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sábado, 25 de octubre de 2014

VOCACIÓN

Para E., que no trabaja (sólo) por vocación. 



Consulto el DRAE, y me dice que la palabra proviene del latín, ”vocatĭo, -ōnis, acción de llamar”. Entre sus significados da estos: 

1. f. Inspiración con que Dios llama a algún estado, especialmente al de religión. 

2. f. coloq. Inclinación a cualquier estado, profesión o carrera. 

3. f. ant. Convocación, llamamiento. 

La primera me da miedo. A no ser que seamos creyentes, eso de que Dios nos llame a algo me suena a oír voces del más allá que te ordenan misiones. Peligro. Ninguna identificación. 

El tercero tampoco me alude. Demasiado similar al primero. ¿Convocado por quién?, ¿llamado para qué? 

El segundo es algo más admisible. No obstante, eso de estar inclinado… Supongo que quiere decir tendente, proclive o especialmente orientado hacia algo. Algo más de acuerdo, pero impreciso en todo caso. 

Confieso que nunca he entendido qué es eso de trabajar por vocación. Creo que hay que trabajar con intensidad, incluso con vehemencia, hacer todo lo que se pueda y se sepa, más aún si el pagador es una entidad pública (ya se sabe, dinero de todos). No obstante, creo que es un contrasentido esto de trabajar por vocación. Vamos a ver, ¿qué significa eso? ¿Hacer todo lo que se pueda, estar contento o intentarlo, dedicarse a ello las horas que nos pagan? Me parece que eso es lo debido, lo elemental. Pero el trabajo es un acuerdo (supuestamente libre) entre partes, una de las cuales hace una serie de tareas o servicios a cambio de una contraprestación económica. No olvidemos esto: un acuerdo, un intercambio. 

Sostener que una de ellas trabaja vocacionalmente suele ser la excusa para no pagarle bien, o simplemente para no pagarle. Me decía E., la titular de la dedicatoria, que los artistas, como todos los mortales, tienen la mala costumbre de comer (no mucho) y pagar facturas, y que, si no fuera por ese pequeño problema del dinero, estarían todo el día dale que te pego a los pinceles. Qué pena de sociedad ésta, que nos obliga a pagar facturas a la vez que nos dice que debemos trabajar en lo que nos gusta, aunque no dé para comer. Raro milagro. 

Ya dije hace poco algo al respecto. Yo trabajo por dinero; no sólo, desde luego, pero fundamentalmente. Me cuesta mucho (“laborare stanca”, decía Pavese) y me gusta que se reconozca con algo más que palmaditas en la espalda. Del mismo modo que le cuesta a cualquier otro profesional, desde los futbolistas a las putas, pasando por fontaneros o abogados, sean asalariados o autónomos. Nadie espera que trabajen gratis. Que se sientan llamados, inclinados o convocados es otra cuestión que no debe usarse como excusa.

Escandalicé a un par de compañeros hace poco cuando les dije esto. Me parece muy dudoso que ellos viniesen a trabajar si la Consejería decidiera no pagarnos y sustituirnos por voluntarios. Yo, qué quieren que les diga, prefiero siempre a un profesional. Y pagar lo que se deba, desde luego. 

Pero a lo mejor es que tengo una crisis de vocación.


Primera imagen: http://definicion.de/vocacion/
Segunda imagen: http://esanenaquevivedentrodemi.blogspot.com.es/

viernes, 17 de octubre de 2014

EMOTIVISMO

Hume constató hace unos siglos que, en materia de moral, nuestra guía no es la razón, sino los sentimientos.

No lo entiendo o me niego a aceptarlo. Sin embargo, supongo que participo de ello como todos.

Hablo de los sentimientos, ese producto cultural que parece negar la naturaleza sin hacerlo. Quisiera ser una persona racional y razonable, pero a menudo brotan en mí impulsos y emociones que me asaltan (reparo en el verbo: me asaltan).  En realidad, un sentimiento es algo más complejo, más duradero y menos intenso que una emoción, y mucho más que una pasión. Utilizamos las palabras como sinónimos y no lo son.

Me ha mandado una amiga un enlace a un artículo sobre el conflicto entre judíos y palestinos. Hablamos por e-mail del asunto. Le digo que no sé las razones, que apenas tengo un conocimiento epidérmico, seguramente manipulado y movido por filias y fobias propias y ajenas. Eso no me impide tener claro que no se puede matar, mandamiento y mandato que debería estar muy claro a estas alturas. Pero no: en nombre de Dios se burla cualquier orden. El mismo Dios que prohíbe matar es utilizado para matar. Los humanos somos así de perversos, mendaces y retorcidos.

Supongo que el mismo criterio moral que nos hacía horrorizarnos ante las matanzas de los nazis nos debería horrorizar ante los niños palestinos muertos. Y esto no debería hacer que nadie justificase el terrorismo yihadista internacional, que tiene entre los malos musulmanes a sus víctimas mayoritarias. De igual modo, se debería estar radicalmente en contra del terrorismo etarra, siendo posible cualquiera de las posturas sobre la eventual independencia del País Vasco.

Pero supongo que esos impulsos tienen sus raíces en la naturaleza, en la pertenencia, en el grupo. En el gen egoísta. Tengo la impresión de que la tribu es la traducción de ese afán de perpetuación y territorialidad. Lo veo muy cerca, cada vez que alguien se siente atacado, él, los suyos, su equipo, su Dios, su ciudad… Todos hemos estado bajo el fuego cruzado cuando lo único que pretendíamos decir es que se puede ser creyente y crítico, de una ciudad y dispuesto a aceptar que no es la mejor del mundo, del Madrid y admirador de Iniesta, cristiano y hacer matemáticas con números árabes.

Pero luego están los del pensamiento único. O sea, los de la negación del pensamiento. A mí no sólo no me interesan, es que además me dan miedo.

Pero no estoy libre, nadie lo está. El ombligo es más atractivo que el cerebro.

viernes, 10 de octubre de 2014

QUINTO ANIVERSARIO

Cinco años. Hace ya cinco que comencé con esto. Sigo escribiendo y me gusta.

En este tiempo han ocurrido unas cuantas cosas en mi vida, casi todas estupendas y algún contratiempo. No viene al caso contarlo, aunque los amigos atentos han detectado en estos escritos huellas y estados de ánimo.

60 meses en los que han entrado a comentar muchas personas. Tengo que decir que echo de menos especialmente las palabras de Coeliquore. Espero contar durante mucho tiempo con las de los demás. Algunos siguen dándole infatigablemente al teclado; otros con intermitencia. Me duele el abandono de algunos y el silencio de muchos, que me dicen que leen, pero a los que ruego que no se limiten a eso: todos necesitamos respuestas y saber que las palabras no se pierden en el vacío estelar…

No me duele, sin embargo, pero me molesta, que de vez en cuando se cuele algún individuo a insultar o que no se sepa la diferencia entre la discrepancia y la grosería. Vuelvo a rogar buenos modales y que nadie se ampare en el anonimato o en el pseudónimo para vomitar sus carencias. Ya saben que no ven la luz y que la censura (“moderación”) está para eso.

Con éste ya son 288 posts. 57,6 por año. Uno cada 6,3 días. Muchos los he olvidado y tengo que recuperarlos en las tripas de blogger. No siempre los más comentados son los mejores: algunos son más técnicos o específicos y tienen muy pocos comentarios, pese al trabajo que me ha llevado hacerlos. Otros son casi entretenimiento y coyunturales.

Si tuviera que elegir mis preferidos serían (por orden de publicación y por muy diversas razones) los siguientes:






De vez en cuando hay que detenerse y aprovechar estos aniversarios para dar las gracias. Y para pedir a los que se fueron que vuelvan y a los que están poco que estén más. Si quieren, desde luego, que la libertad es irrenunciable y prefiero que alguien me abandone a la francesa antes de que me cubra de improperios. Aunque los merezca.

A los antiguos os convoco dentro de cinco años. Y a los nuevos también.

(Advierto al personal de que tengo en espera ocho posts. Al menos de ésos no os libráis).

domingo, 5 de octubre de 2014

SER DE UN EQUIPO

Estoy recordando que vi la semifinal de la Liga de Campeones con amigos en un bar. Tras la clasificación, puse el escudo del equipo en mi perfil de wsp y recibí unos pocos pescozones de gente más intelectual o más despegada que yo en esos temas. Que era impropio de mí, que es un tópico masculino, blablablablá…

No seré yo el que diga que los que no están conmigo están contra mí. No soy de esos que se tatúan el corazón, la sangre y las neuronas. Algún vikingo merengón hay por ahí con el que simpatizo, y también algún blaugrana, aunque cuando se enfrentan entre ellos voy con el árbitro, desde luego.

También hay rojiblancos que se han confundido y aspiran a una guerra de trincheras con balones. No son los míos.

Lo que ya no tengo tan claro es por qué se hace uno de un equipo y no de otro. Esto es cosa de psicología prefreudiana, I think. Supongo que el primer criterio es el de la procedencia. Uno oye hablar del equipo de su tierra, lo tiene cerca, es fácil. Es el equipo de la cuna. El teamland. Es cosa metafísica que no comprendo bien: me suena al Ser de Parménides con música de Wagner y piadosas plegarias con sacrificios rituales.

Otro criterio es el familiar. Nuestro padre (o madre, más raramente) nos transmite el amor o la pasión, vemos los partidos por la tele, nos compran la camiseta oficial. Es el equipo del que somos todos en esta familia. Tampoco me convence: la unidad de la familia no puede basarse en el monolitismo de raíz genética. (Por cierto, la familia política a menudo es del otro equipo: un motivo más de desavenencia para integristas de lo que sea).


El tercero es el del carro de ganador. Cuando tenemos edad de razón futbolística está de moda un equipo, que es el que vence, naturalmente. Por lo tanto, como a todos nos gusta ganar -a los atléticos también, desde luego-, nos apuntamos a un equipo, aunque esté a cientos de kilómetros de nuestra casa. Luego, casi por inercia, seguimos siendo del mismo equipo.

Hay también razones estrafalarias. Como las mías. Yo soy atlético por romanticismo. Nadie en mi familia es de ese equipo, salvo mi hijo, al que transmito blandamente esa pasión que tampoco es que me lleve a acciones fuera del sentido común. Tampoco es el equipo de mi tierra (si supiera cuál es mi tierra, si entendiera la expresión). No suele ganar con la frecuencia que desearíamos, aunque acaba de conseguir su décima, lo que tampoco es tanto en sus más de 100 años. En mis escasos conocimientos balompédicos no encuentro un motivo de peso. Pero me gusta ese casi ser que quiere ser, esta persistencia casi spizoniana. Ese aspirar, esa cita con el destino en la que al final se pierde (casi) siempre, afortunadamente cada vez menos siempre. Como la frase de Cortázar: un juego que se pierde al final pero que ha sido bello jugar.

En mi vida me he ido encontrando con gente atlética, con la que he congeniado más que con los demás, tal vez por una afinidad de caracteres. Y también porque de niño prefería ser indio a vaquero. Y porque su estadio se ubica en la Avenida de los Melancólicos (de momento). Y por su vocación argentinista, de cholos y monos, de boludeces y tesis doctorales. Y por los anuncios maravillosos. Y porque uno de los primeros partidos que vi fue aquél contra el Bayern en el que el destino fue tan cruel. Y porque uno de los últimos fue ése contra el Real Madrid en el que el destino, como el cartero, llamó dos veces… Y tres. Y cuatro. Así no hay manera.

Naturalmente, y como ya he dicho, nada tengo que ver con los antropoides que van a muerte con el equipo, lo que quiere decir la muerte de los otros. Prefiero a esos otros que no tienen problemas en levantarse y aplaudir cuando Iniesta nos da una lección de fútbol.

Por cierto, que les hagan el control antidoping a los del Valencia: iban muy puestos de horchata. Porque si no de qué…