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lunes, 18 de septiembre de 2017

ISONOMÍA

Quienes piensan que todos somos iguales tienen un grave problema de visión o, aún peor, su razonamiento está a la altura del de un mejillón.

No es preciso ahondar en lo primero: basta con abrir los ojos y anotar todos los tonos de piel, todas las tallas, sexos, idiomas, creencias variopintas, ropas diversas y complementos complementarios. Menos mal.

Lo peor es la democracia entendida como equivalencia radical. La isonomía es igualdad ante la ley, igualdad de oportunidades y de derechos. Y aún así esto es discutible y mejorable (muy mejorable). Pero no somos iguales. Desde luego, no en el punto de partida. Menos aún en el desarrollo, en la llegada. Ni todos hacen lo mismo ni todos aportan lo mismo. Una sociedad de derechos y no de deberes es un problema a corto, medio y largo plazo. Una sociedad sin posibilidades de paliar el puesto que nos ha tocado (la lotería natural, la lotería social) es un problema siempre, es la injusticia, es una bomba de relojería.

Me fijo a menudo en cómo trabaja la gente. Los hay que colaboran con su honradísima y eficaz tarea (y con sus impuestos); los hay que optimizan el dinero que el estado gasta en ellos en educación y sanidad, entre otras (una pasta, por cierto). Los hay que conviven, respetan y discrepan. Y discuten, argumentan, se indignan cuando es preciso, pero ni siempre ni por todo.

Luego están los otros. Son aquellos a los que todo parece que les es debido, los que no hacen bien su trabajo, los que evaden impuestos, los que lo harían si pudieran. Están aquellos que vegetan en el sistema educativo, los que quieren todos los servicios sanitarios aquí, ahora y antes que nadie (por supuesto, gratis total). Estos no han  advertido aún que los derechos y los deberes se implican mutuamente.

Están también los delincuentes, los grandes delincuentes. Algunos son delincuentes legales (valga el oxímoron), los que se llevan su dinero a paraísos fiscales, los que tiran con pólvora del rey mientras el mismo rey se la cobra a sus súbditos a precio de oro. Una versión más moderada de esto son los pequeños corruptos, en su ámbito de actuación, cada uno el suyo, el que tiene a su alcance.

No somos iguales. Cada uno ha escogido (ya sé: no siempre, no en todo).  Los del primer grupo construyen convivencia. Los del segundo son los dinamiteros, los que expanden la plaga, los de todos son iguales (lo que quiere decir que quiero que los demás paguen lo mío). Los terceros no tienen perdón de Dios; lamentablemente, sí lo tienen de las leyes, lo que vulnera el primer principio de la democracia: la isonomía.

Dicen los expertos que en la educación está la clave. Puede ser, no sólo. A no ser que llamemos así a un conjunto de elementos que influyen en la conducta. Y que no la determinan, que nadie lo olvide.


Procedencia de las imágenes:
https://apiedeclasico.blogspot.com.es/2015/11/aristides-ostracismo-e-imperio-de-la-ley.html
http://demoinfo.com.py/en-paraguay-el-sistema-judicial-actual-es-clasista-discriminatorio-y-corrupto-afirman/


4 comentarios:

  1. Me gusta la clasificación que has hecho. Por una parte los responsables con respecto a la sociedad, por otra parte los dinamiteros y por último los delincuentes.

    El tercer grupo ni siquiera merece ser valorado, pero lo del segundo me parece muy tóxico, ladino, porque en ocasiones disfrazan sus intenciones cargándose de razón.

    Es habitual encontrarnos a compañeros que buscando complicidad describen las faltas de los demás, para al final escabullirse de su deber o también recuerdo cómo un grupo de veraneantes de alto poder adquisitivo, presumía de conseguir gratis el suministro acoplando cables a un tendido eléctrico próximo. Lo peor es que esta gente, si en público les recriminas, te hacen sentir tonto...ser pillo vende más.

    Mire usted (y perdón por el aznarismo), cuando evade impuestos está perjudicando a un colectivo, si no cumple en su trabajo, también, lo mismo si roba, y eso no se lo perdono.

    Es cierto que todos tenemos nuestras faltas, pero qué bonito es eso de intentar mejorar.

    No me debo extender más y perdón por el rollo, sólo añadir una frase que alguien pintó en la pared de un colegio de monjas cercano, dándole un poco de alegría: “Sé el cambio que quieres ver en el mundo”
    Un saludo, Atticus.

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  2. Efectivamente, creo que la corrupción está inserta en la condición humana, al menos en la de muchos humanos, al menos al de muchos humanos de los que pululan por la tierra patria. Todo es cuestión de posibilidades: hay que puede corromperse a lo grande y quien no tiene inconveniente alguno en gorrear lo que puede al fisco, a la comunidad de vecinos o a la seguridad social. Y lo hacen con la conciencia muy tranquila, desde luego.

    No hacer bien el trabajo (especialmente si es público) es robar.

    Saludos.

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  3. Tengo en la recámara un post intitulado El síndrome de Procusto.

    Algo tiene que ver con esto. No somos iguales y pretenderlo nos lleva a la igualitis, a la uniformidad, al aborregamiento. Y sin embargo somos iguales como personas.

    El primer artículo de la Declaración de Derechos Humanos es un poema en esto.

    Quienes se han confundido en esto han creado distopías. O las dichosas LOE, LOGSE, LOMCE y las que vendrán.

    A los grandes delincuentes, garrote. Y a los expertos en Educación, va, una manopla en el pescuezo.

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  4. La democracia muere de éxito. Cualquier cosa es calificada de democrática, cualquier tontería, cualquier insensatez. Y prefiero no hablar de lo que está pasando por aquí. La democracia no es igualdad real, sino de oportunidades, de posibilidades.

    Los expertos en educación tienen todo mi aprecio: son mis compañeros. Los que se dicen expertos tienen mi desprecio: nada saben desde sus mullidas moquetas que amortiguan las voces que hablan de la realidad.

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