No tenía previsto escribir hoy. Hace una tarde estupenda y en
poco más de una hora he terminado mis tareas más urgentes. He salido a pasear y, de vuelta, hacer un
alto en el Lidl y reponer mi maltrecha nevera.
Un compañero de trabajo, de ésos con los que sí te paras a
hablar, ha sido la primera estación. Tras diez minutos de charla, una terracita
al sol y una cerveza han terminado la conversación. Estando allí ha pasado otra
compañera, amiga, que esperaba a su hija para llevarla al dentista. Unos minutos
más de tertulia y unas risas cuando hemos visto a uno de mis estudiantes
camino del gimnasio (ahora entiendo eso de que no tiene tiempo para estudiar,
debe vivir allí).
En el super me fijaba en que el casi anciano que me antecedía
(pocas cajas abiertas, por cierto) saludaba a muchas personas, con algunas
intercambiaba frases de cortesía más o menos sinceras.
Camino de casa, otra vez mi compañera/amiga con su hija, ya
esperando el autobús. Diez minutos más de amigable conversación (de libros y
bibliotecas, la cabra tira al monte). Y, llegando al portal, me topo con otro
antiguo compañero, nos quedamos hablando otros diez minutos. Pasa un conocido
de ambos, camarero de los de antes, de los que hablan con el cliente pero no se
toman familiaridades molestas. Nos cuenta que lo han jubilado los médicos por un
tumor, afortunadamente superado. Confiesa que se aburre. Se despide de nosotros
con una sonrisa y nos dice que lo de las Termópilas fue un juego comparado con
lo que él ha pasado. Le creo, soy afortunado en eso.
Cuando llego por fin a casa han pasado casi dos horas.
Perdidas, dirían algunos. O no. Los que hemos padecido la soledad recordamos
que algunos días sólo hemos hablado con la presentadora del Telediario o con la
cajera de Mercadona. Estoy recordando un libro del que ya hablé aquí, Alguien con quien hablar, de Ángel
Gabilondo. Desde el título todo es bueno. La palabra es terapéutica, nos vacía
y nos acerca. Nos escuchamos cuando creemos que alguien nos escucha. Escuchamos
a otros y la vida se ensancha.
En no pocos casos quiero estar solo, pasear sin más compañía
que el ruido del aire o la ópera que me regala la electrónica portátil. Busco
las zonas de la ciudad en las que no voy a encontrarme a nadie, incluso me
quito las gafas para fingir que si no
veo a nadie, nadie me ve.
Pero hoy me alegro de haber salido y de haber perdido el
tiempo. Estamos en lo que llamo periodo equinoccial, los días se alargan, aún
no hace un calor insoportable. Acabo de terminar evaluaciones y mi trabajo
domiciliario es razonable. Algunos días prefiero el campo y su silencio. Aún no
hay amapolas.
Y esta noche veré el programa de Luis García Montero. Como
sabéis, es uno de los poetas que me susurra al oído:
He llegado al espejo de una casa
vestido con las ropas del otro domicilio.
Hay una novela de Ramón J. Sender intitulada “La aventura equinoccial de Lope de Aguirre”. No la he leído, pero qué título tan espectacular.
ResponderEliminarTus diálogos vespertinos también han sido una gran aventura equinoccial y en modo alguno un tiempo perdido. Enhorabuena.
Ya vendrán las amapolas y alzarán sus faldas rojas al viento.
Me pasa lo mismo. He tenido la novela entre las manos sin acabar de decidirme. Pero el título es más que sugerente. Leo en la wikipedia que "Impresionado por la novela de Sender, el cineasta alemán Werner Herzog la tomó como referencia, con algunas variaciones, para su película Aguirre, la cólera de Dios (1972). Asímismo el cineasta Carlos Saura se embarcó en la adaptación de la novela a la gran pantalla. El ambicioso proyecto hizo de esta producción la más cara, hasta esa fecha, del cine español, con un presupuesto estimado de 1.000 millones de pesetas. La película se estrenó en el año 1988 con el título de El Dorado". Sabía lo primero, pero no lo segundo.
EliminarLa tarde fuer agradable. Un día luminoso no puede perderse con trabajo burocrático. Hay que dejarse acariciar por el sol y por las palabras.
Muy flojito el programa del gran poeto LGM.
ResponderEliminarMucho compadreo, muchos amiguitos, Alberti, Sabina, Miguel Ríos, Almudena Grandes... y poca Poesía. Pasar al plano personal y de las fibrículas cardíacas es fácil, pero me siento engañado.
A favor: algunos otros poetisos interesantes granaínos que desconocía.
Muy interesante la novela de Sender, como casi todo lo que he leído suyo. Excepto un triste ejercicio de decrepitud que (a mi entender) nunca debió publicarse: Por qué se suicidan las ballenas.
Poca poesía es cierto. A mí me supo a poco, pero me gustó, es difícil encontrar programas así el televisión. Estoy releyéndolo.
EliminarLa novela que dices de las ballenas tuve es dudoso placer de leerla. No sé si es decrepitud, pero sí es verdaderamente lamentable, insufrible.
hola atticus! un placer hallarte de nuevo, en estos caminos de letras, te llevamos y esperamos compartir mas maravillosas entradas. te esperamos cuando gustes! saludosbuhos.
ResponderEliminarMuchas gracias. Es fácil hallarme. Pero lo de maravillosas... buscad un confesionario de guardia.
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