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domingo, 30 de julio de 2017

ARAMBURU 1: ‘PATRIA’

Con esto de los libros yo soy un poco obsesivo. Es decir, cuando descubro un autor, continúo con el filón. Eso me ha pasado recientemente con Fernando Aramburu. Al terminar el curso, el primer fin de semana en el que no tuve que corregir, abrí (¡grave error!) Patria. A partir de entonces comenzó la debacle. Porque ese finde sólo salí de casa para estirar las piernas; lo dediqué casi en exclusiva a su lectura. El miércoles por la noche lo terminé. Y con pena.

No descubro el libro. Ha sido el gran éxito editorial del último año. Y me alegro. En la Feria del libro de Madrid, las colas para que el autor firmase un ejemplar eran monumentales, casi tanto como las de los famosetes, youtubers, y demás (ironía malsana, causticidad irrefrenable, soy malo).

El peligro que corre Aramburu es morir de éxito. Me explico: Patria es tan monumental y ha tenido tanto éxito que probablemente eclipse al resto de su obra. Y no es justo. También puede ocurrir que buena parte de sus lectores hagan de ella un instrumento político o, peor aún, partidista. Y eso tampoco es justo.

El argumento es de sobra conocido: dos familias en un pueblo cualquiera pero próximo a San Sebastián, protagonizan la polaridad de tantos años en el País Vasco: los que simpatizan con el entorno abertzale, desde el que era tan fácil dar el salto al amonal y a la pistola, y los que sólo querían vivir como lo hace todo el mundo: familia, trabajo, amigos, aficiones... Pero eso no era posible: bastaba que alguien pusiera tu nombre, te señalara, te delatara, para convertirte en un apestado, un españolista, un mal vasco, un traidor…

Miren y Bittori son amigas, son el hilo conductor de la acción, el polo matriarcal desde el que se narra. Sus maridos son amigos, juegan a las cartas en el bar, van en bicicleta los domingos. Los hijos han crecido juntos. Pero el marido de Bittori, el Txato, es un pequeño empresario al que ETA exige el impuesto revolucionario, mientras que uno de los hijos de Miren acaba entrando en la banda terrorista. No cuento más.

El libro es una exploración sobre los motivos. No digo de las razones, que eso es otra cosa. Tampoco de las justificaciones, que nuevamente es algo distinto. Entramos en la psicología de todos los personajes, que se nos muestran indefensos, arrogantes, heridos, esperanzados, destrozados. Es también un estudio sobre psicología social: ¿qué llevó a unos cuantos centenares de miles de personas a esta situación?, ¿cuál es el poder de las creencias en los derechos de un pueblo?, ¿qué es exactamente la pertenencia y qué consecuencias tiene?, ¿cómo se tolera la discrepancia?, ¿por qué tantos fueron incapaces de alzar la voz, de mostrar públicamente su repugnancia?

A mí esto me interesa mucho. Porque admiro a los pocos que sí lo hicieron. Aramburu no es la primera vez que escribe sobre el tema (ver entregas de otros libros del autor a lo largo de los siguientes días), pero aquí lo hace a fondo, con valentía, también con distancia, lo que no quita un ápice de verdad y sí da escasa contaminación (muchos son los que dicen que hay que escribir desde dentro; yo creo que a menudo escribir desde fuera da perspectiva).

Me gusta especialmente el personaje de Gorka, doblemente acorralado, impulsado a tener que escribir para niños porque, de lo contrario, al ser el que más y mejor habla euskera, estaría condenado a servir a la causa. Y ha de marcharse. Y callar. Me lo imagino, ocultándolo todo, hasta que no puede más.

He derramado unas cuantas lágrimas, eso es relativamente fácil. Pero insisto en que cada cual debe leerlo  por sí mismo. La emotividad es más fácil de conseguir que la calidad. Sin embargo, creo que la novela de Aramburu lo tiene todo.  Me alegro.


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lunes, 24 de julio de 2017

SUFRAGISTAS

El curso pasado llevamos a los estudiantes al cine, una sesión matinal, especial para ellos. Vimos Sufragistas. Me explicó un compañero anglófilo que en inglés se distingue entre suffragist y suffragette. Éste es el título original de la película: Suffragette.

Una suffragette es una sufragista más radical, alguien que no sólo está a favor del derecho al voto de las mujeres, sino que está dispuesta a infringir la ley para conseguirlo. De eso va la película, de un grupo de mujeres que hicieron frente a una ley injusta para conseguir el objetivo. En este sentido, entroncan con la desobediencia civil y con lo que hoy se llamaría (con ciertas reservas) terrorismo de baja intensidad. De todos modos, mucho cuidado con esto: ni la época ni la causa eran las mismas.

La peli da para una revisión a nuestra historia reciente, la de Europa, cuna de la civilización…; sí, esa civilización incivil que hace menos de un siglo permitió a la mitad de su población tener algo tan básico como el derecho a votar.

La vieja polémica (no exactamente maquiavélica) entre medios y fines es uno de los nudos de la narración. He leído que algunas suffagists acusaron a las suffragettes de retrasar con sus acciones los logros a los que tenían derechos. Nunca lo sabremos.

En relación con ésta distinción que en español no existe, aparece otra: la que hay entre legal y legítimo. Si bien toda ley es pleonásmicamente legal, no siempre es legítima. Y, en consecuencia, ¿está legitimado desobedecer leyes ilegítimas? La tesis de la película va claramente a favor de ello, naturalmente a favor de la Historia y con la verificación posterior de ella. Eso lo sabemos hoy, pero no lo sabían quienes llevaron a cabo esa lucha en el cambio de siglo.

La película tiene pulso, no decae. Los personajes (habitual combinación de reales y ficticios) son siempre creíbles y los actores están muy bien, todos, incluida una Meryl Streep en un pequeño y sustantivo papel. La ambientación, lo que ahora se llama factura técnica, es de lo mejor de la película: como estar allí y entonces. Dicen los que saben inglés que hay que verla subtitulada porque también han cuidado eso, con distintos modos de hablarlo según la extracción social del hablante.

Tiene escenas dolorosísimas, las que muestran la explotación laboral, la escena final y, sobre todo, la entrega del niño. En ese plano hay una maldad que no es sólo del marido, sino estructural, social. Eso es patriarcado, poder, leyes injustísimas y división de la población en sujetos de derechos y sujetos de deberes. El marido era un hombre bondadoso, pero se transforma (amparado por una sociedad y unas leyes) en el mostrenco que todos podríamos ser si creyéramos que lo corriente es lo normal.

A la salida del cine hay que pensar: lo que vemos, la igualdad que reflejan las leyes (y no siempre la realidad, desde luego) no ha sido fácil ni gratis. Conviene no olvidarlo: los derechos no son sino una creación antinatural. Por lo tanto, no son reales, sino construidos sobre la sangre de la gente que nos precedió.  No son eternos y sí se pueden perder.

Película para ver y hacer ver a las nuevas generaciones. Lo que no es natural hay que cultivarlo para que lo interioricemos al modo de una segunda naturaleza y actuemos como si lo fuera.


lunes, 17 de julio de 2017

LO CARO

La entrada al museo del Prado cuesta 15 €. No es barato, desde luego, aunque hay muchas reducciones por edad y condición y es gratis a partir de las 18 h. De todos modos… ¿es caro? Todo depende de lo que te den. Una película cuesta casi 10 y una obra de teatro a partir de 12-15. Una película es un clon, El jardín de las delicias algo único.

¿Es caro?

Un plato de pasta en un restaurante de postín me costó 24 € (sensacional, he de decirlo); la botella de agua de un litro 4,20 y, además, el coperto: 1 €. Esto fue lo  que me pareció más caro, la pasta lo que menos. El coperto no tiene justificación ni amparo legal (ya hablé de ello en otro post); el agua tampoco: han multiplicado por 7 su precio de supermercado y únicamente requiere frío. La elaboración de un plato es otra cosa, aquí hay que pagar personal y conocimientos para su elaboración.

¿Es caro?

Un libro en papel me cuesta 20 €. Miro cuál es su precio en formato digital: 15 €, carísimo. Todas las copias que queramos sin necesidad de gastar papel, distribución, librerías. Es más caro en digital que en papel, aunque cueste menos.

Los teléfonos móviles se suicidan a los dos años, raramente a los tres. Por lo tanto, son un dispendio sin demasiada justificación. Es hora de que los responsables de gobernar obliguen a los fabricantes a hacerlos más duraderos. O, simplemente, que no los fabriquen para tirarlos al poco tiempo. Muy caros.

Muy caras son también las tarifas de telefonía. Especialmente si tenemos en cuenta que cambian unilateralmente los precios y que estamos indefensos. Un contrato es un acuerdo entre iguales que obliga a ambos…, menos en este sector, en el que una de las partes se salta impunemente los acuerdos firmados y considera sin rubor que lo que ha entregado “para siempre” no era para siempre. No debieron aprobar la Lengua castellana en la ESO. La última vez que subieron mi tarifa hice amago de marcharme. Me llamaron de inmediato, cada vez que yo decía algo me bajaban el precio. Así hasta los 31 €, 17 menos que mi tarifa. Dicho de otro modo, me estaban tomando el pelo. Pero mucho. Porque supongo que a 31 siguen ganando dinero, son una empresa con legítimo ánimo de lucro. Ya se terminó el acuerdo: 24 € más, by the face y sin explicación.

Todos los domingos me voy a un pub irlandés que hay en la ciudad en la que vivo. Estoy una o dos horas. La media pinta cuesta 3,5-4 €. Hay música en directo y nos ponen una tapa. Qué barato, un regalo.

Una vez al mes me reúno con compañeros y excompañeros de trabajo (por lo tanto, amigos). Comemos. Menú y alguna cerveza de más. Total: 12-14 €. Estamos dos o tres horas; es fácil calcular a cuánto nos sale la hora de felicidad: muy barato.

Esto viene a cuento de la discusión sobre el valor y el precio de la cosa cultural. Yo no soy partidario del gratis total, lo que no significa que sea un masoca al que le gusta aflojar la cartera.

En el inconsciente del personal está grabado que lo que tiene un alto precio tiene un gran valor. Y al revés. Y no es lo mismo, como sabe cualquiera. Vuelvo a lo de antes: un autor al que no le pagan lo que hace acaba por no producir o por destilar basura. Por el contrario, los grandes imponen tarifa. Ya sabemos que no es lo mismo un concierto de los Rolling Stones que la verbena del pueblo (con mis respetos a todo trabajo honrado). Tampoco es lo mismo Borges que cualquier juntaletras que se autopublica. Un conferenciante tiene, como los cantantes, un caché y un agente. A mí no me iría a escuchar ni mi familia más cercana. El ibérico no sólo cuesta más que el chopped, es que es mejor. Hay ejemplos para aburrir.

La educación básica es obligatoria. Pero no gratis, cuesta y mucho, y hay que informar a la gente que eso viene de los impuestos, de su dinero. Debe ser gratuita. No entiendo, sin embargo, que se financie con dinero público la diversión, las peñas, los conciertos, los toros o cualquier otra actividad no imprescindible, que deben pagar sus usuarios.

Me gusta el jazz. Hace una semana fui a un concierto nocturno. El ayuntamiento decidió que fuera gratis. Fui también la semana anterior y la gente entraba y salía, miraba el móvil, hablaba… En invierno estuve en un ciclo precisamente de jazz: 15 € cada una de las sesiones. Lleno siempre. El sábado pasado dije a los amigos con los que fui que yo cobraría entrada: a mí me gusta y no sé por qué tienen que pagarme la entrada mis conciudadanos, del mismo modo que yo no quiero pagar los toros o la borrachería de las peñas (financiadas en parte por el ayuntamiento y a las que no se les conoce actividades especialmente culturales).

El dinero público hay que tratarlo con mimo. No estoy diciendo que financiar actividades sea malversación de fondos públicos, pero sí que hay que tener un criterio muy claro: que no falte un euro para lo imprescindible y que lo otro se lo pague cada usuario. Es una variante de un clásico en filosofía moral: la justicia se exige, a la felicidad se invita. Se invita a pagar, quiero decir.


https://www.youtube.com/watch?v=8xgIBrsDR1g&list=RD8xgIBrsDR1g&index=1


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lunes, 10 de julio de 2017

REFLEXIÓN PARA MIS ESTUDIANTES

Cuando yo estaba en el lugar que ahora ocupáis vosotros (allá por el cretácico), en lo que entonces se llamaba Selectividad había una prueba desaparecida hoy: la conferencia. Un profesor de la universidad la impartía durante 45 minutos mientras nosotros podíamos tomar notas en un folio, sólo uno. Después debíamos responder a una serie de cuestiones sobre lo que se nos había dicho.

Hice la Selectividad en la Facultad de Medicina y el ponente era un médico, el Doctor Smith (no bromeo). Habló del desarrollo del niño durante los primeros años de vida. Era tan interesante que casi me olvidé de tomar apuntes. Recuerdo aún estas frases: “La frustración es educativa y necesaria”, lo que no significa -añado yo- sufrimiento ni mucho menos maltrato. El niño debe saber que no todo se puede hacer para aprender a superar las dificultades.

Si lo tengo tan presente es porque he pensado en ello desde entonces. Creo que aquel médico tenía razón y que lo que explicó Platón con otro lenguaje es esencialmente lo mismo: únicamente quien sea capaz de superar obstáculos saldrá de la caverna.

Espero que nadie deduzca de estas palabras que soy de los de la letra con sangre entra e insensateces similares. Los de la escuela de la felicidad dicen tontunas en esta línea para que parezca razonable la endeblez de sus propuestas. No, lo que sí soy es un racionalista crítico, un heredero de mi tradición cultural. Mejor: de algunas de mis tradiciones, porque el peor Rousseau no se puede comparar con el mejor Kant; tampoco me afilio al romanticismo político, aunque estoy dispuesto al militar en el poético y sentimental.

Uno bebe de sus maestros y detesta lo que escribieron otros. Últimamente se ha puesto de moda en educación que el niño no debe tener dificultades, que todo debe ser suave, emotivo y dulce. Dicen estos individuos que el objetivo de la educación es la felicidad y que, una vez conseguida, el conocimiento llegará como fruta madura. Yo creo que es al revés: el objetivo de la escuela es el conocimiento, es imposible disfrutar con lo que no se conoce, a no ser que el placer sea tan banal y primitivo que desnaturalice para siempre la finalidad del conocimiento.

Muchos de ésos no hubieran soportado los 45 minutos maravillosos del Doctor Smith. Yo aún lo recuerdo. Muchos de ésos son los que no soportan una clase magistral, peor para ellos. Lo malo es que hay escuelas que consideran que, como los chicos se aburren, hay que ser una especie de payaso a tiempo completo para que sean felices. Y entonces (en su cielo pedagógico) llegará el conocimiento. Sin frustración.

Yo, ya lo he dicho, en este tema soy un platónico, un kantiano, un ilustrado. Ya sé que el sueño de la razón produce monstruos. A veces. Pero el sueño de la sinrazón o de la irracionalidad los produce siempre.


(Ilustraciones: https://psicovalencia.wordpress.com/tag/ninos-con-baja-tolerancia-a-la-frustracion/ y Maitena).

martes, 4 de julio de 2017

MÚSICA EN EL INSTITUTO

Finales de Abril. Acabo de salir de mi clase de 2º de Bachillerato. Nietzsche. Afirmaba el loco turinés (CrisC dixit) que un mundo sin música sería un error: faltaría el ingrediente fundamental de la belleza.

Pienso en esto mientras los estudiantes de 1º hacen un examen y a través de la pared se oye la clase de Música. Suenan torpes flautas, pero aun así reconozco la banda sonora, la canción principal, de la película Titanic. Hace calor y tenemos las puertas abiertas. Un alumno de los que acabo de ver, de los mayores, pasa silbando. Le miro con falsa reprobación desde el umbral: “Perdón, profe, perdón, es que he oído la música y me he venido arriba”. Me río.

La música nos atraviesa sin quererlo. Es matemática, pero ha encontrado la fórmula para atravesar el alma. También es un producto creativo de la razón, no todo es sentimiento y frenesí. La música no es nada distinto de la vida. Espero que Nietzsche no se levante a reñirme.

Los estudiantes de la clase de al lado hacen un descanso con sus flautas y pocos segundos después llegan a nosotros los arrebatos taquicárdicos de Carmina Burana.  Recuerdo a mi hijo de dos años boquiabierto ante esa música en un concierto en La 2, antes de ir al colegio, sin recorrido vital, sin aprendizaje. Pero la belleza debe ser uno de esos elementos a priori con los que funcionamos los homínidos, aunque a base de martillazos reorientemos hacia cualquier sandez la natural tendencia a la belleza.

Suelo ir a trabajar escuchando ópera, 15 minutos andando desde mi casa, tengo suerte. Últimamente la alterno con Ludovico Einaudi. Me cruzo todos los días con una mujer que me parece hermosa y que ya sólo puedo asociar con esas músicas. Lleva el pelo corto y la belleza de la música prendida en la mirada. Nietzsche tenía razón.