Todos hemos asistido al chou
de los padres que esparcen a sus hijos para que campen a sus anchas en lugares
públicos. A todos nos han arruinado una comida familiar, una cena romántica,
esos bichos gritones entre las mesas del restaurante, sin que ningún camarero
ni comensal ose afearles la conducta. También los hemos padecido en playas y
piscinas, impunes en sus correrías, juegos con pelotas o batallas de
arena/hierba; y los socorristas y vigilantes a su bola, no vaya a ser que
aparezcan las bestias ágrafas o negligentes engendradores que responden por ellos. Bueno, eso de que
responden… Mascullan, vociferan, amontonan las palabras, bombardean insultos en
un idioma que podría denominarse “el español con cien palabras”. O simplemente
siguen mirando hacia otro lado, si es que están en los alrededores, pues a veces
simplemente los dejan ahí y escapan unos minutos u horas (a ellos se les hacen
minutos, a los demás horas).
Negligencia es la palabra. Negligente es aquél que
debe hacer cumplir una norma y no lo hace. Negligente es el dueño de ese
restaurante que no invita a los padres a marcharse o a hacerse cargo del rebaño
desbocado. Negligente es el segurata
o socorrista que pasea mirada por escotes pero jamás la detiene en las hordas
de bicharracos que se enseñorean por los espacios cuya vigilancia tiene a
cargo.
Estuve hace poco en un restaurante en el que un infante
berreaba sin pausa. Tres mesas a su izquierda, una joven madre comía con
alguien que podía ser su padre y con alguien que seguramente era su hijo. Lo
único que oí de ellos fue su sonrisa y lo único que me molestó fue que ella no
se levantase para darme su teléfono. En esa mesa había educación, felicidad,
armonía. Ella llevaba una camisa oscura y su único adorno era su saber estar.
El niño (dos o tres años, me pareció) la miraba, comía, reía con sentido del
espacio compartido, algo que muchos adultos no han aprendido nunca. Imagino al
padre de ella, de espaldas a mí, con los ojos humedecidos al ver los resultados
del trabajo.
La tierra no produce sola.
Me molestan todas esas situaciones de las que hablas. Hay padres que son capaces de hacer cualquier cosa para que el niño o niña deje de darles el pestiño a ellos, a los demás que les den. Hace poco estaba con una amiga en la biblioteca ( ambas trabajando) y mi amiga tuvo que llamar la atención a dos adolescentes que no paraban de hablar. Quiero pensar que la bibliotecaria no se dio cuenta porque hablaban en voz baja, pero que no te dejen tranquilo ni en la biblioteca...
ResponderEliminarTambién creo que si un padre no es capaz de ocuparse de que su hijo no moleste al señor que come en la mesa de al lado, debería ser reprendido él y no el niño; o como dices tú, echarles del local. Todos tenemos derecho a tomarnos una cerveza tranquilos sin que el becerro de turno no deje de llorar porque no le dan el trozo de pizza que quiere o porque se pone a jugar delante de tu mesa y te empuja o incluso tira algo.
En fin, la sociedad...
A mí muchas más. Era por no aburrir al personal. En nuestra profesión hay mucha negligencia profesional, mucho mirar para otro lado, mucho fingir que no ocurren las cosas que ocurren, mucha huida hacia adelante.
EliminarHace unos meses leí a un escritor (creo que Muñoz Molina) que comentaba el hecho de que en un restaurante de Estados Unidos habían prohibido la entrada a niños. Y decía él que lo entendía. Y yo también: en el precio del menú entran unas mínimas condiciones, que los desaprensivos de ciertos padres se empeñan en incumplir. Sin que pase nada.
¿Español con cien palabras? Qué generoso. Yo lo reduciría a muchas menos. A mí lo que realmente me preocupa de esta negligencia es que esos mismos niños son los que luego me encuentro en mis aulas. Puedo prescindir de ir a restaurantes o a cines pero de ahí no puedo escaparme. Seis eternas horas diarias ante entre 20 y 30 fieras sin civilizar (y eso que yo tengo una ratio privilegiada). Me pregunto si este cuerpo soportará los 30 años de vida laboral que me quedan como mínimo. Si siguen retrasando la jubilación tiro de soga.
ResponderEliminarQuien siembra vientos recoge tempestades. La negligencia paterna para evitar problemas a corto plazo desemboca en graves problemas a medio y largo plazo. Los que trabajamos con adolescentes lo sabemos. Hay excepciones, claro, de padres maravillosos que han tenido mala suerte y la cosa se ha torcido. Y al revés. Pero en un porcentaje altísimo los alumnos groseros, violentos, irrespetuosos y desinteresados son hijos de padres negligentes, esos que simplemente "los han tenido", pero han renunciado a regarlos. Dejación de funciones es también una denominación correcta.
EliminarUn día hice salir a toda una clase al pasillo para que entrasen uno a uno y me dijesen "buenos días". Alucinaban.
Yo también tengo una ratio privilegiada: 25 en 2º de ESO y en Bachillerato, y unos 20 en la optativa que doy. 170 alumnos con mis 7 grupos. Cuando empecé, hace 27 años nunca pasaba de los 100-120...
Pero de la soga, Elena, ni hablar. Guárdala para mejores usos. ¿O ya estabas pensando en cuellos ajenos? (Es metáfora, que las autoridades no me cierren el blog por incitación a la violencia; la única soga interesante el la de Hitchcock).