otras cuya utilidad está en ellas mismas. La filosofía no sirve-para,
sino que sirve en-sí. Sirve para pensar, para ser críticos, para no
fiarse -aunque la filosofía no tiene esto en exclusiva-. Sirve para saber de dónde
viene nuestra forma de entender el mundo, nuestras luces y nuestras sombras.
Sirve para desentrañar falacias, para no conformarnos con la tradición o la
costumbre. Sirve para diferenciar un argumento de un eslogan, de una consigna o
de la palabra sagrada. Sirve para acostumbrarnos a pensar y a escribir con
orden, con lógica Sirve para tener ideas, para quedarnos con la sustancia, para
saber lo que es la ley natural, los primeros principios, la modernidad y la
posmodernidad. Para determinar por qué hemos de ser virtuosos, qué es la
virtud, qué el vicio, qué lo legal y qué lo legítimo. Para preguntarnos qué es
lo bello y por qué. Para saber la diferencia entre opiniones y certezas, entre
lo relativo y lo que no lo es…
Me parece mucho, de gran utilidad. Al final es lo que
proponía Kant en esa frase que todo lo resume: “Sapere aude!”, es decir,
¡atrévete a pensar!
(Por cierto, el 18 de diciembre hay una manifestación en
defensa de la presencia de la filosofía en los planes de estudio de las
Enseñanzas Medias).
¡Cómo nos hace falta la filosofía! Esta sociedad que aparenta ensancharse gracias a la tecnología y los recursos disponibles, cada vez se va estrechando más. Pensamiento único. Que otros me digan lo que tengo que pensar, que otros piensen por mi. Y encima feliz creyendo que soy yo el que decido.
ResponderEliminarGracias
La filosofía siempre estará hay mientras seamos humanos. Eso sí, hay grados. Y su minusvaloración en los planes de estudio no es una buena cosa. Su alternativa no es muy apetecible. Produce ilusiones peligrosas.
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