Coeliquore ha convocado la cuarta edición de su concurso de relatos. Ayer salió la resolución, y su jurado ha tenido a bien otorgar el premio, en la categoría de "Relato corto", a esta narración, de la que soy autor. Con su permiso, ahí va:
La calefacción está demasiado alta. Intento resolver una ecuación de dos incógnitas, por igualación. La profesora lleva un jersey de cuello alto, ajustado, color fresa, o fucsia, no sé bien, pantalones negros. Se acerca a mi mesa, pero atiende, inclinándose sobre él, al compañero de delante, Gonzalo, pelo muy corto, más alto que yo, concentrado sobre su ejercicio, orgulloso de sus deberes ante la maestra: una sonrisa, la mano aprobadora sobre el hombro. Ella está delante de mí. Sus pantalones negros son de tipo vaquero, tal vez más finos, la marca en una pequeña tira en el bolsillo posterior derecho: Ligne Droite. Huele tenuemente a jabón de lavanda, casi imperceptible a esta hora de la tarde. Se incorpora y entonces se acentúa el aroma: también a pelo limpio, no muy largo, color cobrizo. Pasa ante mí. La miro de reojo mientras se mueve entre los pupitres y probablemente no se da cuenta, debe pensar que estoy haciendo los cálculos que precisan los problemas. Su pantalón tiene remaches metálicos y un cinturón con grabados de flores de lis que sólo se ven si ella está cerca del pupitre. Cuello alto, demasiado calor. Quizá tiene tendencia a enfermar de la garganta, frío y calor, hablar una hora y otra. Pasa ante mis ojos y pierdo su contorno. El compañero de la segunda fila conocerá las vecindades inmediatas de la lavanda. Se fijará también en los labios en los que ahora reparo cuando, desde la tarima, escribe en la pizarra las principales dificultades del ejercicio que aún no he terminado. Los ha pintado unos instantes antes de entrar, casi sin color, rojo es demasiada atención sobre la boca; trasparente, sí, pero hay vetas de intensidad que coinciden con los surcos que la vida ha ido roturando en ellos. Al cabo del tiempo sólo queda la tonalidad original de la carne. Necesita retocar al comienzo de cada clase, quién sabe si a veces también una gota de perfume, un modo de decirse estoy lista, vengan quebrados, polinomios, incógnitas. El tiempo irá borrando artificios. Excepto el hipnótico color de su jersey fresa o fucsia, mejor que el amarillo del martes; ajusta bien y me agrada la embriaguez que suscita en mí. Casi una leve fiebre gozosa que encuentra acomodo en la parte superior de la cabeza, donde el tiempo se dilata. No he terminado el ejercicio, que realizo con languidez, aunque a ella le parezca precisión y detalle: mis dedos han acariciado el papel, una ecuación, dos incógnitas, igualación; el cálculo se hace elegante, como una caricia en las neuronas. Tengo unas décimas de fiebre sentimental y es hora de salir. En el pasillo alguien me habla y la calle nos recibe y nos golpea. Hay otra categoría de mundo. Perdemos el autobús que acaba de pasar mientras empieza a empaparme la lluvia y no me importa.
La calefacción está demasiado alta. Intento resolver una ecuación de dos incógnitas, por igualación. La profesora lleva un jersey de cuello alto, ajustado, color fresa, o fucsia, no sé bien, pantalones negros. Se acerca a mi mesa, pero atiende, inclinándose sobre él, al compañero de delante, Gonzalo, pelo muy corto, más alto que yo, concentrado sobre su ejercicio, orgulloso de sus deberes ante la maestra: una sonrisa, la mano aprobadora sobre el hombro. Ella está delante de mí. Sus pantalones negros son de tipo vaquero, tal vez más finos, la marca en una pequeña tira en el bolsillo posterior derecho: Ligne Droite. Huele tenuemente a jabón de lavanda, casi imperceptible a esta hora de la tarde. Se incorpora y entonces se acentúa el aroma: también a pelo limpio, no muy largo, color cobrizo. Pasa ante mí. La miro de reojo mientras se mueve entre los pupitres y probablemente no se da cuenta, debe pensar que estoy haciendo los cálculos que precisan los problemas. Su pantalón tiene remaches metálicos y un cinturón con grabados de flores de lis que sólo se ven si ella está cerca del pupitre. Cuello alto, demasiado calor. Quizá tiene tendencia a enfermar de la garganta, frío y calor, hablar una hora y otra. Pasa ante mis ojos y pierdo su contorno. El compañero de la segunda fila conocerá las vecindades inmediatas de la lavanda. Se fijará también en los labios en los que ahora reparo cuando, desde la tarima, escribe en la pizarra las principales dificultades del ejercicio que aún no he terminado. Los ha pintado unos instantes antes de entrar, casi sin color, rojo es demasiada atención sobre la boca; trasparente, sí, pero hay vetas de intensidad que coinciden con los surcos que la vida ha ido roturando en ellos. Al cabo del tiempo sólo queda la tonalidad original de la carne. Necesita retocar al comienzo de cada clase, quién sabe si a veces también una gota de perfume, un modo de decirse estoy lista, vengan quebrados, polinomios, incógnitas. El tiempo irá borrando artificios. Excepto el hipnótico color de su jersey fresa o fucsia, mejor que el amarillo del martes; ajusta bien y me agrada la embriaguez que suscita en mí. Casi una leve fiebre gozosa que encuentra acomodo en la parte superior de la cabeza, donde el tiempo se dilata. No he terminado el ejercicio, que realizo con languidez, aunque a ella le parezca precisión y detalle: mis dedos han acariciado el papel, una ecuación, dos incógnitas, igualación; el cálculo se hace elegante, como una caricia en las neuronas. Tengo unas décimas de fiebre sentimental y es hora de salir. En el pasillo alguien me habla y la calle nos recibe y nos golpea. Hay otra categoría de mundo. Perdemos el autobús que acaba de pasar mientras empieza a empaparme la lluvia y no me importa.
Precioso relato, que lleva también consigo la evocación de aquella vez en que nos pasó a nosotros ... porque ¿quién no se enamoró nunca de un profesor, de una profesora?
ResponderEliminarAtticus: llevas ganadas tres de las cuatro ediciones de mi concurso. Felicitaciones de nuevo. Espero que te sirva de aliciente para desarrollar esta faceta tuya tan prometedora.
Gracias. No es exactamente el relato de un enamoramiento, sino la fenomenología de una sensación, que es próxima al enamoramiento, pero también a la admiración, al desconcierto, al descubrimiento.
EliminarEs curioso, mandé tres relatos y éste es el que menos me gustaba. Llevaba muchos años escrito en las tripas de mi ordenador, mal escrito. Y le tocó una revisión exitosa una tarde de primavera.
Espero que me dejes participar otras ediciones. Pero trabajo mejor "de encargo" que creativamente. El verano pasado pensé que había llegado el momento de escribir en serio. Pero no. Aún no.
Delicioso. ¡Enhorabuena!
ResponderEliminarMuchas gracias. Creo que Coe me recomienda o me concede algún tipo de trato de favor...
ResponderEliminarNo sé cómo serían los demás relatos, pero este es estupendo. No es fácil escribir o describir sensaciones, como tú lo has hecho. Te animo a que empieces a escribir YA en serio eso que tenías planeado desde hace tiempo. Aprovecha las vacaciones, que dan mucho de sí. Ya tienes varias lectoras aseguradas de antemano. No nos defraudes.
ResponderEliminarEsto... Creo que os voy a defraudar. Llevo varios años de retraso. En demasiadas cosas. Y este verano tampoco va a ser, aunque sí estoy escribiendo algo que no sé si llegará a algo, pero no es narrativa, sino ensayo.
EliminarTienes razón en que no es fácil. Me revienta esa actitud de los que creen que escribir no cuesta nada, total, es coger el boli y empezar. Ya. A mí me cuesta, mucho, muchísimo, y además nunca acabo de estar contento con el resultado.
Pero agradezco tus palabras. Ahora que lo pienso, no sé cómo me han dado un premio de narrativa puesto que es una sensación, poco más. Ellos verán lo que hacen...
Estoy de acuerdo en lo de que escribir no es fácil y me temo que no todos piensan igual. Este invierno me encargaron “corregir” un libro y en la tercera o cuarta página me debatí entre cortarme las venas o irme al polo norte o más allá. En fin, conseguí llegar a la mitad, unas 60 interminables páginas, porque era un compromiso fuerte, y creo que nunca antes he estado tan cerca de la locura. Hay personas cuyo lenguaje ha evolucionado tanto como las pinturas de las cuevas de Altamira y navegan en delirios de grandeza quijotescos. Y paro que me disparo. En cuanto a tu relato, Atticus, tengo que decir que ha habido una parte que me ha evocado ferozmente una de los mejores recuerdos de mi época adolescente: resolver ecuaciones de dos incógnitas por igualación. Puede parecer un poco friki pero, será porque me fui por letras y hace siglos que no he hecho ninguna, pero he sentido una gran nostalgia por las ecuaciones y las matemáticas en general. Pero añoranzas a parte, tu relato está escrito con cuidado, revisado, perfumado, retocado, y todo eso se nota, y se agradece. Y sobre todo transmite sensaciones muy positivas a través de un personaje cuyos sentidos se encuentran a flor de piel, en armonía con su entorno y consigo mismo. Felicidades.
ResponderEliminarVaya manera más estupenda de empezar el día. Nunca me habían dicho eso de que algo que había escrito estaba "perfumado", pero me gusta el calificativo. Porque escribir tiene algo de eso: una materia prima, una idea vaga, un acontecimiento, que luego hay que cuidad, pulir, asear... perfumar. Viniendo de quien viene, lo agradezco más aún.
EliminarLo que cuentas del libro es punto y aparte. Escribir no es fácil, la agricultura no es fácil, la mecánica de los coches no es fácil. No todos sabemos. Hay que ser modesto, leer muchísimo, escribir sin desmayo y, sobre todo, saber renunciar, tirar. El único cacharro que no debe faltar en casa de un escritor es una papelera. Todo lo escrito (excepto Borges) es mejorable, y algunos escritos sólo mejoran con su destrucción absoluta. Siento ese penoso trabajo. Tengo curiosidad: ¿aceptó las críticas y correcciones?
Jajaja, eso fue lo mejor. Después de decirle una infinita lista de cosas que, en mi modesta opinión, debía corregir y cambiar, como no repetir 10 veces una palabra en un mismo párrafo, no alterar el orden lógico de las palabras por puro capricho, poner algún punto para poder respirar, etc, en ese punto me dijo que él que no se fijaba en esas cosas, que estaba concentrado en la historia. Cuando traté de explicarle que esto np funciona así, que hay que cuidar tanto el fondo como la forma y no entró en razones, intenté hacerle ver que di historia era infantil, poco documentada, que descubría una falta de lectura literaria importante, que el protagonista iba de humilde sabio pero desprendía una arrogancia infumable y las batallas parecían sacadas de un capítulo de Tom y Jerry, su respuesta fue de lo más insólito que uno pueda imaginar: "La mayoría de los grandes escritores han tenido una esclava. Cela tuvo la suya". Por último, intenté explicarle que no podía hacer mucho más por él. No tenía mucho sentido seguir subrayando en rojo todo el libro. Era incorregible, había que reescribirlo, y si era posible que no escribiera nunca más. Pero nada, insistió en que tenía que terminar. Y la guinda final: "Te invitaré a la presentación", dijo cuando salí derrotada. Y yo debí haber espondido, como en la película de "El escritor", que vi días después: "Los esclavos no van a las presentaciones, es como invitar a la
ResponderEliminaramante a tu propia boda". Pero no dije nada, aunque sí pensé que si mi nombre aparecía por algún sitio, porque está muy decidido en publicarlo y hacérselo llegar a Lara por medio de un amigo intermediario, en fin, si se venga de mí y me menciona, yo me cambio de identidad y de planeta. Tengo esperanza de que mi crítica al final germinará y en algún momento aceptará que escribir no es fácil y además no se le puede dar peor. Empezó y terminó mi carrera como esclava.
ResponderEliminarNo te arriendo la ganancia... esclava. Aunque tiene razón en esto último: auténticos gañanes figuran en muchos papeles y, tras ellos, el "negro" sabe que ha hecho un buen trabajo, o al menos un trabajo digno. No te molestes: hay quien no entra en razón y finalmente te dicen eso de que "será tu opinión". Pues sí, será. Es como si un profesor de física corrige al ignorante absoluto y éste le dice que será su opinión. Es más fácil "corregir" a un escritor de fuste que al arrogante que cree que lo es sin serlo. Recuerdo que Antonio Muñoz Molina contaba en una ocasión que, al cabo de muchos años, se había dado cuenta de algunos errores de documentación en sus libros sin que nadie se lo dijese. Y lo contaba pidiendo perdón, no envaneciéndose de una prosa perfecta.
ResponderEliminarPues eso, que lo siento.
Bonito relato.
ResponderEliminarMuchas gracias.
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