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miércoles, 27 de septiembre de 2017

MÍNIMOS Y MÁXIMOS

A la felicidad se invita, pero la justicia se exige. Las éticas de la justicia son éticas de mínimos, mientras que las de la felicidad lo son de máximos. Éstas pueden ser subjetivas, culturales o de grupos aglutinados en torno a determinadas aficiones o creencias.

Lo difícil es saber qué son los mínimos. Esto es tarea de titanes… encomendada a personas.

Lo intentó la ONU de los tiempos en que parecía posible el sueño de la razón práctica, cuando llevó a cabo ese imposible que fue la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Recalco lo de Universal. Creo que no acabamos de reparar en lo que significó aquello: los asideros culturales, las religiones, las particulares cosmovisiones cedieron (algunos de muy mala gana, por cierto) en favor de una universalidad de la voluntad de justicia, de una dignidad mínima para todos.

No se cumplen, es verdad. Pero siguen siendo un referente, una idea regulativa (no me libro de Kant ni queriendo), un código vigente, algo más que un ideal de la razón.

Ahora hay que procurar que no mueran de éxito, que ya lo hacen. Hay que promover que se cumplan universalmente frente a los paladines del relativismo democrático (oxímoron a poco que se reflexione).

Es lo mínimo.




Ilustración: http://ridna.ua/2013/11/na-samiti-u-vilnyusi-predstavlyat-vystavku-pro-nedotrymannya-prav-lyudyny-v-ukrajini/

Música: https://www.youtube.com/watch?v=IgAT0jwnVzA

lunes, 18 de septiembre de 2017

ISONOMÍA

Quienes piensan que todos somos iguales tienen un grave problema de visión o, aún peor, su razonamiento está a la altura del de un mejillón.

No es preciso ahondar en lo primero: basta con abrir los ojos y anotar todos los tonos de piel, todas las tallas, sexos, idiomas, creencias variopintas, ropas diversas y complementos complementarios. Menos mal.

Lo peor es la democracia entendida como equivalencia radical. La isonomía es igualdad ante la ley, igualdad de oportunidades y de derechos. Y aún así esto es discutible y mejorable (muy mejorable). Pero no somos iguales. Desde luego, no en el punto de partida. Menos aún en el desarrollo, en la llegada. Ni todos hacen lo mismo ni todos aportan lo mismo. Una sociedad de derechos y no de deberes es un problema a corto, medio y largo plazo. Una sociedad sin posibilidades de paliar el puesto que nos ha tocado (la lotería natural, la lotería social) es un problema siempre, es la injusticia, es una bomba de relojería.

Me fijo a menudo en cómo trabaja la gente. Los hay que colaboran con su honradísima y eficaz tarea (y con sus impuestos); los hay que optimizan el dinero que el estado gasta en ellos en educación y sanidad, entre otras (una pasta, por cierto). Los hay que conviven, respetan y discrepan. Y discuten, argumentan, se indignan cuando es preciso, pero ni siempre ni por todo.

Luego están los otros. Son aquellos a los que todo parece que les es debido, los que no hacen bien su trabajo, los que evaden impuestos, los que lo harían si pudieran. Están aquellos que vegetan en el sistema educativo, los que quieren todos los servicios sanitarios aquí, ahora y antes que nadie (por supuesto, gratis total). Estos no han  advertido aún que los derechos y los deberes se implican mutuamente.

Están también los delincuentes, los grandes delincuentes. Algunos son delincuentes legales (valga el oxímoron), los que se llevan su dinero a paraísos fiscales, los que tiran con pólvora del rey mientras el mismo rey se la cobra a sus súbditos a precio de oro. Una versión más moderada de esto son los pequeños corruptos, en su ámbito de actuación, cada uno el suyo, el que tiene a su alcance.

No somos iguales. Cada uno ha escogido (ya sé: no siempre, no en todo).  Los del primer grupo construyen convivencia. Los del segundo son los dinamiteros, los que expanden la plaga, los de todos son iguales (lo que quiere decir que quiero que los demás paguen lo mío). Los terceros no tienen perdón de Dios; lamentablemente, sí lo tienen de las leyes, lo que vulnera el primer principio de la democracia: la isonomía.

Dicen los expertos que en la educación está la clave. Puede ser, no sólo. A no ser que llamemos así a un conjunto de elementos que influyen en la conducta. Y que no la determinan, que nadie lo olvide.


Procedencia de las imágenes:
https://apiedeclasico.blogspot.com.es/2015/11/aristides-ostracismo-e-imperio-de-la-ley.html
http://demoinfo.com.py/en-paraguay-el-sistema-judicial-actual-es-clasista-discriminatorio-y-corrupto-afirman/


sábado, 9 de septiembre de 2017

RECIPROCIDAD

Las relaciones humanas son complejas. Ninguna novedad. Abandonado o al menos alejado el sendero del instinto, no tenemos instrucciones, no hay nada que nos asegure cómo relacionarnos con los demás y, sobre todo, cómo hacerlo bien.

Algunas de las cuentas de Facebook de amigos tienen chorrocientos amigos, 20 veces los que tengo yo.  La mayoría suelen tener unos 10-15 likes y… a veces uno o dos comentarios, incluso ninguno. Cuando se trata de entradas menos personales (incluso íntimas), menos aún. Es lo normal. Me sigue asombrando esta pereza escribidora de la gente. Sin embargo, parece lo habitual: casi nadie escribe unas líneas y cuando lo hace suelen ser frases cortas y tópicas, pero darle un dedazo al ratón es fácil, y con eso parece que hay comunicación.

Algo es algo. No obstante, ese algo es poco algo.

Los que somos blogueros hacemos algo más que poner una foto del lugar en el que abrevamos o la playa en la que nos tostamos (“Sufriendo”). Como casi todo juntaletras sabe, escribir cuesta, las palabras no salen solas. Pero aquí ni siquiera hay un “me gusta” que confirme al menos que alguien lo ha leído y tiene una cierta proximidad con lo escrito; o, al contrario, que tiene ganas de discutir con el autor.

Me asombra que muchos de mis amigos dicen leer lo que escribo. Pero son muy pocos los que comentan, con los que intercambio argumentos. Muy pocos. Algunos han abandonado no sólo el comentario, sino también la lectura. Según parece, seguimos siendo amigos. Pues será. Pero me duele. Mucho en algunos casos.

CrisC y yo hemos hablado a menudo del tema. Ampliándolo un poco diré que toda relación humana, del tipo que sea, necesita reciprocidad, cierta reciprocidad. No digo igualdad, que en rigor nunca existe, pero sí al menos un cierto feed-back. Al igual que ocurre en una pareja: no es cierto que los dos den lo mismo. Hay quien tira de la relación, quien planifica viajes, programa cenas, organiza compras, enciende velas y hornos para cenas románticas, preludia amor y relaciones íntimas… Pero hay que responder, alimentar la relación. Mínimamente al menos. O nos cansamos. No es posible que algo funcione si una de las partes se instala en la pasividad, eso que ahora se llama malamente “zona de confort” (porque el confort es otra cosa, algo distinto a un dejarse llevar).

Igual con los amigos. Hay quien llama, wasapea, organiza, planifica… Y hay quien no. Hay quien da excusas, quien conjuga muy bien el aversi (a ver si nos vemos, a ver si la semana próxima, a ver si encuentro tiempo…). Es cierto que algunas personas son más activas que otras, pero quien nunca toma iniciativa, quien nunca tiene tiempo, quien se excusa una y otra vez sin proponer alternativa… Está claro: es señal de adiós sin montar el pollo, una relación que languidece civilizadamente.

En cualquiera de los dos casos nos movemos en un terreno resbaladizo, de señales borrosas y fácil interpretación en un sentido o en el contrario. Por eso precisamente hay que ser algo más preciso y activo.

Debemos tener en cuenta que hay algún que otro analfabeto (yo mismo) en eso de leer señales correctamente. Por eso agradezco las llamadas, los mensajes, las quedadas y el tiempo. Procuro hacerlo también. Sé que no estoy libre de estos pecados sobre los que reflexiono; es más, tiendo a la misantropía y entiendo que alguno de mis amigos esté un poco harto. Debo mejorar esto.

Quien no tiene tiempo para ti es que no te quiere. No digo esta tarde, mañana o la semana que viene: “quien no tiene tiempo”, quien prioriza y  prefiere otras obligaciones (la palabra no es casual). Estas señales sí debemos leerlas bien. Es doloroso, pero al menos no se nos queda la cara de gilipollas, como dijo en aquella descacharrante canción el inolvidable Javier Krahe.

Nos cargamos a menudo con obligaciones que no son tales. Dejo aparte la familia, ésos que dependen de nosotros. También el trabajo, al menos el trabajo contratado, que también los hay que lo utilizan como narcótico. Yo hablo de otra cosa. Hay personas con las que se hace imposible contactar porque tienen tantas cosas que hacer que no tienen más tiempo. Estudian arameo, van a senderismo, al club de lectura, a los partidos de curling, a las reuniones del sindicato de escayolistas y a un proyecto genial de podadores de nubes. Claro, no tienen tiempo. Y como digas que tú si lo tienes te miran raro.

Otra variación es la de los que quedan funcionarialmente, una vez cada mes, una hora, de reloj, que no dudan en mirar una y otra vez en el móvil. “Me tengo que ir”, dicen, por no decir “Se acabó tu tiempo”. O añaden que tienen que madrugar, que quieren pintar la casa antes de dormir o que empieza Anatomía de Grey.

Y entonces es cuando adquirimos consciencia del lugar que ocupamos en su vida.

Porque si hay una cierta relación, la que sea, hay que nutrirla. Como digo, con mínimos al menos: la reciprocidad no es igualdad y todos no tenemos el mismo carácter.

Tengo ya unos años. Miro hacia atrás y veo cuántas personas se quedaron por el camino. A muchas no las echo de menos. Casi nunca he roto relaciones ruidosamente (dos o tres, que recuerde); muchas de esas sombras del pasado están bien ahí: nos dimos cuenta de que los senderos se bifurcaban y de que ya no teníamos nada que compartir. En otros casos -pocos-, me arrepiento de haber sido la parte silenciosa o poco sabia. Me arrepiento mucho. Y también me duele ese silencio de algunos (y algunas, casi siempre algunas), que no quiero o no quise olvidar. Si es desidia, merecemos la separación; si es simple pereza, también. Por eso que decía antes, por gilipollas.




Procedencia de las imágenes:

http://www.tusexosentido.com/2013/07/01/dialogo-de-reciprocidad/
https://www.taringa.net/posts/ciencia-educacion/15031997/Que-es-la-Misantropia.html



domingo, 3 de septiembre de 2017

EL JUEZ

Algunas películas nos llegan más que otras. Llevo muchos años viendo cine y aún no sé por qué algunas me gustan y otras no.

El juez es una de las que me gustan. Voy a intentar justificarlo. Creo que se trata de una estupenda combinación de factores. Todos suman.
La historia. Un juez de provincias, en Francia, debe enfrentarse a un caso de infanticidio. Un durísimo tema. Llegan los miembros del jurado popular. El juez reconoce a una de las mujeres que lo forman, es una médica que le trató hace tiempo y de la que estuvo y sigue estando enamorado.
Los actores. Fabrice Luchini me encanta, es un actor que transmite verdad, que es su personaje. Ella, Sidse Babett Knudsen, más aún, una de esas mujeres con chispa; habla poco, pero no necesita un torrente de palabras, no se actúa hablando. Su hija, Eva Lallier, tiene muy pocos minutos, pero maravillosos, con unos toques de humor y realismo adolescente que de manera asombrosa encajan muy bien en esto que parece un drama, una peli de juicios, un romance…, y que no es nada de eso porque lo es todo. Los implicados en el caso son unos actores impresionantes, todos desconocidos en España, al menos para mí.
Las historias que no se cuentan. Creo que la película es buena por lo que cuenta, pero también por lo que no, por lo que apunta, por todas esas historias posibles de testigos, miembros del jurado, pasado y presente, que se entrelazan. Sabemos, pero no mucho, y es suficiente con esos trazos. Hay muchas películas posibles en ella. El director ha elegido una línea, la mantiene, nos muestra lo que ocurre alrededor. Disfruto imaginando.
El tratamiento que hace el director. Me parece muy equilibrado. Tiene momentos de drama intenso, pero también de humor. Y de amor, y de no-amor. No nos ahorra las sombras de personajes que podrían ser sólo luces. La película es compleja y delicada, pese a que está rodada con sencillez.
Me gusta especialmente el personaje del acusado. Un tipo de aspecto común, con un vocabulario rudimentario y obsesionado en una terquedad que no entendemos. Porque parece ser culpable (¿cómo no recordar Doce hombres sin piedad?). ¿Lo es? Hay un discurso del juez al final que nos pone sobre la pista, tal vez nunca sepamos la verdad, dice. Y no sabemos si también habla de él.
No me gustan, en general, las películas abiertas. Sin embargo, ésta lo es porque habla de la verdad, ese télos inalcanzable e irrenunciable. Lo exigía el tema. Y el final, que no reviento, más aún: lo posible es más poético que lo probable, pero ninguno de los dos es la verdad. Y para qué la queremos.
Os gustará. Por cierto, no es la que pone esta noche TVE1, sino esta otra: