No diré que me asombra la relación que allí se plantea entre
paseantes y filósofos. Es muy conocido que Rousseau escribió sus Ensoñaciones del paseante solitario a
partir precisamente de eso. También es un lugar común en la historia de la
filosofía que Aristóteles y su escuela filosofaban mientras caminaban. Y que
Nietzsche era un incansable andarín, aunque en él tuviese algo que ver su
lamentable salud.
De modo que uno empieza a atar cabos y descubre que lo que le
ocurre no es tan raro. Vivo en una ciudad con un clima bastante áspero en
invierno, por lo que suelo ceñir mis paseos al casco urbano en esos meses.
Forrado en varias capas de ropa, incluso con gorro para mi despoblada cabeza,
suelo dar paseos diarios no muy largos, aunque a veces sí. Me llama la atención
lo fácil que me resulta desconectar la atención de mi entorno. El pensamiento
vaga, sin rumbo a menudo, si las obsesiones diarias no lo dirigen y encorsetan.
Es agradable, las ideas fluyen, circulan bien engrasadas aunque indefinidas. A
menudo me encuentro con alguien conocido, por lo que, si deseo soledad y
recogimiento, me pongo los cascos (música clásica habitualmente, ópera, coros)
y en algún caso extremo me quito las gafas. Se produce así la ilusión de
creerte invisible puesto que si tú no ves ni oyes, será que los demás tampoco
te oyen ni te ven. Productivo error, pero esa soledad sobrevenida, ese autismo
al mundo, es muy fértil para pensar. Repito que no se trata de un pensar
argumentativo, lógico y racional, sino de un pensamiento vago, dulce, casi de
duermevela; es un relax, ocio de neuronas al ralentí. Agradabilísimo.
Terapéutico.
En verano sueno caminar despacio, cuando la tarde termina
pero la luz aún es intensa. Entonces leo. Leo mientras camino despaciosamente.
Primero me aseguro de que no hay nadie en los próximos metros y luego comienzo con
el paseo y la lectura conjuntas. En una ocasión, una señora me dijo al pasar al
lado del banco en el que estaba sentada: “No se puede leer y andar a la vez”.
“Yo sí”, respondí, y seguí a lo mío.
Otra variante es el paseo campestre. Apenas a 15 minutos de coche -muy poco más en bicicleta-, estoy en el campo. Me gusta. Mis paseos entonces
tienen la variedad meditativa y de contemplación, el aislamiento absoluto, lo
más cerca que estoy de la experiencia zen (perdón por la broma). En primavera
me gusta ver como los trigales son mecidos por el viento. La parsimonia de las
piernas es entonces absoluta, la lentitud la regla.
Curiosamente, no es actividad filosófica lo que yo llevo a
cabo, que asocio con mesa, ordenador, lógica y orden. Que me perdonen los aristotélicos,
rousseaunianos y nietzscheanos. Para mí el paseo, en sus variantes, está más
próximo a la experiencia estética, entendida ésta en un sentido amplio, como
búsqueda de armonía y bienestar, como soledad y casi ausencia de palabras. Al
borde mismo de la epojé: ausencia, disolución.
Recuerdo esas ensoñaciones, a las que volveré.
ResponderEliminarAunque no soy de mucho pasear, parece por lo que dices con mucha vehemencia que es bueno para el cuerpo y también para el espíritu. Hazte un selfi tal y como te describes. Y manda.
Suena convincente, igual en primavera me pongo a ello…, pero eso de leer mientras paseas, caray, parecerás uno de esos hombres libro de Fahrenheit 451.
¿Qué libro serías?
A mí me resulta bueno para todo, aunque esta tarde no sé si lo daré. Nos hemos levantado nevados. Lo del selfi... parezco un noruego presto a la pesca del salmón en alta mar. Luzco barba y gorro cubrecalvas. Casi que no.
EliminarLo del libro... creo que sería "El extranjero". Y me gusta leer caminando, ya lo ves.
Muy interesante el artículo. Comparto tu "momento zen" con los paseos por el campo (y las montañas). Yo ahí aprovecho más a escribir que a leer, no sé porqué. Para mí, un paseo después de trabajar o por la mañana al empezar el día es la mejor manera de limpiar la mente y dejarla en blanco.
ResponderEliminarPor cierto, tu texto me he acordado de un pequeño libro de Murakami "De qué hablo cuando hablo de correr".
Si te digo donde escribo no te lo crees. En las reuniones de trabajo saco un cuaderno y tomo notas.. aparentemente. Escribo relatos, ocurrencias, borradores de posts para el blog. También me inspiro mucho en los exámenes: una hora o más me dan ideas. Limpiar la mente: es el objetivo.
EliminarRegalé ese libro a GreenEyes, que es corredora de kilómetros. Hace tiempo que no se pasa por aquí. No me ha dicho nada. Confieso que lo de correr no va conmigo ni he leído el libro.
Comparto esas sensaciones que describes cuando paseas pero de lo que creo que sería incapaz es de ir leyendo de forma paralela. Supongo que quizá todavía debería relajar más la marcha u otra posibilidad que se me ocurre es la de haber nacido después porque los chavales ahora, cuando pasean, para mi sorpresa, leen, teclean y pasean a la vez.
ResponderEliminarAl margen de leer o no, me gusta pasear y me gusta detenerme de vez en cuando y respirar en profundidad. Hace que cuando llego a casa me sienta mejor que cuando salí.
Curioso, Violeta. Soy capaz de leer mientras camino, pero no de teclear el móvil. Claro que tampoco es que lo haga muy bien en reposo, así el problema no debe ser la actividad simultánea, sino la tecnología.
EliminarMi objetivo al caminar no es único: pienso, hago ejercicio, voy desprendiéndome de problemas... Y a menudo me acerco al super a por lo que precisa mi estómago, que no es muy espiritual, pero sí muy necesario.
Me gustan las variantes que describes del paseo, de algo en lo que, generalmente, mucha gente no se detiene a pensar o, mejor dicho, no se encamina a pensar.
ResponderEliminarCaramba, Clothbbi por esos pagos. Te creía cibernéticamente extraviada, como lágrimas en la lluvia...
EliminarMe gusta que te guste. Hay muchas variantes. Se puede pasear pensando, pensar sin pasear, encaminarse al paseo o al pensamiento, caminante, no hay camino...