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sábado, 29 de enero de 2022

QUID PRO QUO

La semana pasada apareció en un libro de texto la palabra feedback. Pregunté a mis estudiantes si sabrían traducirla. Ninguno. Lo de retroalimentación ni les sonaba. Sin embargo, uno de ellos dijo que si era lo mismo que quid pro quo.

Y sí, algo así. Naturalmente, me vino a la cabeza aquella escena de El silencio de los corderos en la que el doctor Lecter le dice eso mismo a la agente Starling: quid pro quo, le ayudaré si me cuenta su vida, sus debilidades. Será el modo de que la tenga dominada cuando usted cree dominarme a mí.

Tampoco habían visto la película.

En una clase a veces hay mucho quid y poco quo. Me canso, siento que hay mucho esfuerzo para nada, o para demasiado poco, demasiados pocos.

Al final de un espectáculo llega el momento del quid pro quo: aplaudamos, nos han dado dos horas de felicidad.

En una relación, en cualquiera, de cualquier tipo, siempre debe existir. Eso no implica que sea simétrica y que todo lo que se da haya de recibirse en la misma cantidad y calidad, pero al menos hay que evitar que uno siempre dé, se dé, sin recibir más que órdenes y una vida hecha a la medida del otro. Todos sabemos que hay amigos demasiado exigentes, que tienen la piel muy fina hacia dentro y la palabra demasiado cortante hacia fuera. Todos sabemos de parejas en las que uno organiza y otro se pliega a sus gustos, apetencias y deseos; parecen felices, pero no hay quid pro quo, solo migajas, a menudo ni eso.

Y no.

 



Procedencia de la imagen:

https://www.amazon.es/Quid-Pro-Quo-Steve-Shapiro/dp/B0818Y6FNK

sábado, 15 de enero de 2022

MI BRIGADA


Hace ya muchos años, demasiados, serví a la patria en eso tan innecesario que llamábamos mili. Lo hice a través de aquella vía especial que se llamaba escala de complemento, por la que los universitarios podíamos alcanzar el grado de sargento o alférez y, con esos galones o estrellas, pasar lo mejor posible los últimos seis meses, las prácticas.

No fue una experiencia grata, pero tranquilos, que no he venido aquí hablar de la puta mili; no, al menos esta vez no. Escribo porque estoy leyendo el libro El mal de Corcira, de Lorenzo Silva y cuando aparece la brigada Chamorro me acuerdo de un brigada que estuvo conmigo, el brigada Albarracín. Era mayor, más cerca de la jubilación que de la juventud. Por supuesto, era muy mayor en comparación con mis veintipocos años. Junto con el sargento Moratalla, lo mejor que me encontré allí. Bueno, he de añadir al capitán Macián, mi capitán durante algunos meses, un tipo serio y bien formado, deportista, culto, abstemio… No tuve mucho trato personal con él, pero me pareció siempre un militar admirable.

El brigada Albarracín se ocupaba de todo lo relativo a intendencia, es decir, ropa sobre todo, víveres y otros elementos necesarios que no fuera el armamento. Cuando íbamos de maniobras gestionaba lo relativo a la comida. Recuerdo una conversación con él en la tienda de campaña de oficiales en la que le dije que me sorprendía lo buena que era la comida en comparación con la del cuartel. Se sorprendió y se sonrió a la vez. Y me explicó que intentaba hacer algo saludable, abundante y variado. Lo de abundante no siempre era posible, pero lo cierto es que allí se veía la mano de una persona preocupada por su cometido. Recuerdo que me dijo algo así: “Mientras yo me ocupe de la comida, será buena”. Y lo era. Hacía maravillas con el presupuesto. Era un tipo de fiar, de esos a los que puedes dejar todo tu dinero y las llaves de tus propiedades, que te lo encontrarás a tu vuelta igual o mejor. Una persona honesta.

Le he dado muchas vueltas a su modelo, que también veo en los picoletos de Lorenzo Silva. Soy profesor y veo a veces deshonestidades que me molestan por aceptadas, porque se han convertido en costumbre: copiar, fusilar de internet, piratear cosas ajenas, mentir para conseguir más tiempo, fingir enfermedades… Siempre se ha hecho, me dicen algunos. Pero ahora veo la normalización, incluso el orgullo impúdico de la maldad exhibida. Y, lo peor, hay muchos padres que se han convertido en abogados de sus hijos, que justifican lo injustificable y nos ponen en aprietos a los docentes. Dentro de poco, los abogados los vamos a necesitar los profesores.

Y por eso me he acordado del brigada Albarracín. Me comentó un día que me admiraba porque yo tenía cultura. Yo, un pobre jovenzuelo con cuatro libros mal leídos y peor digeridos. Cuando terminé la mili me despedí de él y de muy pocos más. No le di un abrazo por pudor, pero le dije que había sido un honor conocerle y ver cómo trabajaba. Se descolocó un poco -él era aún más pudoroso- y me respondió que el honor había sido suyo y que estaba seguro de que aprobaría las oposiciones y sería un buen profesor. Y se cuadró.

Creo que personas así son modelos y las necesitamos. De otros he olvidado piadosamente su nombre y si los viese por la calle me cambiaría de acera. Pero el brigada Albarracín encarnaba esa honestidad vital que tanto me sigue gustando.

Y por todo eso que estoy pensando, y por el libro de Silva, hoy me acuerdo de mi brigada, al que nunca tuteé porque él era un profesional, un hombre hecho y derecho, y yo un jovencito al que más por azares que por méritos propios, le habían cosido una estrella en la bocamanga.

Gracias por el ejemplo, mi  brigada.



Procedencia de las imágenes:

https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/8/85/Vintagedivi14.png
https://www.casadellibro.com/libro-el-mal-de-corcira/9788423357567/11405154