Vistas de página en total

miércoles, 6 de febrero de 2013

VERGÜENZA


Leía en el facebook de una amiga que estaba “avergonzada de ser española”. Supongo que se refería a la cotidiana ración de inmundicia política y económica con la que convivimos, con esa caterva de personajillos que han medrado sin más mérito que una agenda de relaciones bien situadas, y sin más provecho para la sociedad que un agujero económico que acabaremos pagando todos. Su gran colaboración al interés general es una dosis irrecuperable de desconfianza en el sistema.

Lo que no sé es por qué has de sentir vergüenza. Como ya te he escrito en tu página, ¿tienes algo por lo que avergonzarte?, ¿te han pagado alguna vez parte de tu sueldo en dinero negro?, ¿has pedido dinero por aprobar a alguien?, ¿te has gastado un dinero que no era tuyo en sandeces inútiles?

Si no has cambiado en los últimos días de profesión, perteneces, como yo, al gremio docente. Ése que en los últimos años ha sufrido varias disminuciones de su salario, al tiempo que se incrementaba su carga laboral (lo que es un modo nada sutil de bajar los emolumentos) y dejaba sin posibilidad de trabajo a miles de interinos, pues si a los funcionarios se les aumenta el trabajo, es para que hagan el de los interinos, que de ese modo, ya no hacen falta.

Naturalmente, una pequeña parte de la culpa la tenemos nosotros, con nuestra raquítica capacidad de respuesta y nuestra innata o cobardica capacidad para mirar hacia otro lado.

Pero de lo que quería hablar hoy es de la vergüenza. Es conocido que tal estado sentimental es más propio de culturas orientales, notablemente la japonesa, en la que la pertenencia del individuo al colectivo hace que sus actos tengan repercusión moral sobre la sociedad que, de ese modo, se constituye en criterio de la bondad o maldad de la conducta. Aquí no ocurre tal cosa. Aún espero que alguien reconozca que ha sido él, que está mal lo que ha hecho, y que pida perdón por ello. Aquí negamos, negamos y volvemos a negar. Somos capaces de negar que es de día a mediodía, somos capaces de justificar que con un sueldecillo en la media se pueden tener varios coches de gama alta, apartamentos, chalets y cuentas en paraísos fiscales que no paran de engordar.


Pero yo no siento vergüenza por eso. Mucho menos por ser español, lo que es sólo un hecho que tampoco me llena de especial orgullo. Los responsables de los actos son sus autores; yo, como mucho, tendría una cierta responsabilidad circunstancial si hubiera tenido algo que ver en forma de consentimiento, voto, complicidad o cualquier otra variedad. Que no es el caso. Pero me alegro de que alguien de los suyos diga eso de que hasta aquí hemos llegado, yo no quiero tener nada que ver con ellos, yo no apoyo, yo no consiento, yo no miento, yo no traiciono. Yo no guardo silencio.

Porque a la vuelta de la esquina espera la hidra, el líder populista que todo lo va a arreglar, el que sabe lo que hay que hacer para poner a todos en vereda. Alguien está afilando los cuchillos y cargando los fusiles, esperando sólo que la puerta se abra y la amorfa masa pida soluciones con los intestinos. Llenos.

No siento más vergüenza que la ajena, pero no me gusta llamarla así. Y trato de dominar mi rabia para que no se me confunda con esos que quieren abrir las puertas para que entre el monstruo a poner orden.

Así que tranquila. Nada por lo que avergonzarte.

8 comentarios:

  1. Hola Atticus. Yo tampoco siento verguenza por ser española. Como tu bien dices que cada uno cargue con sus culpas. Yo no pertenezco al gremio de docentes, pero sí al de los funcionarios. Aquellos a los que les han bajado el sueldo y aumentado las horas de trabajo (y más cosas nada buenas que nos deparará el futuro, como sigamos así). No siento verguenza, pero sí mucha indignación.
    Besos

    ResponderEliminar
  2. Yo siento rabia, indignación y alguna cosa más porque yo soy de esas docentes que ha sufrido los despidos, todos ellos improcedentes, por supuesto.

    Yo tampoco siento verguenza de ser española, pero la imagen que tenemos en el exterior es cada vez peor. No quiero pensar en ese futuro del que habláis porque es para morirse del asco. Yo sólo espero que ésto no dure mucho tiempo y podamos dar una mejor imagen, que aunque no lo parezca, influye y mucho

    ResponderEliminar
  3. A mi me inquieta muy mucho la idea (que yo llevo tiempo temiendome) del lider mesiánico que lo va a solucionar todo. Si me permites el chascarrillo, ya hubo un caso a nivel local de un líder mesiánico que arregló todos los problemas; se llamó Jesús Gil y Gil.

    ResponderEliminar
  4. Pues sí, nada de avergonzarse. A mí solo me ocurre cuando me como un bocata de jamón y mis dientes, por una razón que aún no comprendo, no cortan bien la loncha al dar un mordisco y, a su vez, alguien me está hablando mirándome fijamente a los ojos. ¿Qué hacer? ¿Sacar toda la loncha de medio metro? ¿Comenzar a echar migas por todas partes porque de verdad que no hay manera de cortar eso? ¿Dar un mordisco aún más grande como si fueras una anaconda a riesgo de poder ahogarte? Al final siempre me pongo muy roja y me da un ataque de risa difícil de controlar. Supongo que tendré que cambiar de bocata.

    ResponderEliminar
  5. Yo la entiendo, a esa amiga feisbukera. Si tuviese que encajar la mirada de algún extranjero como diciéndome “ya os vale”…

    Eso sí, sentir vergüenza es, al menos, una emoción más aristocrática que la muy cristiana mala conciencia generadora de sentimiento de culpa. Culpable de qué. ¿De tanto tarugo curamerinesco como ha habido y hay en este país?

    No sé quién la cagó: si los celtíberos ya eran así de burros; si los más cazurros de entre los legionarios romanos; si los godos; si los que llegaron después con chilaba; si la jodida España pícara o la ristra borbónica; sin olvidar a esa maligna canalla con sotana y estola…

    Así que vergüenza…, algo, pero culpa ni pizca.

    Y vergüenza…, qué pulevas, tampoco, que uno ya ha soleado sus vergüenzas en más de una playa nudista sin que haya oído risitas, puyas o sotovocces… Tampoco me han pedido el teléfono, cierto, pero es que las féminas hispanas son así, recatadas de suyo y cuando besan, besan de verdad…, que si no…

    ResponderEliminar
  6. A mí me gustaría que nos pareciésemos algo más a los islandenses, que han sabido cambiar la historia y la crisis de su país y poner a los causantes entre rejas.

    ResponderEliminar
  7. Vergüenza. Que se nos olvida la diéresis.

    De la rabia a la indignación hay una delgada línea. Pero no son la misma cosa. La rabia, creo, es más ciega, más "líquida"; la indignación puede explicarse mejor, requiere una concepción de la justicia para comparar.

    En España no ha existido un modelo triunfante de político mesiánico. Gil, como Ruiz Mateos, fueron sarpullidos. Pero me da miedo que se extienda el modelo griego, o el austriaco, tantos otros. Otra cosa es lo que hicieron los islandeses. Resulta que creían en lo de la soberanía popular. Que alguien lo explique, que a mí me da la risa.

    Oye, Clotho, ¿puedes mandar vídeo? Que nos está saliendo estoy muy serio. Y de paso que mande otro CrisC con sus paseos por la playa desnudista (¿o fuiste a hacer nudos?) y las guiris haciéndole la ola. Eso sí, sin pedir el teléfono.

    ResponderEliminar
  8. Fernando Savater publicó en 1986 un magnífico y escasamente conocido libro, "El contenido de la felicidad". En el capítulo titulado “Conciencia y consenso. Una nota sobre la ética en Japón”, dice lo siguiente:

    “Si fallo a la demanda de lo que legítimamente -esto es, racionalmente- he de considerar mi deber respecto al otro pueden volverse contra mí dos tipos de frustración. Por un lado -digamos que por el lado de dentro-, la frustración de mi intimidad racional al verme caído en la tentación de la soledad y negado a los otros, de quienes espero recibir mi yo humano. Este primer tipo de frustración recibe el nombre de culpa, y su vinculación con la sensación de estar en deuda ha sido magistralmente analizada por Nietzsche. Por otro lado -digamos por el lado de fuera-, se da otro tipo de frustración, en forma de retirada del aprecio que se me tenía (…). Este segundo modelo recibe el nombre de vergüenza (en ocasiones específicas puede hablarse de deshonor), y se resume en una constatación: no he sabido estar con los otros, no he cumplido lo que se esperaba de quien -como yo mismo- quiere ser sujeto humano y no cosa entre las cosas”.

    ResponderEliminar

Puedes escribir tu comentario. Agradezco la inteligencia, la educación y el sentido del humor. Por favor, no enlacéis páginas con contenido comercial, religioso o político. Tampoco las que claramente constituyen una estafa.