Estuve hace unos años, entre marzo y abril. Hacía un frío que
a mí me parecía inaudito para esa época del año; a ellos les daba igual.
En unos pocos días ni siquiera se rasca la superficie de una
ciudad, de modo que no voy a fingir conocimiento. Sólo unas impresiones y algún
recuerdo.
Me sorprendió lo apacible que era la gente, lo confiada, lo
amable. Encontrabas bufandas y otros objetos por la calle, a la altura de los
ojos; nos dijeron que era para que la gente volviese y los recuperase.
Entramos en un bar, casi de noche. Al lado de la puerta dos
jovencísimas (altas, rubias, ojos azules…) charlaban como cualquiera lo hace en
cualquier parte del mundo. Se levantaron y fueron juntas al fondo del bar (a
pedir algo, a los aseos…). Dejaron encima de la mesa su bolso y el consabido
iPhone. La mesa estaba junto a la puerta y tras un cristal que permitía verlo
todo. Pensé que se habían olvidado. Pero no, después vi que no eran las únicas
y que debe ser estupendo vivir en una ciudad así.
Preguntamos a la recepcionista del hotel si había sitios y
horas que debíamos evitar. Casi se ofendió, como si en Suecia fuera concebible
la inseguridad.
Muy cerca estaba la calle dedicada a Olof Palme, ese primer ministro
al que mataron al salir del cine con su mujer. No llevaba escolta. Una vez dijo
en el programa La clave que en Suecia
ellos gobernaban no para terminar con los ricos, sino para que no hubiese
pobres.
Hace una semana, los suecos supieron lo que era sentirse
amenazados, cuatro de ellos murieron por ese procedimiento (el terrorismo) que
hace odiosa cualquier reivindicación: no hay ya distinción entre medios y
fines, el medio es el fin.
Nuestro hotel estaba en esa calle (Drottninggatan). Recorrimos esa vía
comercial muchas veces, buscamos lugares para comer y cenar, nos reímos y
compramos algunos recuerdos como todos los visitantes.
Lo he visto por televisión. Los suecos no son más importantes
que los españoles ni tampoco que los coptos, sirios o afganos. Lo que nos hace
pensar más en ello es que estuvimos allí y que nos golpea más cerca.
Un anciano proclamaba al día siguiente en el lugar de los
hechos que hay que detener la inmigración, que los extranjeros tienen la culpa,
junto al gobierno que lo consiente. Una joven le replicó sin ira que dejase de
sembrar odio. Ella quiere seguir viviendo en Suecia, en Estocolmo, no en el
nuevo estado tomado por el miedo y la policía.
Estocolmo me sugiere frío, gente rubia y el síndrome ése.
ResponderEliminarY me resultan paradójicas esa amabilidad, confianza y civilidad que sugieres junto a altas tasas de alcoholismo, violencia contra la mujer o suicidios. Igual es la falta de sol o el mucho luteranismo de allí.
También les llega el terrorismo, a ellos que acogen tanto desde hace tanto.
Seguramente no nos imaginamos el frío. Un español que vive allí nos decía que este invierno estuvo cortando leña... a -35º. Y ahí sigue. Rubios rubísimos por todas partes, de piel transparente. Y muy altos (y altas).
EliminarNo sé de dónde viene lo del síndrome de Estocolmo. Lo miraré.
Pero conozco también esa cara más oscura que cuentas: suicidios, maltrato, alcoholismo... Algo que no nos cuadra a los mediterráneos con la imagen que tenemos de ellos. Parece que sí tienen un serio problema con el alcohol. Es más, lo venden en tiendas especializadas que no abren el fin de semana. Tampoco lo permiten comprar en el aeropuerto en vuelos a la Unión Europea.
Pero todo esto no quita para que mi impresión de gente amable y confiada (insisto, impresiones de turista, de pocos días), tan lejana de lo que tenemos por aquí: vociferantes y groseros.
No conozco Estocolmo, aunque admiro mucho los países nórdicos y me atrae su cultura, su naturaleza, muchas cosas. Conozco algo Noruega y este verano quiero volver para visitar la zona norte. Mi hijo estuvo viviendo tres meses en Estocolmo y su relato se parece mucho al tuyo, volvió admirando profundamente su manera de vivir.
ResponderEliminarSin embargo esa admiración no es ciega porque tienen también sus sombras (CrisC las señala y no voy a redundar en ellas).
Un abrazo.
Te gustará, sin duda. Fiate de tu hijo. Más que de mí: una semana da para muy poco. Como he dicho a CrisC, me admira su educación, su respeto, sus maneras sosegadas.
EliminarEmpecé a sospechar que no todo era esto leyendo a esos nórdicos: Mankell, Larsson (ambos)...
Aún con eso, creo que tenemos mucho que aprender de ellos en algunas cosas. No en todas, el romanticismo cultural es inexacto y peligroso.