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sábado, 1 de noviembre de 2014

SIEMPRE NOS QUEDARÁ

21 de junio. Era Teresa. Resultaba difícil entenderla porque llegaban con nitidez acordes de jazz. “Es el día internacional de la música y un grupo toca bajo la ventana del hotel; hoy hay música en todo París”, aclaró ella. Pero el tono de voz, si se sabe escuchar, dice más que las palabras, y las suyas eran opacas. Yo apenas le preguntaba por sus novios aunque sabía que estaba en París con el último, Alberto. “¿Todo bien?”, indagué tras alguna vacilación. Ella arrastró algunas palabras para acabar confesándome que había discutido con él, que se había marchado y que no quería llamarlo. Era media tarde y pensé que sólo se trataba de una banal discusión de pareja que se disolvería en pocas horas gracias a la sabia mezcla de frases y piel.

Pero antes de medianoche un whatsapp me informó de que seguía sola en el hotel. “No me coge el teléfono, creo que me ha bloqueado”. De nuevo tristeza y costumbre, no miedo. Estaba en el laberinto, como tantas veces, lejos de casa, insegura y varada en unos planes malogrados.

Había un vuelo muy temprano, a esas horas imprecisas en las que ni se trasnocha ni se madruga, y el precio estaba a mi alcance. De modo que poco tiempo después estaba desayunando con Teresa sin que los camareros percibieran que su pareja de ayer no era la de hoy. “¿Alguna noticia?”, pregunté en susurros, mirándola por encima de las gafas. Teresa eludió responder: “Voy a dejar la habitación, no quiero estar sola, ni deseo estar aquí si él vuelve. Anoche me senté en la cama, saqué un libro y me sentí la protagonista del cuadro de Hopper, tan abandonada como ella”.

Me llevó a los lugares a los que había pensado ir y que ahora sólo eran proyectos desbaratados. Si quería hablar de sus problemas, no lo hizo; y si quería que yo indagase, tampoco lo hice. “Siempre nos quedará París”, le dije mientras tomábamos una cerveza en la Plaza de los Vosgos. Sonrió: vimos Casablanca de adolescentes, en un cine-club que organizaba el profesor de filosofía, y volvíamos a verla juntos cuando teníamos un revés en la vida: un rito privado. “¿Tú crees que alguna vez se quedará con Rick?”. Ella me miró con toda la luz de París en sus ojos. Porque sabía que lo que le preguntaba es si alguna vez se quedaría conmigo, si abandonaría ese cúmulo de errores para elegir a alguien que desea que le quieran alguna vez, algunas horas. Estar aquí sentados tras ver la ciudad, besarnos y notar que sus labios tienen la humedad de la bebida y la promesa del deseo.

“Tal vez Ilsa tenga las cosas claras en el futuro, pero aún no. ¿Recuerdas la escena en la que Rick la espera en el tren para irse juntos? Está lloviendo y ella le manda una hoja de despedida en la que el agua va borrando las palabras”. Pensé que esas palabras, como las que ahora intercambiábamos Teresa y yo, se perderían como lágrimas en la lluvia…

Unas horas y varias cervezas después decidió que era mejor regresar. Llegamos a Madrid de madrugada. La acompañé a casa, preparé una infusión y me marché. “Llámame luego”, añadí mientras cerraba muy despacio la puerta.

Al salir, percibí con extrañeza que en la calle todo era silencio. Los músicos habían dejado de tocar.

12 comentarios:

  1. Hace rato no pasaba por acá, no soy de las asiduas para escribir pero siempre te leo Atticus. Solo quiero decir que al leer esta entrada me transporte al lugar y al momento sin conocerlo. Un maravilloso texto que hace sentir, evocar y recordar situaciones similares, saber que en la vida podemos contar con alguien que nos llena de música es tener un pedazo de cielo.

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    1. Siempre agradezco los lectores, pero agradezco aún más a los que comentan. No por vanidad, sino por una simple cuestión de reciprocidad, de conocimiento.

      El texto tiene una pequeña historia. Lo escribí porque una amiga, Lucía, me dio la lata todo lo que pudo para que mandase un relato que convocaba un programa de RNE llamado precisamente "Nómadas". Tenía que narrar un día de viaje. No sé si me ajusté o no a las normas. Naturalmente, no me lo dieron (lo obtuvo Fede Biggi con un maravillosa narración), pero a ella le gustó y yo no estoy del todo insatisfecho (antes de que CrisC diga que es lánguido...). Naturalmente, nada de lo que se cuenta sucedió, pero sí es cierto que el día 21 de Junio hay música de todo tipo en todas las calles de París. También lo es que en la plaza de los Vosgos hay unos cuantos bares y cervecerías, en una de las cuales estuve hace pocos años. Desde allí podía ver gente en la plaza. Entre ellos, había una pareja de mujeres que abrieron una botella de vino, se sirvieron en dos copas, brindaron, se besaron, eran felices. Y yo estaba pensando que tenía una historia para contar. Cuando comencé este relato tenía esa escena en la cabeza, pero la historia se me fue a otro lugar.

      Gracias de nuevo.

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    2. Y sí, flaco, es lánguido. ¿Lo sabés?

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    3. A ver si el lánguido voy a ser yo...

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  2. ¡Me ha encantado! Aunque no cabía duda, tiene todos los ingredientes para ello: un París con tintes de jazz, de reencuentros, recuerdos, música, cine. Todo esto hilado con la naturalidad de las historias sin pretensiones, pero únicas. Gracias por este regalo.

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  3. De nada, mujer. Un placer. Escribirlo, en primer lugar. Que lo leáis, sobre todo. Ahora que lo dices, con ciertos ingredientes es pecado hacer un mal plato. Además, tú puedes casi reconstruirlo in situ.

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  4. Me ha gustado el hecho de que aparezcan las nuevas tecnologías, ese bloqueado del whatsapp, porque por mucho que cambien las maneras de comunicarnos con los demás, al final el diálogo que se establece con una misma sigue siendo el mismo y la necesidad de tener a alguien al lado para compartir tanto cuando se está bien como cuando se está mal creo que es algo que permanecerá a pesar del Skype.

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    1. Conozco ya algunos casos en los que alguien ha sido dejado por correo electrónico o por wsp (lo del sms roza lo delictivo). Ella necesita hablar, no necesariamente de lo que le ha ocurrido, sólo hablar. Terapia del logos. Ella no sabe que el narrador le daría todo el tiempo, la escucharía siempre. Además, arde en deseos de escribir en su piel.

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  5. No me interesan Teresa ni su elusivo Alberto sino a quien ella "miró con toda la luz de París en sus ojos".

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  6. No me llama la mística de París.

    Teresa, Alberto y la ciudad son para mí tan sólo un escenario, dentro del cual está ese hombre capaz de pillar un vuelo desde Madrid por si ella quiere hablar, que no lo hizo, de sus problemas de novios.

    Ese hombre capaz de decirle lo de Casablanca (necesita mejorar) y de esperar a que ella le quiera “alguna vez, algunas horas”.

    No lo hara, nunca, porque Teresa se muere de deseo por ser devorada a pelo por un lobo salvaje y no por el hombre más amable del puente aéreo Manzanares-Rive gauche del Sena.

    Me interesa ese hombre que es capaz de acompañarla a casa y hacerle una infusión en vez de empujarla contra la pared del ascensor y hacerle cantar en versos de pie quebrado las mañanitas del Rey David.

    Esto era, más o menos, si entendí bien la narración.

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    1. Entendiste a la perfección. Ese hombre es el protagonista. Se muere de deseo, pero la naturaleza no le ha dado (o él no ha sabido) suficiente licantropía. Y ella no quiere darse cuenta, o finge no hacerlo y al trascurrir el tiempo cree que las cosas no son como son (o son como no son).

      El párrafo fundamental es el cuarto desde luego. Ahí está el deseo, las fantasías, las posibilidades que el futuro no realizará.

      El relato necesita más, pero creo que lo de "Casablanca" lo explica suficientemente. No obstante, como ya he dicho, lo presenté a un certamen en el que pedían un número de palabras máximo y siempre tengo la sensación de que me pide más.

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