Las palabras
son bichos a veces molestos, pero necesarios. Con ellas nos amamos, nos
buscamos, nos herimos, nos podemos llegar a quebrar.
Pero el
silencio puede hacer cosas parecidas. O peores.
Silencios
hay de muchos tipos. Hay parejas que necesitan el silencio para quererse.
Normalmente es la experiencia y la vida juntos, su mutuo conocimiento, lo que
les ofrece este regalo. Dos personas que son pareja salen del cine, se miran y cada uno sabe lo que está pensando el otro,
el brillo de los ojos, la posición de los labios…; no hace falta hablar.
Esas dos
personas, en casa, disfrutan del atardecer tras los cristales, del crepitar del
fuego o de los sonidos domésticos. Se miran a los ojos y se desean sin
palabras, algo que tiene sus raíces en el instinto, pero sus ramas en el
conocimiento.
Sin embargo,
esos silencios tan fértiles pueden convertirse en páramos en los que sopla un
viento que corta hasta las palabras que ya no pueden pronunciarse. Cuando entre
tu pareja y tú únicamente hay silencio sin brillo en los ojos, sin sonrisa, sin
comodidad, algo está pasando. Algo grave.
Un síntoma
inequívoco es que la pareja no parece coincidir nunca a la hora de ir a la
cama. Siempre hay uno que finge querer ver en la tele ese programa que no
quiere ver, que tiene que preparar algo para el trabajo que es perfectamente
aplazable…; vamos, que no quiere acostarse a la vez. La cama, entonces, no es
un campo de batalla sexual, ni siquiera un campo de batalla, sino el escenario
de una derrota; sólo hay tristeza, un tiempo y un silencio que se expanden y
ocupan las sábanas. No hay nada que decirse: el silencio ha ganado. Y pesa.
Uno de
ambos, alguna vez, intenta con torpes palabras, cambiar las cosas. Es difícil.
Lo intenta con torpes besos, con torpes caricias. No hay manera: el primer
damnificado del fracaso afectivo (o de su sospecha) es la vida sexual. Parece
imposible, ¿cómo pudo ser esto alguna vez, cómo pudimos jadear, reírnos hasta
temer despertar a los vecinos? Ahora, ese inquietante huésped llamado silencio
se ha instalado y no va a marcharse.
Cuando salgo por las noches me gusta mirar a la gente. Algunas parejas se quieren, eso se nota (en su silencio o en sus palabras hay la misma música); pero otras son terribles, están a menos de un metro, sus manos evitan rozarse o lo hacen con costumbre y sin pasión; sus ojos huyen, arriba y abajo, a todos lados, menos a los ojos del otro. O a su cuerpo, que alguna vez hicieron objeto de deseo y provocación. Pienso que les quedan dos telediarios, que podrán fingir una prórroga, una segunda oportunidad, pero el silencio es demasiado grande, tiene consistencia, casi puede escucharse, cualquiera lo haría.
https://www.youtube.com/watch?v=kHxPPwNySzw&nohtml5=False
Cuando salgo por las noches me gusta mirar a la gente. Algunas parejas se quieren, eso se nota (en su silencio o en sus palabras hay la misma música); pero otras son terribles, están a menos de un metro, sus manos evitan rozarse o lo hacen con costumbre y sin pasión; sus ojos huyen, arriba y abajo, a todos lados, menos a los ojos del otro. O a su cuerpo, que alguna vez hicieron objeto de deseo y provocación. Pienso que les quedan dos telediarios, que podrán fingir una prórroga, una segunda oportunidad, pero el silencio es demasiado grande, tiene consistencia, casi puede escucharse, cualquiera lo haría.
https://www.youtube.com/watch?v=kHxPPwNySzw&nohtml5=False
"El silencio de Dios se transforma en niebla y me pesa en los párpados".
ResponderEliminarCelso Emilio Ferreiro. Longa noite da pedra.
Y no digo más na…, o sólo que como el silencio la soledad y el sexo empiezan por ese. Y ya.
Menos mal que no dicés mas na...
EliminarTambién empiezan por ese: soldadesca,sandía, ser y sábado. Relacionarlos es un post. Muy sesudo, serendípico, sustancioso, tal vez salaz, nada soso.
Uffssshh...
EliminarAguardó el amanecer desde su puesto de vigía.
Hundidos los hombros en el silencio, en el barro de la trinchera, helados el vientre, el sexo y las piernas. Tiritaba.
Lo peor fue aquella soledad acosada por los movimientos de la soldadesca enemiga y la noche.
Era sábado. Y las estrellas eran de sangre.
… (lo de la “sandía” no hay manera de meterlo, Atticus; y el ser, bueno, se dice de muchas maneras, you know).
Es la sandía la que se dice de muchas maneras, vaya modo de leer a Aristóteles más... salaz, soez e incluso sandio. Estrella no tiene ese, salvo en inglés.
EliminarEn favor del silencio, y por añadir un toque positivo, sólo decir que a veces también éste puede indicar algo mucho mayor que todas las palabras que se pudieran pronunciar. Y por eso mismo, uno calla. Por incapacidad de expresar lo que se siente.
ResponderEliminarEn favor del silencio del silencio se pueden decir muchas cosas, Timonera. Me gusta el silencio, ése que dices y también el que tiene la casa cuando vuelves tras un día de trabajo. Noto su respiración y me recreo en ella con delectación casi zen.
EliminarOtra cuestión es el silencio de lo inefable, algo casi místico. Recuerdo lo que decía Wittgenstein (más o menos): lo inexpresible existe, se manifiesta, es lo místico. Él anheló ese ser que no se deja expresar, pero la poesía es eso. Y lo que he tratado de describir en el post es el valor o el dolor del silencio cuando las palabras no son suficientes o no las sabemos utilizar.
El silencio helador existe, lo has explicado muy bien. Es un silencio que no tiene remedio o solución.
ResponderEliminarA mi me encanta el silencio (y eso provoca que escuche poca música pese a me encanta), lo necesito cuando vuelvo de trabajar. No siempre dispongo de ese silencio así que lo busco como el bien más preciado.
No es la primera vez que hablo de esto en el blog. Hace unos seis años escribí al respecto un post. Lo releo, me gusta más que éste, claro que entonces era más poético, menos referido directamente a las relaciones entre personas. Te adjunto el enlace.
Eliminarhttp://nomadassquare.blogspot.com.es/2010/03/silencios.html
Es curioso lo que dices del silencio al volver del trabajo. Yo estoy un rato en silencio, hago la comida y sólo oigo los sonidos propios del menaje del hogar. Me gusta esa sensación. Y también la del silencio puro del campo en primavera.
A lo que le temo de la rutina, es al cansancio. A los abismos que crean los pensamientos no exteriorizados. Y ojalá hubiera una fórmula para convencer a quien nos dejó de amar o de desear. No la hay. Sólo el irracional tránsito del alma por este mundo incomprensible, en el que a menudo amamos sin motivos, o quizás por razones desconocidas.
ResponderEliminarAlgunas parejas optan por un pacto de convivencia. En el mundo gay, a menudo abren la relación.
Yo escribo párrafos y párrafos y tú lo resumes poéticamente en unas líneas. Pues sí, eso es.
EliminarLo del pacto de convivencia... según y cómo. Los hay muy civilizados que no abandonan el amor o lo transforman en cariño. Y los hay que cronifican la mentira y el error. Pero quién soy yo para juzgar, que diría un tal Francisco. Tal vez lo que a mí me parece error o mentira es un pacto libre entre adultos. Si no hay dañados, tampoco hay mal. Del mundo gay sé poco.