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martes, 30 de octubre de 2018

REUNIÓN



Es aburrida y poco práctica, casi todas lo son. Diez personas ante mí. Ocho son mujeres. Una de ellas lleva unos preciosos zapatos planos. A su lado, su compañero de Historia parece ocultar los suyos tras unos pantalones demasiado largos, rotos; tal vez ya lo estaban cuando los compró, pero la erosión contra el suelo pudo hacerlo también. Pienso que los eligió cuidadosamente, mucho más que si has de ajustarlos a la longitud natural de la pierna, un centímetro más o menos, según los vaivenes de la moda. La que está a su derecha, la de los zapatos bonitos, ha elegido unos pantalones que no llegan a ser blancos, de tela de gabardina, muy elegantes, planchados con esmero seguramente pocos minutos antes de venir: conservan la raya incluso en las rodillas. Concluyen cuando comienzan los tobillos, qué fragilidad sugerente. Entiendo que en algunos tiempos y lugares hubiera una fijación fetichista con ellos. Su piel, no más de ocho o diez centímetros, es perfecta, delicada. Y termina en unos zapatos planos muy limpios, de charol en los talones y tela en el resto, excepto la puntera, en la que unas discretas flores motean el mismo color oscuro que en los talones. El siguiente profesor imparte Tecnología. Pienso que su atuendo es él: práctico, resolutivo, sin concesiones a detalles innecesarios. Veo bajo la mesa unos zapatos náuticos, oscuros por el uso, demasiado consistentes para esta hora calurosa de la tarde. Seguramente son para él instrumentos de trabajo como puede serlo la tiza, el ordenador o los cables con los que a veces lo veo por los pasillos del instituto. A esos zapatos les sienta bien el paso del tiempo, que los convierte en viejos amigos, parte de la piel. Nos acompañan con las arrugas y hasta un descosido les da prestancia y trienios. Más allá, el siguiente mantiene las piernas hacia atrás, como con timidez. Alguien le pregunta y habla con calma y lentitud. Después estira las piernas y un tobillo asciende al otro, con seguridad, sin arrogancia. De la solapa del zapato derecho emerge una etiqueta roja que informa de la marca. No es un profesor especialmente cuidadoso con su atuendo diario y nunca le he visto fuera de aquí pero, ahora que lo tengo enfrente, me doy cuenta de que la limpieza y el cuidado personal no son sinónimos de exhibición sino de respeto hacia sí y hacia su trabajo. El que le ha interpelado, junto a la tutora, un miembro del equipo directivo, es sin duda el más clásico y aburrido de todos: vaqueros de siempre y mocasines marrones con calcetines negros. Calcetines negros, no puedo evitar un gesto mental (que no se note) por esa prenda y color que me parece fuera de tono hasta en los funerales. Será porque los calcetines son lo más absurdo que viste a una persona, lo más ridículo. Será porque cubren la parte más incomprensible del cuerpo humano, la más inarmónica, definitiva e inapelablemente fea. Un calcetín discreto no puede ser un calcetín prescindible. Basta una licencia en forma de color, dibujo, forma, para convertirlos en otra cosa y amortizar ese desatinado final del cuerpo. Mi compañera de Matemáticas me pone la mano en la rodilla, me estás poniendo nervioso, dice. Perdona. Muevo acompasadamente una pierna cuando estoy impaciente. La vibración se transmite a ese prodigio de orden y educación. Una pierna que se mueve en una reunión no es concebible, indica un estado de ánimo impropio e inadecuado, un deseo de marcharse que ella no tiene porque no se lo permite. Observo al resto, nadie mueve las piernas; tres las mantienen hacia adelante, el resto, recogidas, cruzadas. Nadie mueve las piernas y debo ser el único al que esto le afecta por lo innecesario, por el despilfarro de recursos humanos en reuniones de las que solo salen informes, papeles y más burocracia con la que alimentar a los devoradores de vacío con cuños y firmas. A mí hoy solo me interesan los pantalones, los zapatos y los calcetines. Hay un estudio de psicología por hacer: “Moda, lenguaje postural y sentimientos. El mensaje de las emociones en la competencia social”, creo que podría escribirlo. La memez del título me divierte, podría citar prestigiosos estudios de universidades americanas aún más prestigiosas en las que los profesores llevan calcetines de colores mientras hacen como que resuelven sus problemas en una reunión de trabajo. O de eficaces trabajadores alemanes, con el tiempo prefijado y un respeto hacia las palabras de otro, seguridades. “Dice el profesor Heinrich Manturbäcker, de la Universidad de Heidelberg…”. O “Según la revista Science, Psichology and Behavior existe una correlación no circunstancial entre el atuendo informal requerido en reuniones de trabajo más allá del horario estándar y la personalidad del empleado”. Leí que un profesor había escrito artículos falsos con nombres ficticios y referencias bibliográficas inexistentes, y que nadie puso objeciones a su publicación. Me divierte pensarlo en esta reunión que está llegando a su fin. Oigo como a lo lejos al Jefe de Estudios, a la Tutora. Piden unos informes que nadie leerá pero que es imprescindible realizar y sigo mirando, tomando estas notas en mi ilegible letra que nadie tomará por distracción sino por interés, proyectos y deberes. Tengo ganas de decir que me aburro, como impúdicamente manifiestan los alumnos, pero demasiada educación a mis espaldas lo impiden. La Tutora nos despide con palabras amables, le sonrío. Me gustan sus zapatos azules de medio tacón. Lamento no haberle prestado más atención.




Procedencia de la imagen:
https://movimientoprofesoralut.wordpress.com/2016/01/28/comunicado-asamblea-general-de-profesores-universidad-del-tolima/


sábado, 20 de octubre de 2018

APUNTE DE BAR


Tenían aspecto distinguido y cansado.

Venían -también yo- a indagar (¿a saber?) a un bar
de ésos que llaman de barrio, de toda la vida:
ésa que iba en serio para casi todos, aunque algunos
aún no sabían que existió Gil de Biedma.

Allí estábamos: en la vida exterior del que todo lo ignora.








Procedencia de la imagen:
http://www.kebuena.com.mx/2015/chiste-un-hombre-en-un-bar-25028.html

domingo, 7 de octubre de 2018

CUATRO FRASES EN UN CLAUSTRO


Este año, durante el siempre aburrido claustro inicial de curso, saqué unos folios en los que había anotado cuatro frases tomadas de la primera novela que he leído de Alicia Giménez Bartlett, pronunciadas/pensadas por la comisaria Petra Delicado. Mientras el runrún previsible y clonado de otros cursos se sucedía, a mí me dio por escribir sobre ellas, a partir de ellas.


1.     Sin testigos infamantes de la mediocridad. Nunca es posible. Por eso buscamos el silencio y la impunidad, nada tan bajo como la mediocridad, hasta el crimen precisa inteligencia y no una simple chapuza coyuntural dictada por instintos bajunos. Lo peor es que tantos mediocres exigen complicidades, testigos, de su bovino proceder.
2.     Yo podía subir o bajar por su escalera según me lo dictase el humor. No paro de dar vueltas a esta frase con el curso por delante. A veces tengo ganas de dar la batalla; otras, me enroco en el conocimiento de lo que sé que no se puede hacer y mi yo más zen entra en el silencio. Éste debería ser el camino, el otro me hace daño. Elegiré el error.
3.     Me compadecí de él, sus esfuerzos por convertir los prejuicios en argumentos. A esto sólo se puede decir: nada que añadir, señoría. Sin embargo, ese esfuerzo, cuando es sincero, convierte a sus actores en personas meritorias. Porque prejuicios tenemos todos y ser consciente de ellos es un primer y gran paso. Para trascenderlos, claro, no para apuntalarlos.
4.     La gente acepta mucho mejor las broncas que la frialdad educada.  Claro, el desprecio nos ningunea, mientras que el odio o el más vulgar rechazo nos hace alguien, algo. No existir, ser un gusano, sólo nos hace dignos del silencio, el olvido o la frialdad. Algo así como ser invisibles: no ser.

Procedencia de la imagen: https://ined21.com/claustro-profesores-sistema-amigo/