Vistas de página en total

martes, 22 de enero de 2019

REVISIÓN DE UN ANTIGUO ARTÍCULO


Esta mañana, mientras estaba en el aula de convivencia (eufemismo que maquilla lo que debería llamarse aula de expulsados) he hojeado y ojeado viejas revistas del instituto en el que trabajo. En algunas había artículos míos. He releído uno de ellos y me sigue pareciendo actual, aunque ya tiene doce años (y yo menos pelo y entusiasmo menguante). Comienza con esta cita de Ernesto Sabato (Antes del fin): «La educación es lo menos material que existe, pero lo más decisivo en el porvenir de un pueblo, ya que es su fortaleza espiritual (…). Sí, queridos maestros, continúen resistiendo, porque no podemos permitir que la educación se convierta en un privilegio».
Transcribo casi literalmente lo que entonces escribí. Me gustaría que las cosas no fuesen tan parecidas hoy.
           
Todos los cursos académicos me hago preguntas parecidas. ¿En qué consiste exactamente? ¿Cuáles son mis obligaciones? ¿Qué debo ofrecer a mis estudiantes?
Este año he tenido a mi cargo todos los segundos de Bachillerato. Muchos de ellos comenzarán la Universidad en unos meses. Me pregunto qué han obtenido en su paso por este instituto, si es suficiente, si podían haber sacado más rendimiento. Como no puedo decírselo en el acto de final de curso, me gustaría compartir con ellos las siguientes reflexiones.
Han estado aquí unos años de su vida. Eran casi niños cuando llegaron. Nos gusta creer que tenemos mucho que ver en su formación, pero el mérito, y también el demérito, es de ellos en un porcentaje altísimo. Un buen profesor puede estimular a los estudiantes, ofrecerles materiales atractivos y ser buen comunicador, pero no puede estudiar por ellos. Suelo decir a mis alumnos que forma parte de la enseñanza de lo que es la vida el encontrarse con profesores, jefes, etc., que no están a la altura de lo que deberían, que no nos gustan, incluso que ponen todo tipo de trabas a nuestro trabajo. Esto es cierto. Pero hay que aprender que no podemos sobreproteger a los jóvenes. Padres y profesores queremos desde luego lo mejor para ellos, pero eso no significa que les debamos ahorrar los problemas y el esfuerzo, porque de lo contrario su resistencia ante la frustración, su capacidad de enfrentarse a las adversidades se verán mermadas; construiríamos personalidades inmaduras que se rebotan ante cualquier inconveniente, que lo quieren todo y ahora, como si fuera un derecho.
Porque en alguna ocasión nos encontramos con alumnos que creen, y lo manifiestan, que tienen derecho a aprobar. Seguramente no se lo hemos explicado bien: tienen derecho a estudiar, a ser examinados y valorados justamente, pero no tienen derecho a aprobar, como tampoco lo tenemos a tener un palacio o un coche de carreras (confusión elemental entre deseos y derechos).
Digo esto porque hay que decir a los alumnos, y a sus padres, y a la sociedad en general, que todos tienen derecho a las mismas oportunidades educativas, y éste es el sentido moral de la educación, pero no todos los resultados son iguales porque no todos aprovechan los recursos por igual. Hay que procurar el socialismo de las oportunidades y fomentar la aristocracia de los resultados.
Sucede algo parecido en el mundo del deporte: el profesor no es otra cosa que un entrenador. El entrenador y el atleta forman parte del mismo equipo: no son enemigos, sino aliados, pero su lugar es distinto. El entrenador, como el profesor, no es igual que el atleta: es el que dirige su esfuerzo, el que le orienta, el que le exige, el que le dirá que está o no en condiciones de ir al examen y aprobarlo (o de ir a los mundiales o de jugar el domingo). Un profesor de matemáticas es un entrenador de habilidades matemáticas, y a él le deben sus atletas/estudiantes un respeto y reconocimiento, porque les va a enseñar, porque con él van a aprender algo que no sabían. No es tarea pequeña, pero ha de hacerla el alumno/atleta bajo la guía del que sabe y le entrena. Debe contar, además, con el apoyo de los padres, que forman igualmente parte del equipo y deben aportar lo que puedan a la empresa común.
Y esto es algo que no siempre encontramos. Hay quien ningunea y menosprecia al profesor. Además de faltarle al respeto, estos individuos confunden la dignidad humana (igual para todos) con la igualdad de las funciones o el valor de las tareas: no somos iguales, sólo se puede educar desde la asimetría, padres y profesores no son los iguales de sus hijos y alumnos, aunque eso no quiere decir que unos sean más que otros. Si alumnos, padres, quien sea, no reconocen que el profesorado enseña conocimientos, valores, actitudes, competencias básicas…, y que somos precisamente nosotros los encomendados por la sociedad para este menester, la pregunta es por qué los traen, para qué (especialmente en los niveles posobligatorios).
No tengo claro que Aristóteles tuviera razón cuando decía que todo hombre busca por naturaleza el conocimiento. Encuentro todos los años en los alumnos ganas de aprobar y no poco estudio. Pero echo de menos el deseo, el deseo de saber, de ser, de crecer, de ampliar. No siempre veo ansias por saber, y eso me parece peligroso. Sin deseo uno puede ser alumno, pero no estudiante. Añadiría, sintetizando dos ideas de Platón y de Nietzsche, que el deseo es lo que nos aleja de la moral del rebaño y nos acerca a los dioses.
O mejor, lo de Kant: Sapere aude!, atrévete a pensar. De este deseo insaciable es de lo que llevo hablando, predicando, durante todos estos años de docencia. Espero que no en vano, al menos no siempre en vano.


Procedencia de las imágenes:
https://verne.elpais.com/verne/2017/01/23/articulo/1485172191_865768.html
https://www.facebook.com/platonynietzscheseencuentranenunbar/photos/a.1647806675268813/1648779875171493/?type=1&theater

4 comentarios:

  1. "El saber no ocupa lugar", me decía mi abuela. Y tenía razón.
    Todos los alumnos no son iguales. Nosotros hacemos nuestro trabajo, pero cada uno aprende de una manera. Unos quieren y otros no. Damos lo máximo para que alcancen su meta, pero pienso que el respaldo de la familia también es muy importante.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Tu abuela, temo, no tenía unos pocos centenares de libros ni tuvo que cargarlos en varias mudanzas.

      Pero sí, tienes razón en lo que dices. Y la voluntad es muy importante. La falta de motivación no surge siempre porque los profesores sean malos o porque las perspectivas laborales no son buenas, sino por simple pereza, por aburrimiento, por la vida regalada, por ser el príncipe de la casa.

      Y luego están los otros. Yo trabajo para ellos.

      Desde luego, la familia es importante. Fundamental.

      Eliminar
  2. Me ha gustado mucho tu texto. Me ha hecho recordar que, cuando estaba en la universidad, habían chicos que comentaban que merecían aprobar por "haberse esforzado", aunque sus trabajos no tuviesen la investigación necesaria o las entrevistas que se requerían (estudié periodismo). Siento que el colegio es cierto "paso obligatorio" por el que todos debemos pasar y entiendo que vayan chicos que realmente no entienden las cosas o su manera de aprender no encaja con la del cole, pero creo que la exigencia de la universidad es otra. Me quedo con esto: Hay que procurar el socialismo de las oportunidades y fomentar la aristocracia de los resultados.
    Muy buen texto, nos leemos. Un beso.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muchas gracias. Creo (no estoy seguro) que la frase del socialismo de las oportunidades y la aristocracia de los resultados es de José Antonio Marina, pero no me atrevo a asegurarlo. En cualquier caso, la comparto. Todos deben tener derecho a alcanzar la educación pero no todos tienen derecho a aprobar. Tengo estudiantes que se rebotan... con un 2. Alucino en colores. Y que no reconocen que algo está mal, se empeñan en que como ellos han estudiado (¿cómo?) deben aprobar.

      Gracias por incorporarte a esta humilde bitácora y por tus generosas palabras.

      Eliminar

Puedes escribir tu comentario. Agradezco la inteligencia, la educación y el sentido del humor. Por favor, no enlacéis páginas con contenido comercial, religioso o político. Tampoco las que claramente constituyen una estafa.