En una tutoría hablaba a mis alumnos del control de los
impulsos y del cálculo de consecuencias. Tengo alguna que otra aspirante a choni, de ésas que creen que todo les es
debido, que el mundo está contra ellas. Pobrecilla. Cuando le dices que en unos
años tendrá jefes que le dirán lo que tiene que hacer imperativamente, sin
opción a réplica, te suelta eso de “Pues yo les digo que se jodan, que hago lo
que me sale de los cojones” (raro lugar en el que una mujer podría tener la
génesis de su voluntad). Obviamente, respondo, te pone de patitas en la calle
de inmediato. “Pero me voy toda orgullosa y que le den por culo”. De orgullo no
se come, contesto. “Pues me voy a otro sitio”. Y ahí que sigue, raca-raca,
ignorante de lo que hay, acostumbrada a una madre a la que puede tiranizar, que
justificará cualquiera de sus trapacerías y pondrá todos los días varios platos
calientes ante ella y, al final de la jornada, un cómodo colchón en una
habitación caldeada.
Les explico la diferencia entre decir lo que se piensa y
pensar lo que se dice. Les digo que han de controlar sus impulsos, que no es lo
mismo una ocurrencia que un pensamiento bien reflexionado. Insisto en que han
de “calcular” qué va a ocurrir si hacen o dejan de hacer tal cosa. Y quiero
creer que en algunos de ellos el mensaje cala. Porque, de lo contrario, lo
llevan claro. En primer lugar, veremos en qué condiciones se incorporan al
mercado laboral; en segundo, espero que el transcurso de la vida les enseñe
antes de que se produzcan daños irreparables. Les insisto siempre en que sean inteligentes,
porque la alternativa no es vivir la vida, sino que ésta les pase por encima.
No acabo de saber explicárselo, porque ésa es precisamente la
cuestión: vivir con inteligencia. No es que haya que callarse, es que hay que
saber cuándo se debe hablar y cuándo hay que callar (no por eso abdicar de
convicciones importantes). No es que no haya que ser valiente a veces, es que
hay que saber qué consecuencias estamos dispuestos a asumir.
Es esa misma inteligencia, que también puede ser llamada
prudencia, de la que tantas veces tengo deseos de abdicar. Si ellos supieran cuánto
recuerdo últimamente a esos dos genios (Fernán Gómez y Labordeta). Si supieran
cuántas veces tengo el impulso de utilizar sus argumentos…
Pues yo digo: hay que joderse con la niña. Así son, se creen con derecho a todo. En la academia donde trabajo una madre ha borrado a la niña antes de que acabe el mes. NO ha dado razones, pero el motivo lo sabemos.La eché de clase por toca pelotas y llamamos a la madre. Vino la madre recriminado y diciéndome cómo tengo que hacer las cosas. Mi jefa intervino y entre las dos doblegamos a la madre. A los pocos días todos los alumnos recibieron una carta para sus padres con notificaciones de sus notas y progresos. A algunos se les decía que iban muy mal y que tenían que mejorar la conducta. en fin... la niña no volvió.
ResponderEliminarLo que argumentaba la madre era que ella estaba pagando y que no le parecían bien los métodos.
Bueno, que sepáis que la clase ha dado un cambio total. Así que... a hacer puñetas.
Mal controlo los míos, vaya esto por delante.
ResponderEliminarEn cuanto a la choni y afines, pero también tantas otras gentes doctoradas, es inútil pretender hacer valer una razón que nunca entró en los cimientos de su personalidad.
Es mejor -si se es capaz de controlar el impulso- ignorarlos.
Las chonis y los canis, esa actualización cutrefashion de lumpenproletariat con chándal, siempre tendrán un Gandía Shore que echarse al coleto, los otros supuestamente ilustrados siempre repetirán qua loritos esquemas raídos de la época de la Cold War.
Me temo que abdicar de tus principios morales no te será nunca posible, mi querido e ingenuo brother, pero practica, practica con denuedo y quizás envíes pronto a más de un@ a la…, eso, a la ésa.
El movimiento choni-cani también va in crescendo en donde yo curro, con cinco ciclos medios...: ayer se pegaron dos y otra me dijo que yo no le gustaba y que por éso no se callaba: opté por ignorarla. Hay días en los que suelto algún exabrupto: el caso es que si los pillas desprevenidos a veces reaccionan. No sé.
ResponderEliminarMal andamos, anyway.
El año pasado trabajé con un grupo de PCPI. No eran malos chicos, pero eran PCPI. Conseguí llevarme bien con ellos casi desde el principio, peor había dos, en especial dos chonis, que tenías que ponerte a su nivel(eso que dicen que nunca hagas)Bueno, pues a mí me funcionó. Yo creo que en esos casos, es dejarles clarito quien manda e intentar que no te hagan la vida demasiado imposible.
ResponderEliminarLa razón fue un sueño de la humanidad. El sueño de la razón produjo chonis.
ResponderEliminarHemos vivido por encima de nuestros derechos. Algunos.
Y no creáis que no soy capaz: hasta los seres más educados son capaces de un "¡A la mierda!" cuando toca. No hay más remedio. Estoy poco prudente, infiel al contenido del post.
Mal andamos, la chonificación del país va paralela a su chinificación. De su chorificación ya sabemos demasiado.
Los argumentos de Labordeta últimamente los utilizo mucho... Más de lo que podría imaginarme... ¡Para no hacerlo tal y como está todo! Mis amigas en paro... Yo... Uff!! ... Aquel... ¡Ay!... Aquella... ¡SOS!¡SOS!... Y ellos... los "sonrisa viperina"... A la mierda!
ResponderEliminarUn abrazo, Atticus.
No me creo que con tu elegancia seas capaz de palabras malsonantes. Pero no fatan motivos: la razon y el humanitarismo han sido barridos de la vida pública.
EliminarSí,me temo que tienes razón. Hay palabras que se me quedan bastante grandes. Si vieras la cara que pone la gente de mi alrededor cuando digo alguna tan enorme... Jajaja... Mi familia no para de reírse... :) Pero poco a poco le voy cogiendo el tranquillo, jajaja...
ResponderEliminarBueno, tampoco creo que Dios, en su infinita sabiduría y bondad, nos mande a las calderas de Pedro Botero por unas palabras malsonantes, estando como está el patio. En el infierno sí que va a haber overbooking; el precio del metro cuadrado de llamas eternas se está poniendo por las nubes (valga el oxímoron). Pecadillos veniales, pues.
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