Estoy pasando unos días en la playa. Mientras cenaba frente
al mar veía unos vehículos con luces llamativas que trabajan en la arena para
que al día siguiente esté todo bastante aparente. Sin duda, insuficientes
operarios, dado el número de colillas y otras guarrerías que encuentro por la
mañana.
Entiendo que la playa es barata, de todos, democrática. Eso
no da derecho a ensuciarla. Precisamente porque es de todos. Me producen
especial irritación los que, tras fumarse el pitillo, lo entierran ligeramente,
lo que no impide que aflore la colilla y que niños muy pequeños se la lleven a
la boca.
Antes de venir aquí estaba en una ciudad de la España
profunda. Frente a mi casa, justo al otro lado de la calle a la que da mi
dormitorio, hay un banco. Alguna familia del vecindario aprovecha el fresquito
de la noche para pasar allí un par de horas. Y como si hubiesen pasado los
hunos: latas de cerveza y refrescos, bolsas de hamburguesas y de diversas
insensateces culinarias ultraprocesadas… Y ruido, de hacer ruido tampoco se privan.
El año pasado un tipo cogió un cajón (literalmente eso: un cajón de un armario)
que alguien había dejado en el contenedor próximo y estuvo una hora imitando a
Camarón mientras lo aporreaba. Mal rayo le parta. No a Camarón, sino a su émulo
incivil.
Como suelo levantarme pronto, escucho llegar al camión de la
basura, a eso de las 7-7:30, que se lleva esos cajones, muebles, teles rotas y
otros desperdicios que la gente deja junto a los contenedores. Inmediatamente
después viene el barrendero que deja el banco y los alrededores como una patena…
para que los asilvestrados repitan su noctámbulo desafuero cuando les pase por
el forro de la bolsa de ganchitos. Total, está limpio cada noche…
Hoy he pensado en ellos, en estos dos grupos de personas,
mientras me ponía el pijama y veía tras la ventana a una mujer que consultaba
silenciosamente el móvil (otros días lee) en la terraza que hay frente a la
mía. Sonaba a un volumen insoportable una música (dicen que eso es música) más
insoportable aún. Como es verano y todo está abierto he visto que llegaba su
marido con ropa de trabajo. Son casi las doce y el vecino asocial sigue con su murga
mientras un hombre cansado cena sin poder escuchar el plácido rumor de las olas
y las palabras serenas de su mujer. En la playa alguien limpia todavía.
Procedencia de las imágenes:
http://noticiasfuerteventura.com/fuerteventura/puerto-limpia-las-playas-por-la-noche
https://www.futura-sciences.com/sante/dossiers/medecine-bruit-effets-sante-259/page/4/
El civismo existe para unos pocos. La guarrería nos la comemos todos. Ya no solo lo que comentas de la suciedad, sino también el ruido ensordecedor e irrespetuosos de aquellos que se creen que la calle y el mundo es suyo, sin importar que los demás tengan que dormir, comer, hablar con su familia; o simplemente, escuchar el sonido de la noche. Me enciende este tema.
ResponderEliminarPoseen civismo los que habitan en la ciudad, o sea, la cives, los que son cívicos. Algunos sí; otros sólo están alojados.
EliminarLa suciedad y el ruido conforman la genética de alguno de ellos, de los incívicos, de los alojados. Sólo eso.
Pues sí, así se comporta mucha gente, detrás de esas actitudes incívicas suele encontrase el egoismo, el no pensar en los demás, que vivimos en sociedad.
ResponderEliminarMe resultan molestas esas actitudes, pero lo que llevo peor es que se mantengan después de un razonamiento. Pasa con adolescentes, que quizá sean más dialogantes muchas veces, y también con adultos.
Quizá sea una manía mía fijarme en estas conversaciones, pero recuerdo una que mantuve con un adulto. Yo traté de ser muy cuidadoso y respetuoso, para no molestar, se trataba de una fuente en la que había que reponer la botella de agua, para dicha acción, mi interlocutor incrustaba la nueva botella sin quitar el tapón , cosa que dificultará su posterior cambio, en fin, no entro en detalles, la cuestión es que le comentaba que era un error hacerlo así mostrándole el resultado. Era obvio que la razón estaba de mi parte, pues la respuesta que recibí fue: "yo lo hago así". Y se larga.
Me quedé planchado, era una persona además con la que no había coincidido mucho antes...en fin, ¿es orgullo esa obcecación ?
¿Qué hubiera sucedido si al del cajón le hubieras pedido que parara? ¿Se hubiera disculpado?
La respuesta, my friend, está soplando en el viento.
¡Un abrazo, Atticus!
Pensar que los seres humanos nos guiamos por la racionalidad es un supuesto tan optimista como falsado permanentemente por la realidad. Además, tenemos eso que se llaman distorsiones cognitivas, entre ellas el sesgo de confirmación. A muchos (¿a todos?) les cuesta salir de sus creencias, por muy estúpidas y faltas de fundamento que se hallen. El de la botella incluido.
EliminarNo le pedí nada. En grupo son (somos) aún peores. La tribu exacerba lo peor de nosotros.
El mundo de los residuos además de ser complejo tiene unas tramas increíbles. Su labor es noble, sin duda pero debo advertir que carga un poder oculto. Precisamente, dados los grandes volúmenes de dinero que mueve la basura, algún expresidente de un país bananero, pretendía adjudicárselo a sus hijos.
ResponderEliminarEllos, los que recogen, son la punta del iceberg, la mano de obra. Detrás están inmensas industrias, empresarios oscuros peleándose asignaciones y chinos desvergonzados intentando importar PVC residual a América del Sur (sin mencionar a los puritanos japoneses que querían traer sus residuos nucleares).
Tienes razón en mirarlos con cierta contemplación. Quizás sean lo único noble, silencioso y entregado de esa industria.
Para que en Occidente tengamos una cierta limpieza y unas leyes que obligan a cierta ecología, es evidente que alguien ha de hacerse cargo de ese lado sucio. También sé (no mucho) que en el sur de Italia es la mafia la que gestiona el negocio (porque eso es) de las basuras.
EliminarA veces nos quejamos de los jóvenes y hay adultos que son peores. No les vendría mal unas cuantas clases de civismo y educación.
ResponderEliminarDesde luego. Los jóvenes no hacen nada distinto de lo que en su sociedad se considera normal. Es decir, lo que hacen los adultos.
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