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miércoles, 17 de septiembre de 2014

HISTORIAS DE LIBROS Y LIBRERÍAS

Me está esperando en la estantería el libro que me regaló Coeliquore este verano a raíz de su Concurso de Relatos. Es Amistad de juventud, de Alice Munro. Leí alguno de los cuentos que lo componen hace unos meses, pero no todo el volumen. Y confieso que me cuesta empezar, porque permanece asociado a ella y al hecho de que no le podré decir lo que me gustó (o al contrario).

Ayer por la tarde estaba pensando que éste será el primer post en el que ya no puedo esperar su comentario. Por alguna extraña razón lo meditaba mientras leía un artículo sobre librerías en la revista Mercurio. Tal vez por lo fácil que es siempre hablar de libros. Y mi cabeza me ha llevado a las librerías que frecuentaba o frecuento.

Hace tiempo yo era un incondicional de la FNAC, y ahora me pasa al contrario: no tolero ese aire de almacén ni la ignorancia de los dependientes que me he encontrado las últimas veces. Admito que la casualidad es posible, pero hace 10-15 años era admirable su conocimiento y su amabilidad; ahora la segunda existe, pero el primero no tanto. Repito que no generalizo: simplemente narro una experiencia que no tiene valor de ley.

Cuando llegó a España tenían un espacio para que leyeras con calma. Había música clásica o jazz, era amigable. Después, ese lugar se redujo a la categoría de rincón para finalmente desaparecer, engullido por el negocio. Ellos verán y harán sus cálculos, a mí me pareció un gesto de antipatía y no sé si antieconómico. Insisto: ellos verán.

La última vez que fui con gusto llevaba de la mano a mi hijo que aún era pequeño. Fui a la sección infantil, cogí un Mortadelo y comenzamos a recorrer la tienda. Él iba leyendo y yo hojeaba libros, seleccionaba, guardaba en la cesta. Soy un poco lento y mi hijo pasaba una página y otra. Así bastantes minutos: literatura, poesía, filosofía, viajes, novela histórica, novedades… Finalmente, se nos acercó un vigilante de seguridad que, con modos de mandril, me informó de que no se podía hacer eso. “¿Eso qué?”, dije yo, ignorante de mi falta. Me señaló al muchacho, que le miraba un tanto intimidado: “Leer por la tienda si no va a comprar”. “Es que sí iba a comprar”, repliqué yo, “pero he cambiado de idea”. Dejé los libros allí mismo, en su cestita y nos fuimos. Le dije a mi hijo que no nos querían como clientes y le compré otro Mortadelo en el quiosco más próximo.

Es posible que me tropezase con el único antropoide que empleó ese comercio, pero su exceso de celo me expulsó de un lugar en el que había pasado horas, muchas de ellas leyendo páginas de libros que no hubiera comprado a ciegas. También tengo en casa algún CD fruto de esas lecturas autorizadas que asocio para siempre al placer de ese tiempo en aquel lugar enmoquetado y amistoso.

Ya no voy allí a no ser que acompañe a alguien.

En 1989 estuve en Madrid y pregunté tímidamente a un empleado si tenían algún disco de Wim Mertens, que entonces era poco conocido. “Desde luego”, me dijo, y me señaló donde estaban. Sin necesidad de desplazarse a las baldas, me informó de que, excepto dos, los tenían todos, y se ofreció a pedirlos si eran ésos los que quería. Conocía al músico y todos sus discos. En la misma tienda, FNAC de Preciados, pregunté a otro empleado hace tres años por la última grabación de Mertens: no sabía quién era.

No sé por qué escribo esto cuando me acuerdo de Coe. Tal vez porque nos reímos juntos de una librería de Valencia que tenía pulcramente ordenados los volúmenes. Tanto que el autor de El nombre de la rosa aparecía en la hache: Humberto Eco. Ya puestos, Humberto Heco. From lost to the river.

Para Coe, desde luego.

10 comentarios:

  1. Creo que le has hecho un bonito homenaje a tu amiga. A ella le hubiera gustado escribir en tu post. Aunque no la conocía, sé que era una incondicional.
    En cuanto al Fnac, yo tambíén lo frecuentaba cuando estudiaba porque allí podía encontrar libros en inglés que no encontraba en otros lugares. Pero ahora, aunque tienen de todo, se me hace caro. La última vez que compré allí fue esta primavera; si no me equivoco el libro elegido fue "Tokio Blues". Desde entonces no he vuelto.
    Besos.

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  2. No hay homenaje, más bien sensación de falta. Ojalá supiera homenajear. Era una incondicional en el mejor sentido: no faltaba, y hasta cuando me reñía lo hacía con delicadeza.

    No sé qué quieres decir con que se te hace caro: los libros tienen precio fijo y la FNAC les aplica un 5% de descuento (si no han cambiado su política comercial). Pero leer es muy barato: están las bibliotecas. Y también es relativamente barato leer en e-book. Si eres de las que prefiere "tener", entonces sí, pero a mí ya se me ha pasado esa fiebre y dentro de poco empezaré a emular al genial Pepe Carvalho.

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  3. Siento vuestra pérdida. Aún que sabemos con certeza que la muerte nos espera, nunca estaremos suficientemente preparados.

    He de decir que a mí el FNAC nunca me gustó. Demasiado grande, demasiado moderno. Yo me quedo con las librerías más angostas, más abarrotadas, de esas que llevan el caos implícito. De hecho, uno de mis sueños (caducado) fue montar una de esas (librería-cafetería) en París y hace un par de días, una amiga me contó que en Barcelona (no se si en el resto de España) acaban de aprobar una ley para poder servir café en las librerías como estrategia para promover la lectura. A ver en qué evoluciona todo esto.

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  4. Muchas gracias. Aunque yo solo he sido un blogamigo y, ocasionalmente, cara a cara. Nada que ver con lo que la echará de menos su familia, pero indudablemente su ausencia se nota. Yo la noto.

    En algunas ciudades españolas he visto eso que dices del café-librería. No sé si con mucho éxito, pero es verdad que los libros invitan a la placidez de la charla. Y tú, que estás en París, puedes aprovechar el movimiento que hay por allí. Sé que en algunos se hace filosofía. Por ejemplo, hay un libro de André Comte-Sponvilla que surgió de uno de esos cafés en los que alguien de relevancia va a charlar con la gente. El libro es "La felicidad, desesperadamente", que aconsejo a todos, por su interesante temática y por su concisión: nada de 1000 páginas de juicios sintéticos a priori.

    A mí, de todos modos, las campañas grandilocuentes para promover la lectura me suenan a fuegos artificiales: mucho ruido y poco provecho. El contagio pasional puede más: un buen librero, un buen bibliotecario, un buen profesor... Ayer dije a mis alumnos que la lectura es droga dura, que es peor que la heroína: una vez empiezas ya no tiene remedio, eres un adicto. Se rieron. Criaturas.

    Oye, Timonera, una duda. Yo he dicho siempre la FNAC y tú escribes el FNAC. ¿Estoy equivocado o es que en Francia se dice de ese modo? Porque aquí en Iberialand no he oído a nadie decir el FNAC.

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    1. Gracias por la recomendación, le echaré un ojo a esa felicidad desesperada cocinada en librerías-cafés. Yo creo que cualquier posible inversión en promover la lectura es algo, ¿quién sabe? Por ejemplo, aquí en Paris, una tarifa plana al mes para ir al cine cuando se quiera ha hecho que se convierta en la capital europea cuyos habitantes van más al cine...

      Cuidadín con las drogas duras para tus alumnos, que lo mismo se enganchan y los tienes comentando por aquí pronto.

      Sobre tu duda, me has hecho dudar a mí. Yo siempre lo he llamado el FNAC (quizá sea algo del catalán, fue en Cataluña donde lo conocí), pero he mirado el significado de sus siglas y técnicamente, debería ser femenino: "Federación Nacional de Compras de Profesionales" ("Fédération Nationale d'Achats des Cadres"). Todavía me gusta menos ahora, qué nombre más poco literario. :)

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  5. Vaya nombre. Mejor FNAC. Es curioso que algo tan impronunciable en español se haya hecho un hueco. Es como "Decathlon" o "Lidl", que no han cambiado su nombre en nuestra lengua (como si hizo "Auchan"/"Alcampo").

    No creo que mis alumnos vengan por aquí porque esto es para amigos, no se lo digo. Pero tengo unos cuantos maravillosos este año. A veces somos muy catastrofistas y hay que ser justos: algunos llegarán muy lejos porque estudian, leen, escriben bien.

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  6. En uno de mis pisos "de estudiantes" había un binomio feliz.

    Era una mesa de centro formada por una bobina de madera de hidroeléctrica y una señal de tráfico encima. Creo que prohibía adelantar.

    Y un sofá con dos patas canónicas, más una de ladrillos y otra con libros.

    Igual parecerá una boutade, pero es uno de los mejores usos que he dado a unos libros. El sofá no era muy estable, cierto, pero tampoco los prehomínidos que lo hollábamos.

    A día de hoy aún no sé lo que significan las siglas, si lo son, FNAC.

    Humberto Eco, sí, el de la malta tostada.

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    1. Un gran uso de los libros, desde luego. Yo también hice algo parecido con una cama que se sacaba de un mueble. Durante unos días había mucha gente en casa y a mí me tocó esa cama, pero la pieza que debía hacer las veces de patas no estaba bien hecha, de modo que el "Diccionario de Filosofía" de Ferrater Mora cumplió uno de sus mejores servicios. También lo usé, junto con el Casares y unos tomos de Historia de la Filosofía muy pesados para compactar una ternera rellena. Un invitado que se coló en la cocina y vio el truco me dijo que ya entendía para qué servía la cultura.

      (Disculpa que el comentario no haya salido de inmediato; he tenido que reinstaurar la censura por lo que tú sabes: de vez en cuando se cuela alguien a insultarme en lugar de hacer algo tan fácil como frecuentar otros lugares que le gustarían más. Aquí la discrepancia es bienvenida, la falta de modales no).

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  7. A mí me gusta mucho una pequeña librería a la que hace bastante que no voy (mañana lo mismo me acerco) en la que tienen un montón de libros de texturas diversas... Sí, lo confieso, además del contenido admiro los libros como objetos que se tocan y se huelen (incluso aquellos que se degustan, que los hay).

    Confieso que yo también decía "el" FNAC y no "la" FNAC. Será por "el" centro comercial... Se oye un trueno... ¡LLUEVE!




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    1. Vaya discusión la nuestra. Le mandaría un correo a FNAC (el/la), pero temo que lea el post y me mande al de seguridad antedicho o me mande directamente al lugar al que gustaban enviar Labordeta y Fernán Gómez.

      Confieso que no soy un amante de los libros como objetos físicos, aunque tengo alguno. De hecho, ni siquiera compro la narrativa en papel, sino en formato electrónico. Sin embargo, los libros con los que tengo que trabajar sí los necesito en papel, y con la poesía me pasa lo mismo, supongo que me acostumbraría a todo. Me parece que es más cuestión de costumbre que otra cosa, pero a mí lo que me gusta es leer, no acumular. Es más, me molesta la falta de espacio que hay en mi estudio, así que tal vez hoy me lleve al trastero unas docenas de libros que ni pienso releer ni tengo necesidad de exhibir. Y luego iré al chino de la esquina a comprar un gato de esos que mueve la pata arriba y abajo, que la porcelana de Lladró está por las nubes...

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