Nunca he hecho un post sobre teatro. Seguramente es porque no
es un género con el que me sienta como en casa. Soy tardío en esto. En la
ciudad en la que vivía antes, cuando era más joven, había poco teatro, era caro
y estaba lejos. O será que mis posibles
eran escasamente posibles.
Desde que vivo cerca de Madrid voy cada año a tres o cuatro
obras, a las que debo añadir otras tantas en la ciudad en la que vivo. Me
suelen gustar, aunque soy animal de sala de cine, a la que no falto ninguna
semana (más las pelis que veo en casa).
Pido perdón, por lo tanto, porque no soy un entendido, sólo
un modesto aficionado.
De vez en cuando, muy de vez en cuando, mi amiga GreenEyes me
llama y nos marcamos algo cultureta. Este domingo nos fuimos a Madrid, al
teatro Luchana, en compañía de otra amiga, MJ. Constelaciones se titula la obra que vimos.
La sala era empinada, de poca gente, con el escenario allá
abajo. Cuando entro a estos locales modernos (la palma se la lleva el Teatro de
la Puerta Estrecha: otro día) siempre me acomete un temor: que sea una obra de
ésas que hacen participar al público, interactiva la llaman ahora. Pero no,
menos mal.
Los actores interpretan a dos personajes, física cuántica
ella y apicultor él, que se encuentran y desencuentran frenéticamente, con un
ritmo que tiene aires de El día de la
marmota, pero que juega con el azar, la casualidad y la causalidad, con
esos modelos cosmológicos (recuérdese: ella es física cuántica). Aparece colaborando
en el guión un tal Heisenberg… Y también las cuerdas, la mariposa ésa que
aletea en Hong-Kong y que hace que alguien al otro lado del mundo pergeñe la
teoría del caos. Ciencia dura que se ha sabido transformar en comedia. O no tan
comedia.
Los actores hablan deprisa, demasiado deprisa. Me cuesta
entrar en la obra. Pero cuando lo hago es para siempre. He bajado al escenario y he estado
con ellos. Porque su historia de ir y venir, de encontrarse, de hablar sin
encontrarse, es la de todos. Siempre insertos en las arenas movedizas del amor,
de la soledad, del deseo, del miedo. La vida no tiene brújula y parecemos más
gobernados por el azar que por ese viejo sueño de la ciencia: la necesidad. La
física teórica contemporánea ha renunciado a ese sueño de la razón, que aquí no
produce un monstruo sino una maravilla para el disfrute de todos y para mayor
disfrute aún de los que puedan adentrarse en esas maravillas de la física post-relativista.
Los actores son magníficos. Transmiten. Te llevan desde la
comedia a la tragedia que constituye toda historia de amor. Casi sin darte cuenta
estás sufriendo con ellos tras distintos fulgurantes diálogos que subliman El club de la comedia.
Han recorrido y construido esas constelaciones de la vida, de
la probabilidad y del no-ser. Porque el ser precisa el no-ser, pese al horror
de Platón y los vanos empeños de Occidente durante tantos siglos.
Salimos a la noche de Madrid. Mañana será lunes. He aplaudido
con ganas. Cuatro euros más que el cine. Y había dos actores de verdad, dos
personas, nada de hologramas de mentirijillas, actuando tan cerca, cada día de
nuevo…
Definitivamente, un regalo maravilloso.
Fui un moderado lector de teatro y soy ocasionalmente un voluntarioso lector de los trágicos griegos, pero soy un mal espectador. Culpo a mi fascinación cinematográfica.
ResponderEliminarEsteeee… “física cuántica ella y apicultor él”… Joder, Atticus.
Es curioso lo del teatro como género. Se lee, pero se transforma intensamente cuando es representado. Por lo tanto, recreado.
EliminarHe visto muchos clásicos griegos en esos festivales veraniegos en ciudades que cuentan con teatro romano. Me estremece su proximidad: los temas son los mismos.
Creo que tenemos la misma enfermedad peliculera. Sin embargo, cada vez que salgo del teatro, me golpeo el pecho y me pregunto por qué no vengo más.
Tienes que estudiar más física teórica, friend. Y yo.