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sábado, 26 de octubre de 2013

LA IGNORANCIA

No sé si estudiar nos hace más inteligentes. Pero estoy seguro de que la ignorancia voluntaria (por lo tanto culpable) nos hace más estúpidos. Y, lo que es peor, más bestias. Si el que estudia lo hace con empeño y cierta dosis de desconfianza, supongo que aumentará su inteligencia; si sólo quiere apuntalar sus convicciones, entonces da lo mismo que estudie los textos sagrados de turno que la guía telefónica.

Acabo de leer un brevísimo texto de Zweig: Montaigne, biografía de ese raro pensador francés. No es un gran libro, ni siguiera está terminado (Zweig se suicidó antes de concluirlo), pero sí tiene la suficiente información como para que yo esté ahora escribiendo estas líneas en lugar de estar disfrutando en el bar. Es decir, da que pensar, o al menos me da que pensar a mí.

Montaigne quiso desarrollar sus razonamientos al margen de las luchas tribales entre hugonotes y católicos, güelfos y gibelinos, franceses y el resto del mundo. Podría decir algo parecido de su biógrafo, al que, por cierto, le fue bastante peor. Todo el mundo sabe que son pocos los pensadores de verdad, aquellos que se han atrevido a decir no en todas direcciones, al margen de argumentarios de fe, ideología, pertenencia o tradición.

Tales modos de emitir palabras (pensar es otra cosa) me parecen una modalidad depravada de la ignorancia. El que amuralla su cerebro no tiene derecho a discutir con los demás. Pero hemos de actuar con cuidado porque ignorancia y fanatismo son tan compañeros de viaje que el primero suele ser el antecedente causal del segundo.

Por eso me gusta Zweig. Y también por eso tengo deseos de meterme de lleno en Monaigne. Lo poco que sé de él me promete una línea de pensamiento en la línea vital de mis maestros. Espero que los pocos que esto leen perdonen mi ignorancia, pero ni es deliberada ni mis carencias hacen que esté seguro de lo poco que sé.

viernes, 18 de octubre de 2013

EL NOBEL DE LITERATURA (Y YO)

Para Lucía. Te dejo pistas con las que ocupar el tiempo en la convalecencia.


Alice Munro. La Academia Sueca se complace en dejarme mal. Ni la menor idea de quién es ni de lo que ha escrito.

Pero no puedo decir que los que deciden sean unos extravagantes sin posible redención. En el 57 premiaron a Camus y pocos años antes a Russell, lo que sí es una rareza porque su obra es indiscutiblemente filosófica y, salvo un par de textos, para especialistas.

Repaso la lista de los premiados desde entonces y me encuentro con que no me son tan desconocidos. Aunque hay de todo.

50: Bertrand Russell. Tres libros leídos. Recomiendo La conquista de la felicidad: el mejor libro de autoayuda que me he echado a los ojos.

51: Pär Lagerkvist. Desconozco quién es y qué ha escrito.

52: François Mauriac. No he leído nada.

53: Winston Churchill. Una excentricidad. Dicen que lo premiaron por sus libros sobre política e historia. Será por eso.

54: Ernest Hemingway. No es santo de mi devoción, lo que no me ha impedido leer cuatro o cinco libros suyos. El viejo y el mar, el único que me ha gustado, no me parece suficiente bagaje. Creo que tiene más leyenda que literatura y que su figura agiganta falsamente su obra.

55: Halldór Laxness. No tengo el placer.

56: Juan Ramón Jiménez. Grandísimo poeta. Muy merecido. Lo conozco poco. Platero y yo justifica cualquier premio; su poesía aún más.

57: Albert Camus. Qué decir. Creo que es el único del que he leído casi todo. Aprovecho para recomendar la lectura del discurso de agradecimiento, ahora que va a cumplirse un siglo desde su nacimiento.

58: Boris Pasternak. No he leído nada de él. Autocapón.

59: Salvatore Quasimodo. Esto… tampoco.

60: Saint-John Perse. Uf: ¿quién es?

61: Ivo Andric. Véase año 60.

62: John Steinbeck. Leí con agrado varios libros suyos y he visto algunas adaptaciones al cine. No los recuerdo bien, excepto la agradabilísima sensación que me dejó La perla.

63: Giorgos Seferis. Como en el 61.

64: Jean-Paul Sartre. Filósofo de prestigio tras la Segunda Guerra Mundial. Importante obra ensayística y coyuntural teatro y novela. Rechazó el premio, aunque años después reclamó el importe (que no le fue abonado). Lo he leído abundantemente, pero no es de los autores que relea. Recomiendo El muro.

65: Mijaíl Shólojov. Me dicen que debo leerlo, pero hay mucho antes.

66: Nelly Sachs y Shmuel Yosef Agnon. Baúl de los desconocidos. Ambos.

67: Miguel Ángel Asturias. En el debe. Me avergüenzo.

68: Yasunari Kawabata. He disfrutado recientemente con País de nieve. Lo recomiendo. Tengo deseos de profundizar. Advertencia: ritmo moroso, muy oriental en temas y tratamientos. Sin embargo, no sentí que la historia me resultase ajena.

69: Samuel Beckett. Me lo hizo descubrió una novia de juventud. Tengo buen recuerdo (mejor del escritor que de la novia, pero sólo por eso mereció la pena: ella, él más).  Tiene una extensa obra, de la que sólo he leído Sin y el clásico Esperando a Godot.

70: Aleksandr Solzhenitsyn. Conozco el significado de su obraza (por el tamaño) Archipiélago Gulag, pero no me atrevo a hacer un juicio literario. No obstante, le reconozco un valor testimonial cuando tantos miraban hacia otro lado.

71: Pablo Neruda. El poeta de la juventud de todos nosotros. No es mi poeta preferido, pero supongo que lo merecía.

72: Heinrich Böll. Me encantó Memorias de un payaso y no tanto El honor perdido de Katharina Blum.

73: Patrick White. Lo ignoro todo.

74: Eyvind Johnson y Harry Martinson. Como en el 73.

75: Eugenio Montale. 73, 74…

76: Saul Bellow. No lo he leído.

77: Vicente Aleixandre. Uno de los indiscutibles. Aún me pregunto cómo pudieron llegar a premiar a este genio del lenguaje con su poesía difícil de más difícil traducción. Lo frecuento con pasión.

78: Isaac Bashevis Singer. He leído un libro de relatos sin que llegase a entusiasmarme ninguno de ellos.

79: Odysseus Elytis. Entre los pendientes.

80: Czeslaw Milosz. Igual que en el 79.

81: Elias Canetti. Véase el año 80.

82: Gabriel García Márquez. Magnífica elección de un escritor del que ya había leído media docena de novelas. Un esguince de tobillo me inmovilizó seis semanas ese verano, lo que me permitió seguir leyéndolo con fruición. Cien años de soledad (20 horas consecutivas de lectura) es uno de ésos que han de colocarse en cualquier top ten de la literatura. El otoño del patriarca es droga dura.

83: William Golding. Sólo he leído El señor de las moscas, que me sigue estremeciendo. Dicen de él que es el Hobbes de la narrativa del siglo XX.

84: Jaroslav Seifert. Grandísimo poeta checo que, lamentablemente, leemos traducido. Cómo debe ser en versión original, sin subtítulos…

85: Claude Simon. Deberes para cuando sea mayor.

86: Wole Soyinka. Tengo en casa desde hace muchos años El hombre ha muerto. He de leerlo, todos los años lo acaricio, paso unas páginas… y acabo yéndome con otro. Sin embargo, presiento que me gustará. Necesito un psicoanalista.

87: Joseph Brodsky. Ver año 85.

88: Naguib Mahfuz. He leído una novela (El callejón de los milagros) y un libro de relatos (Historias de nuestro barrio). Muy recomendable. Más aún ahora.  Fue objeto de un atentado por los fundamentalistas.

89: Camilo José Cela. Sólo por Viaje a la Alcarria y La familia de Pascual Duarte se le podría dar cualquier premio. No me interesa nada su narrativa final. Su personaje menos aún. Pero lo que ha escrito es mayúsculo, y eso es lo que importa. Recomiendo una rareza: Oficio de tinieblas 5.

90: Octavio Paz. Salvo unos poemas sueltos, no lo conozco. Espero la reprimenda a la que me he hecho acreedor.

91: Nadine Gordimer. En la reprimenda anterior se puede incluir a esta mujer, de la que me cuentan maravillas, pero que no está en el disco duro de este ignorante.

92: Derek Walcott. Absoluto desconocimiento.

93: Toni Morrison. Véase años 90 y 91. Recuerdo que, cuando le dieron el premio, se dijo que ya era hora de que premiaran a una mujer negra, como si eso fuera un mérito literario. No la he leído (aún).

94: Kenzaburo Oé. No he podido con Una cuestión personal. Dicen que es el padre de toda la narrativa japonesa actual. Debo intentarlo de nuevo.

95: Seamus Heaney. He disfrutado con unos pocos poemas traducidos. Los que saben inglés dicen que es maravilloso.

96: Wislawa Szymborska. Vale lo mismo que en el 95, pero en polaco.

97: Darío Fo. Polémico. Conozco su obra dramática y me interesa, aunque también me parece coyuntural en muchas ocasiones.

98: José Saramago. Sólo había leído un par de libros suyos. Cuando le dieron el Nobel leí los demás. A mi juicio, Ensayo sobre la ceguera es el mejor, aunque hay otros más característicos de su personalísimo estilo. Aún no me he puesto con los últimos que escribió antes de morir. Se me cayó de las manos La caverna.

99: Günter Grass. Diré una herejía: lo leí en la época en la que te impones deberes y no cejas hasta la última página. Y me aburrí. Probablemente no era la edad. El tambor de hojalata es el más conocido y tocho. Hace poco ha escrito una autobiografía muy polémica.

2000: Gao Xingjian. Me dijeron que no dejase de leer La montaña del alma, pero aún no me siento capaz.

01: V. S. Naipaul. Una entrevista con él en El País Semanal es mi único conocimiento. Y no me empujó a comprar sus libros.

02: Imre Kertész. He leído Sin destino, que recomiendo a los que gusten de la literatura concentracionista. Imprescindible, casi a la altura de Si esto es un hombre.

03: John Maxwell Coetzee. Otro grandísimo que no deben leer los depresivos. Esperando a los bárbaros está entre esos libros que te hieren para siempre, al igual que Desgracia. Hubo cierto enfado entre aquellos que consideran que los premios literarios han de darse por razones extraliterarias (justo lo contrario de lo que ocurrió en el 93): un varón blanco en Suráfrica… Naturalmente, quienes dicen esto no lo han leído. Coetzee no escribe libros sino puñetazos al alma.

04: Elfriede Jelinek. Desconocido.

05: Harold Pinter. Ver años 95 y 96.

06: Orhan Pamuk. Valiente escritor que no es precisamente ágil en su estilo. He leído dos novelas; ambas recomendables, especialmente Nieve. Si uno va a Turquía, Pamuk es un excelente guía. Los fundamentalistas lo odian.

07: Doris Lessing. Me autoflagelo: todavía no la he leído.

08: Jean-Marie Le Clézio. Sólo conozco una novela suya, de la que no recuerdo ni el título. Escaso bagaje para hacer un juicio.

09: Herta Müller. Lo mismo. Tomé de la biblioteca un libro de relatos, leí unos pocos, y lo devolví sin terminar.

10: Mario Vargas Llosa. Palabras mayores. Me pongo en pie. Creo que es el único autor del que me había leído todo lo publicado hasta entonces. Sin embargo, su primer libro tras el Nobel me pareció menor, aunque excelentemente escrito: hablamos de Vargas Llosa, eso siempre es un placer. Muy recomendable (como en Camus) su discurso de agradecimiento.

11: Tomas Tranströmer. Ver años 95 y 96.

12: Mo Yan. La literatura china me es ajena. Sin embargo, sé que se han utilizado sus textos para llevarlos al cine. Por ejemplo, Sorgo rojo, que dirigió Zhang Yimou. Curiosamente, su nombre es un pseudónimo que significa “No hables”.

13: Alice Munro. Nueva desconocida. Muñoz Molina habla maravillas de esta anciana canadiense.


Cualquier lista es discutible. Hay fantásticos narradores, maravillosos poetas, dramaturgos soberbios. Y falta Borges entre los olvidos objetivos y unos cuantos más entre los subjetivos (Sabato, Zweig, Cortázar, Delibes, Murakami, Machado…). Y mira que Borges se lo puso fácil, viviendo eternamente a ver si algún día se acordaban esos suecos imprevisibles… 

sábado, 12 de octubre de 2013

LA INVENCIÓN DE HUGO

Uno de esos fines de semana que paso en casa, casi sin salir, me regalé La invención de Hugo.

Visualmente fascinante. Ambientada en el París de los años 20, merece la pena sólo por su luminosa fotografía, que no por eso deja de ser de época. Casi toda la acción transcurre en una estación de tren, ubicación que siempre queda muy bien en las películas.

Los actores son espléndidos, especialmente los niños, y también el siempre eficaz Ben Kingsley y el maravilloso Sacha Baron Coen, que muchos recordarán prejuiciosamente por Borat. Un par de minutos de Jude Law saben a poco.

127 minutos son demasiados. Este es uno de sus defectos. La peli quiere ser un homenaje al cine, y especialmente a Georges Méliès. Pero Scorsese se empeña en un despliegue de personajes y lateralidades que no aportan gran cosa y sí distraen. Incluso creo que es excesivo el protagonismo de Hugo, que va en detrimento de la genuina historia.

La película da un extraordinario giro en el momento en que los niños encuentran un libro sobre cine y las fotografías que aparecen en él se convierten en los fragmentos de las películas. Excelente escena, a mi juicio  la mejor de la película y una de las que mejor homenajean al cine. Me hace evocar la de Cinema Paradiso, claro.

Hay también unas cuantas lecciones de cómo hacer cine, de planos de todo tipo, de movimientos de cámara. Y sólo falta el agradecimiento final a los maestros, con cuya ingenuidad entusiasta se ha hecho posible seguir filmando.

No tuvo el éxito que merecía. Me gusta ver pelis dos o tres años después de su estreno, cuando ya ha pasado la marea obligatoria y se muestran más puras, cuando las expectativas y las prevenciones se han disuelto.

Y me gustó. Creo que querría volver a verla.



sábado, 5 de octubre de 2013

PARA QUÉ LEER

Hay preguntas a las que no vale la pena contestar. Cuando alguien te dice eso de “¿para qué sirve leer?” lo mejor es contestar: para nada. Y a otra cosa.

Los que no leen no van a ser convencidos. Los adictos, por el contrario, no conciben la vida sin esa actividad. Naturalmente, hay una delgada capa de personas que leen erráticamente, a veces, poco, a ráfagas. Son raros.

No obstante, hay un planteamiento más serio y sincero de la cuestión: nuestros hijos y alumnos nos preguntan a menudo. Y hemos de dar razones y no sólo porque yo, que soy tu padre o profesor, lo digo.

Hace poco, leyendo el blog de Lady Aliena, he pensado en ello. Se discutía allí sobre el Ulises, de Joyce. O mejor, se discutía poco, porque salvo un par de personas nadie lo había leído. Y los comentarios giraban en torno al derecho o no de leer lo que no nos apetece o no nos gusta.

Yo, como es lógico, acepto el derecho a no leer, a dejar de leer, a releer… Recomiendo que la gente lea el último capítulo del libro de Daniel Pennac, Como una novela; en él habla de esto. Pero conviene hacer una distinción importante: no es lo mismo leer libros por obligación que leerlos por placer, como no es lo mismo diseñar un programa informático que jugar con el PC. Existe una necia convicción muy extendida: la lectura debe gustarnos siempre. Y no es así. Esto es tan idiota como si un alumno se lamentase ante el profesor de Física y Química porque el estudio del sistema periódico de los elementos no le gusta, o que se queje al de Matemáticas porque las ecuaciones no son divertidas.

Hay libros cuyo conocimiento es imprescindible si uno quiere ser una persona mínimamente culta. Por eso se explican en secundaria, y se leen, enteros o en fragmentos. Después hay otros, de mayor entidad, que hay que leer en la facultad si uno escoge una especialidad concreta. Un licenciado en filosofía no puede no haber leído a Platón, a Kant, a Descartes… (bueno, algunos lo consiguen, son esos analfabetos que cuelgan en su casa un título universitario, para vergüenza de Bolonia y del ministerio, la consejería y la universidad). Su estudio es imprescindible, no necesariamente placentero. Puede que después lo sea, pero no de entrada. Muchos de ellos leerán en su tiempo libre otras cosas, incluso deleznables textos de entretenimiento. Nada que objetar, cada cual invierte o pierde el tiempo como mejor le parece. Lo que no entiendo es que alguien me pregunte por qué ha de leer a Kant o a Joyce o a Molière. Mira: si eres un profesional de esa materia, has de leerlo. Si eres un simple lector, haz lo que te parezca, a mí qué me cuentas, la pregunta inicial es improcedente, lo mismo que si alguien se interroga sobre si está bien mirar pasar las nubes o contemplar cine caboverdiano con fruición.

Yo no tengo poderosas razones para convencer a nadie: sólo motivos. Es decir, mis argumentos son subjetivos (soy un sujeto): me gusta pensar con los filósofos clásicos, darme cuenta de que lo que yo elaboro mal y erráticamente, ellos lo han sistematizado antes mucho mejor. Y también me gusta retroceder en el tiempo o en el espacio con las estupendas novelas de Némirovski, Márai, Levi… Quiero saber si Wallander o Brunetti pillarán al malo y saber por qué hizo lo que hizo. Pero entiendo a todo aquél cuyo horizonte de ocio no es ése. Nada que objetar, ya lo he dicho. Entiendo aún mejor que alguien se aburra con Madame Bovary (yo mismo), La Regenta o La Odisea. Estamos ante un juicio emotivo, de aficionado de base. Otra cosa es el análisis de experto, que sabe qué significó y qué sigue significando ese texto en la historia de la literatura, de la filosofía o de cualquier otro ámbito.

Lo que entiendo menos es que alguien se vanaglorie de su ignorancia. Porque esa jactancia significa que se ha dado el paso de la ignorancia a la imbecilidad. Espero no llegar nunca al segundo grupo, pero desde luego que estoy incómodamente en el primero. Me acompañan desde hace años esos versos de Borges que dicen: “…del alto de libros que una trunca / sombra dilata por la vaga mesa, / alguno habrá que no leeremos nunca”. Llevo 35 años persiguiendo un imposible.

La primera ilustración está tomada de este blog: 
http://diariodeunhadachiflada.wordpress.com