Hace poco, en el centro de salud: todas las agresiones físicas o verbales sobre los sanitarios serán denunciadas.
En una administración pública: está prohibido grabar a los empleados.
En un monasterio: pueden hacer fotografías, pero no está autorizado fotografiar o grabar al guía.
En muchos lugares (andenes de estación, puertas de hospitales, terrazas...): prohibido fumar. Y ni caso.
Todos esos, y muchos más, resultarían innecesarios en una sociedad en la que el respeto al otro y su dignidad fueran lo normal, lo de cada día.
Llevo mal esta aspereza social. Cuando conduzco y las normas de circulación parecen opcionales. Cuando voy por la acera y los patinetes son habituales. Cuando estoy en el súper y unos niños juegan con un balón por los pasillos ante la indiferencia de los padres. Cuando me tratan con grosería bajo la excusa de la sinceridad o dicen eso de “es que yo soy así”.
Me gusta la amabilidad, la cortesía, las buenas maneras: por favor, disculpe, muchas gracias, que tenga un buen día, encantado de saludarle.
Por aquí impera eso, en otras redes sociales no. Por eso estoy.