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domingo, 24 de enero de 2021

30 AÑOS DE ‘EL SILENCIO DE LOS CORDEROS’

Estos días se han cumplido 30 años del estreno de El silencio de los corderos (Jonathan Demme, 1991). La he vuelto a ver hace poco. No solo resiste bien el paso del tiempo, sino que mejora, creo. La maldad voluntaria de Hannibal Lecter contrasta con esa bondad machadiana de la agente Clarice Starling, empeñada en resolver el caso con una obsesión que no mejoran los policiacos que se han rodado desde entonces: con precisión de científica, pero, como ya he dicho, con bondad, con la consciencia de que se lo debe a las familias, a las víctimas, casi diríamos que a la humanidad.

La verdad no solo es una cuestión epistemológica, sino también -y sobre todo- moral. Por eso nos apiadamos de ella y nos conmueve su determinación: tan frágil y a la vez tan fuerte. Tal vez de esa fragilidad saca su fuerza. Y por eso odiamos y también admiramos la inteligencia orientada al mal que representa el doctor Lecter. No es malo, es malvado, consciente y voluntariamente. Retorcidamente. Sabe que está muy por encima de la mediocridad de todos los demás, parece que no soporta esa medianía intelectual. Y tampoco acepta las reglas en las que hay que basar toda convivencia.

Es la maldad. Tal vez nos seduce a la vez que nos repugna porque está en nosotros, porque -Freud dixit- eros y thanatos son el yin y el yang de nuestra personalidad. Nos sabemos capaces y queremos creer que no seríamos capaces de tanto mal, de tanto daño. Pero a veces el peor de los criminales es tan banal como despiadado: no hay responsabilidad sentida porque no hay reflexión al respecto. El yo más asocial se impone al nosotros, no se reconoce la alteridad, únicamente el deseo. Un deseo que puede ser sexual, pero que aquí es intelectual, elaborado, como vemos tras la secuencia en la que la agente Starling visita al doctor Lecter. Él no está dispuesto a tolerar la soez agresión sexual de otro preso, aunque eso no le impide devorar el hígado de un semejante con un buen Chianti.

Vi hace unos años Caníbal (Manuel Martín Cuenca, 2013), con el siempre sensacional Antonio de la Torre. Me pareció que tiene similitudes: eros y thanatos de nuevo. Una película impresionante y dura. Antropológica.

Todo esto lo cuento porque hace poco, en clase de Psicología, tratamos el tema de la inteligencia y su relación con la convivencia y la bondad. Les hablé de esta película y les dije que me parecía la falsación del intelectualismo moral de Sócrates. Mañana preguntaré si alguien la ha visto este finde. Me temo que sus preferencias son otras.


Procedencia de las imágenes:

https://www.pinterest.es/pin/415246028120644632/

https://www.filmaffinity.com/es/film233216.html


domingo, 10 de enero de 2021

DOGMA Y EPISTEME


En Filosofía utilizamos mucho la palabra episteme.  Y a veces decimos que hay que huir y combatir el dogma. Llevo unos días dando vueltas a la cosa lingüística, sobre todo porque en redes sociales parece que triunfa la opinión y la reivindicación airada de que toda opinión es respetable. Se confunde, claro, el respeto que debemos a las personas con el derecho a discutir sus opiniones. Porque “opinión”, en griego, es “doxa”. Si alguien lo recuerda, es lo que Platón ilustró en su célebre mito o alegoría de la caverna: los prisioneros están en el fondo, atados de pies y manos desde la infancia, solo ven sombras y escuchan ecos. Y todo eso lo toman por real, por lo real. Es más, cuando alguien (¿Sócrates?) viene a librarse de esa postración intelectual, se resisten; Platón dice incluso que intentarán matarlo: Sócrates.

¿No es lo que ocurre hoy? La pereza intelectual lleva a tantos a pensar que tiene razón únicamente porque son ellos, porque yo lo valgo, porque todo el mundo tiene derecho a emitir su opinión, como si ese derecho otorgase razón.

Se ha destruido la verdad y no ha sido una buena idea esto de democratizar el conocimiento. Lo que hay que democratizar es el acceso al conocimiento, la igualdad de oportunidades para su adquisición y aprehensión. Google no es el conocimiento, ni Facebook, ni mucho menos Twitter. No confundamos. Ahí hay muy poca episteme y un exceso de dogmatismo.

Busco en el DRAE y dice esto de la palabra “dogma”:

Del lat. dogma, y este del gr. δόγμα dógma.

1. m. Proposición tenida por cierta y como principio innegable.

2. m. Conjunto de creencias de carácter indiscutible y obligado para los seguidores de cualquier religión.

3. m. Fundamento o puntos capitales de un sistema, ciencia o doctrina.

 De “episteme” dice esto otro:

Del gr. ἐπιστήμη epistḗmē 'conocimiento'.

1. f. Conocimiento exacto.

2. f. Conjunto de conocimientos que condicionan las formas de entender e interpretar el mundo endeterminadas épocas.

3. f. Fil. Saber construido metodológica y racionalmente, en oposición a opiniones que carecen de fundamento.

De manera que ya lo tengo casi todo. El dogma es una opinión (doxa) transmutada en verdad absoluta, cuya grandeza reside en que la gente lo cree. Por el contrario, la episteme es un conocimiento, algo en lo que no hay que creer, sino estudiar, razonar y demostrar.

Por eso en los dogmas hay tanto sesgo de confirmación mientras que en el conocimiento es preciso explicar, argumentar, revisar, falsar, contrastar, matematizar, comprobar… Dicho de otro modo, para el dogmático, la hipótesis (su hipótesis, su doxa, su dogma, su creencia) es la verdad. Para el que busca la episteme, esa verdad es lo que hoy tenemos, lo que ahora puede saberse, lo que seguramente se sabrá más y mejor. Esto no es poco, justamente es lo mejor: no necesita creencia.



Procedencia de las imágenes:

https://codigopublico.com/opinion/opinadores-en-las-redes-sociales/

https://www.caracteristicas.co/platon/