A quien no haya visto nada de Woody Allen, sin duda le gustará esta película. A los que lo hemos seguido, no tanto. No porque sea mala, sino porque todo lo que nos cuenta lo hemos visto ya.
Se parece mucho a la maravillosa La rosa púrpura de El Cairo. Como en ella, aquí el protagonista se adentra en una realidad inexistente, en una entelequia poética que le enfrenta a su realidad (aunque la pregunta es precisamente ésta: ¿qué es lo realmente real?). Pero lo que una vez nos hace gracia por lo novedoso, después tiene ese aire rancio del déjà vu.
También se asemeja a otras, a las últimas suyas, ligerísimas y entretenidas, como Si la cosa funciona; se parece en que todas destilan ese mensaje banal de carpe diem, toma las cosas como vienen, no le des vueltas a lo que no puedes cambiar, éste es el mejor de los mundos posibles, etc.
Y, en el fondo, no es más que una versión de La Cenicienta, pero con escritor en lugar de princesa, y con un Peugeot de época en lugar de una carroza que deviene calabaza. A medianoche todo se transforma y la realidad se convierte en su negativo. Me suena, me suena esto.
Respecto a los personajes, son más bien planos y previsibles: el guionista de Hollywood que quiere quedarse en París a escribir novelas, su novia estupenda y de buena familia que sólo desea una vida acomodada en los Estados Unidos, los padres de ella, de un republicanismo conservador con genoma de barras y estrellas (sólo falta alguna alusión al Tea Party), el pedantísimo amigo de la novia… Y de los artistas varios que aparecen, mejor ni hablar: Hemingway, Picasso, Scott Fitzgerald, Gauguin, Matisse…, todos en la peor tradición de los topicazos que pueden hacer gracia a un lector de tapas y reseñas, pero que no van más allá del barniz de lo más conocido de ellos.
París, como antes Oviedo o Barcelona en Vicky Cristina Barcelona (esa ¿película?), se nos muestra como una postalita que cualquier turista con una cámara del Carrefour podría haber filmado. Cinco minutos largos de Torre Eiffel, Arco de Triunfo, Montmartre, Jardines de Luxemburgo, etc., hacen que, por una vez, la peli supere los 90 minutos. Innecesariamente. O mejor, necesario para que el Ayuntamiento de París ponga unos euros encima de la mesa por el documental. Para gastos del director y su familia, que tienen que vivir. Menos mal, yo creía que los únicos que habían pagado un publirreportaje con ínfulas eran las instituciones catalanas y asturianas. No sé si en el precio entra el cameo de la primera dama francesa, tan expresiva como el Obelisco durante una tarde de lluvia en febrero.
Eso sí, me reí lo que quise y más porque la copia que vi en mi en la tele estaba subtitulada… por los primates de El planeta de los simios. Aparte de no entenderse a menudo por la mala sintaxis, las afirmaciones se convertían en condiciones (“si…” en lugar de “sí”) y los personajes en irreconocibles. Como alguien seguro que no me cree, ahí va una lista que acompaño con fotografías: Man Ray se convierte en monarca (Man Rey), la amante de Picasso nació en Bordeaos (Bordeaux o Burdeos), Hemingway se transforma en Hemingüey (a veces sin los puntos, muy mexicano sin duda), Miró en Mirauld, Braque en Berat y Matisse en Metisse; Miguel Ángel (o Michelangelo) en un mestizo, tal vez domiciliado en Little Italy: Michael Angelo… Delirante. (Aprovecho para decir que no me consta que el subtitulado sea el “oficial”; tanta impericia me extraña, he visto otras de Woody Allen subtituladas y esto no pasaba).
Por decir algo bueno: Marion Cotillard está magnífica, luminosa y creíble (no es poco en este producto). Hay también una muy divertida escena del detective, contratado por el suegro, buscando al supuesto escritor por la Historia de Francia. No es mucho. Como cuando decimos que la fotografía es buena…
¡Eso pasa por bajar pelis de Internet! Los subtítulos escritos por aficionadillos que ni siquiera saben hablar o escribir bien su propio idioma, dejan en muy mal lugar a los traductores. Porque seguro que más de uno se cree que esas traducciones tan penosas las ha hecho algún profesional. Me ponen enferma. Además, se creerán esos "traductores" que están haciendo un bien a la humanidad.
ResponderEliminarPor lo demás... yo vi la peli doblada, pero es lo que hay aquí. Ya sólo podemos ver V.O. en el cineclub. Y bueno... pasamos un rato entretenido.
No te enfades: precisamente eso es lo que yo quería decir... Me ciega la pasión de los subtítulos (aunque se me pega poco, todo hay que decirlo) y luego se encuentra uno con esto...
ResponderEliminarEl analfabetismo (porque no se puede llamar de otra manera) llega a límites nunca vistos. He visto comunicaciones de inspectores de educación, exámenes de selectividad y, por supuesto, periódicos, telediarios y ¿periodistas? que pasean ufanos su ágrafa incompetencia. Lo peor es que no se avergüenzan, más bien al contrario: es que se habla así, te dicen, es que yo soy así, sostienen. Qué pena. Sin ánimo de ser pureta, sólo cabe decir que yo ese castellano no lo entiendo.
En el cine-club pasamos muchos ratos entretenidos. Y otros... como para comunicarlo al Tribunal Penal Internacional, a Amnistía Internacional y a Nunca Mais.
De Allen me gustan pocas.
ResponderEliminarPero me gustan mucho Zelig, Manhattan, Días de Radio, Sombras y niebla o, incluso, Poderosa Afrodita. Y algo menos otras que son divertidas o entretienen.
Al empezar Midnigth…, atisbé con horror la postalita del clásico americano en París. Pero algo ocurre en un momento dado en el film, una suerte de fantástica “ucronía” individual que da un giro copernicano a la historia.
A partir de ahí Allen (me) propone dos cosas; una, desmitificar la postalita no haciendo una crítica de la misma sino caricaturizándola con cariño; dos, contar un cuento.
Yo asumí entregadamente el cuento. Y me encantó.
Te dejas (o no, pero están entre mis favoritas) "Hannah y sus hermanas", "Balas sobre Broadway" y "Maridos y mujeres". Reconozco que gran parte de su cine es discutible (a mí me aburren soberanamente pelis tan encumbradas como "Septiembre", "Otra mujer", "Desmontando a Harry" o "Alice").
ResponderEliminarDebo ser muy miope, porque ese giro copernicano... como que se me quedó en Kant y no lo veo. Al igual que la caricatura cariñosa; yo le quitaría el adjetivo. Y cuento, sí, mucho cuento.
Je regrette, pero me gusta que me cuenten algo nuevo. A lo mejor estoy demasiado a la defensiva, pero no, a mí no me gustó. Nada. Rien. Nothing.
Hacía tiempo que no me divertía tanto en una peli suya. Y, aunque no es una de mis favoritas, me hizo pasar un buen rato. Los topicazos me parecieron eso: exageraciones y guiños al espectador.
ResponderEliminarLos subtítulos que pones aquí, totalmente surrealista, quizás son debidos a la crisis: tal vez no tenían dinero para pagar a un traductor .
¿De verdad? ¿Estamos hablando de "Midnight in Paris"?
ResponderEliminarCreo que sois demasiado benevolentes: no son guiños, sino topicazos de bulto. Que no. Se ve con agrado, pero es una película indigna de Woody Allen, una película alimenticia, un cuentecito banal, graciosete a ratos. Pero ni tiene un gramo de genialidad ni nada nuevo que ofrecernos.
Es más, ¿os dáis cuenta de que hace un tiempo que este señor esta de "tournée" mundial? Y lo que conoce es Nueva York; del resto sólo tiene epidérmicas noticias, con las que no es capaz de pergeñar una comedia inteligente. Que no.
Lo de los subtítulos, sí, puro surrealismo. Incluso "sub-realismo".
A ver, lo de no pensar en las cosas y dejarlas al albedrío del destino, no e smuy fácil de conseguir y menos en estos tiempos de perros. Es cierto que si las cosas no dependen de tí, nada o muy poco puedes hacer. Ya sabes que creo en el destino firmemente. Lo que tenga que ser será. A veces las consecuencias de ésto son muy malas y te encuentras en una situación terrible; otras, lo aceptas; y otras te favorece. Ahora, recemos, los que crean claro, a todos los santos para que el destino no sea muy desfavorable. Tendríamos que aceptarlo, pero algunos empezaríamos a plantearnos otras salidas. Saludos, Atticus.
ResponderEliminarTodo tiempo ha sido de perros, Rachel.
ResponderEliminarEl destino... petición de principio. Suponer o creer no es saber. No me agrada especialmente este principio del budismo. No es que choque contra la concepción occidental, tal vez no lo estoy entendiendo bien. Pero siempre me ha sonado a resignación más o menos disfrazada de trascendencia.
Rezar... ya no me acuerdo. Y los santos, en tanto que tales, han debido ser muy aburridos. Otra cosa es como personas. Pero no somos santos.
Más saludos en este difícil día. A las ocho.