Hace unos días comencé con mis
alumnos de 4º un tema que hablaba de la sociedad, su fundamentación, necesidad
y normas. Intento combinar en clase dos métodos: la típica clase magistral (ese
horror milenario que ha conducido a Occidente al desastre, a la ignorancia y casi a su desaparición) con otros más modernos: les pregunto, dialogamos, comentan
textos… Intento que entiendan que no sólo importa lo que los clásicos hayan
dicho, sino lo que nos siguen diciendo.
Bien, en eso estábamos, con
Rousseau y Hobbes, con la definición de norma, tipos de normas, necesidad de
las normas. Les pregunté qué ocurriría
si durante unas horas desapareciesen las normas. Enseguida se dieron cuenta
(son listos): desorden, cada uno haría lo que quisiera, robos, violaciones,
asesinatos, abusos en general, es decir, la ley del más fuerte. Entonces, ¿la
ley protege al débil o no?, añadí. Aquí hubo un pequeño silencio: sí, no,
depende…
Uno de ellos me dijo algo así: en
teoría la ley es igual para todos, por lo que los débiles y los pobres serían
favorecidos, pero todos los días vemos que no es así, que los poderosos se
aprovechan de ella. Entonces, volví a interpelarlos: ¿la ley es igual para
todos pero unos son más iguales que otros? Y así seguimos durante un buen rato,
creo que con provecho.
No soy de los profesores que
escondan la parte más cochambrosa de la realidad, de los que explican mundos de
yupi o vidas de santos. Todo lo que hablamos, esa sociedad en la que vivimos,
tiene normas incumplidas, abusivas e interpretaciones interesadas de las leyes
en favor de los que ni siquiera han necesitado de las leyes (se mueven a sus
anchas en la selva).
Reflexiono con ellos y nos damos
cuenta de que no sólo es preciso que haya normas, sino que es imprescindible
que sean justas, que se cumplan y que se hagan cumplir. Lo contrario provoca
una ciudadanía civilmente desmoralizada. Y, lo peor: lo que antes eran personas
apolíticas se están convirtiendo en antipolíticas. Y entonces estamos perdidos:
llegan los salvadores, la derrota de la razón y el emotivismo a las urnas.
Estamos perdidos.
De acuerdo en que es necesario que haya normas justas, y no solo eso, sino que se apliquen.
ResponderEliminarEs triste admitir que estoy acostumbrado a vivir con normas de rango inferior, ya que se pueden ignorar, eso sucede cuando en una carretera no respetamos las normas de seguridad, en en el trabajo no somos puntuales, un alumno saca un móvil sin represalias y un largo etc.
Tal vez se cumplieran las normas en una sociedad donde los políticos encontraran satisfacción en su cargo sin pretender ningún beneficio personal.
Sería bonito vivir en un mundo con muchos Quijotes y Sancho Panzas, que tratan de mejorar las cosas sin ánimo de lucro, donde hacer el bien, o intentarlo fuera reconfortante y suficiente por sí mismo...pero mucho me temo que andamos lejos de conseguirlo todavía.
Un saludo Atticus.
Con lo de la carretera pienso lo mismo que con el resto: todo lo que carezca de sentido hay que cambiarlo. De lo contrario, el riesgo es desobedecer. Y la desobediencia de lo que no tiene sentido se transfiere con gran facilidad a todo lo que sí lo tiene.
EliminarLos profesores somos víctimas, pero también responsables de lo que ocurre y en no pocas ocasiones hay dejación de funciones.
Lo de Sancho y Quijote me interesa porque son la españolización de Apolo y Dionisos: se oponen en el mismo sentido en que se necesitan. Sancho es el materialista ingenuo, el que tiene los pies en la tierra, el de dos dedos de frente. Quijote es el idealista, el lunático, el desfacedor de entuertos, el del mundo platónico de las ideas. Quiero ser los dos. A ratos.
Sé bienvenido, Miguel.
Incluso en la selva hay normas. Desgraciadamente, aunque las normas están para todos, unos se las pasan por el forro, y en ocasiones no pasa nada. Ante eso, te haces apolítico, asocial, anormal...(entiéndase, antinormas).
ResponderEliminarPermíteme una precisión, LA: en la selva no hay normas sino leyes. La norma es una creación humana (del derecho, de la ética...). Digo lo de antes: pasarse por el forro las leyes conduce a la automarginación, es decir, vivo en la sociedad, me aprovecho de lo que puedo y a los demás que les den. Lo malo es que no se puede vivir al margen. O sí: Walden.
EliminarLas normas son tan importantes para la sociedad...Pero si fueran iguales para todos y todos quisieran cumplirlas. Porque hay quien piensa que las normas no son para ellos. Yo lo sufro cada día en la biblioteca, con la gente de "gama alta" (como yo los llamo), que cuando les dices por ejemplo que no pueden hablar por el móvil dentro del edificio, te miran con cara de... "las normas no son para mí" Y por sus narices que siguen hablando. Este ejemplo es una tontería, pero es ilustrativo.
ResponderEliminarPor cierto Atticus, no se si me repito (si es así, perdón), pero leyendo tu post se me venía a la cabeza la serie "Merli" (de un profe de filosofía) y cuando veo Merli, me acuerdo de ti
En fin...
Besos
Ya comenté en una ocasión que este curso, en la reunión con los padres, les estaba diciendo (con vehemencia) que los móviles están prohibidos en el instituto. Mientras, unos cuantos trasteaban con el cacharro. Pues eso. Prácticamente todos lo lo traen. Soy, además, de los que dice que en la Biblioteca no se puede comer ni beber: alucinan en colores. Me temo que yo tengo muchos de "gama alta". Eso sí, luego no hagas algo que no les gusta, es lo que tiene ser un déspota adolescente, producto de una educación new age, sección Rousseau emocional tirando a negligente por la parte progre.
EliminarNo recuerdo si me has dicho ya lo de Merlí. Confieso que en clase hago alguna que otra "tontería" (depende del curso y de la situación). Por ejemplo, lo del billete de 50 € lo he hecho... ¡antes de la serie| De todos modos, a mí la serie no me gusta. Transmite la idea de que el profesor hace lo que le da la realísima gana (no es cierto, nunca lo ha sido, ahora menos que nunca). Parece que los de filosofía tenemos algo especial, para bien o parra mal (tampoco es cierto, y menos aún que liguemos nada más llegar, por lo menos yo, ni al llegar ni al estar ni al salir). Por último, fíjate bien que sólo se enseña un aula con 15-20 estudiantes. Yo tengo 11 aulas en 5 niveles distintos, 6 asignaturas, tutoría, 5 guardias, 213 alumnos...; igual que Merlí, ya lo ves.
No obstante, tiene cierta gracia y lo que explica y lo que escribe está muy bien documentado. Y los cartelitos del principio, una maravilla.
Pero no soy Merlí, I'm sorry. La realidad es un poco más aburrida.
Suele decirse que un clásico lo es porque sigue siendo vigente.
ResponderEliminarAsí que se da la paradoja de que un clásico es un moderno, ya te digo, aunque sea un griego del “año de los dolores” (Chiquistóteles de Barbatenas). Qué cosas.
Sin normas habría naturaleza, o peor, mala leche de adentro a fuera.
Supongo que la Ley protege al débil del fuerte, pero también al revés, esto es, cuando al débil se le infla mayormente el escroto o, si féminas, escrota. Aunque esto del “débil” es cosa de mucha enjundia y resbaladiza como pez de ríver (con tilde).
We are lost, then... the lost to the ríver. You know, Atticus.
El clásico es el que dijo y sigue diciendo; si no, es viejuno, antiguo y demodé.
EliminarConvendría devolver a la norma ese aliento de honradez y desafío que tuvo, desafío a la selva, quiero decir. El salto que dimos los humanos fue gigantesco y me temo que el derecho ha muerto de éxito y es hoy un conjunto de vericuetos a mayor gloria de los leguleyos y aprovechados del tema. Aún quedan hombres buenos, menos mal, de los que creen que la ley tiene ese sentido primigenio y liberador. Garantista, sí, pero de quienes no tienen otra cosa.
Es un tema que tiene tanto de ancho como de fondo: Las leyes. Que en teoría como dices, las hicimos para no matarnos al primer conflicto. Pero sucede que las normas no vienen de una tradición democrática: La prohibición de mirar al rey a los ojos, ir a misa los domingos, rezar tres veces al día en el sentido de la Meca o vender a las hijas por un rebaño de cabras.
ResponderEliminarEs apenas comprensible que el sistema de democracia representativa no haya vencido la ambición y el egoísmo humanos. Y en muchas sociedades las normas conservan su carácter medieval. Así que es apenas comprensible que los más jóvenes se muestren más dudosos de un sistema anquilosado y es que es casi un requisito ser joven para comprender el desgaste del sistema. A menudo personas altamente preparadas no encuentran empleo en un mundo que se dirige a la cuarta revolución industrial (donde competimos con las máquinas), o que se paguen pensiones que nunca beneficiarán a los nuevos trabajadores porque los mayores las han devorado y han llevado el mundo entero a la quiebra.
A menudo se analiza a Isis desde la metáfora facilista del "terrorista" y los medios anuncian despavoridos que algunos hombres y otras tantas mujeres se han enlistado en las filas de los extremistas. Lo anterior sólo es un ejemplo de la búsqueda de sentidos más allá de la percepción occidental de la norma. Desafortunadamente conduce a la violencia y la intransigencia, como si estuviéramos ad portas de una segunda edad media.
Claro que las normas no vienen de una tradición democrática. Son, como diría Nietzsche, la manifestación de la voluntad de poder, más sencillamente: los que detentan el poder imponen leyes para su supremacía, ventaja y... legitimación. Pero aquí donde falla el asunto. Porque legalidad y legitimidad no son equivalentes. Una norma justa ha de ser ambas.
EliminarEntiendo a los jóvenes, su desapego. Y entiendo también que los no desapegados busquen soluciones más allá de lo conocido y convencional. Lo malo es que, a menudo, es peor el remedio que la enfermedad. Y harían bien los jóvenes en estudiar Historia, puede advertirles. Esto vale, desde luego, para cualquier terrorismo: no sirve la excusa de la podredumbre si añadimos aún más, si calmamos el incendio con gasolina.
No sé si estamos en la Edad Media. Pero hay signos inquietantes en estos tiempos.