Tuve una alumna, la Arancha, que jugaba al fútbol. Le dí clase también a su hermana. Y al novio de Arancha. Buenas chicas, bonitas, y él uno de los alumnos más educados y amables que he tenido.
Lo del Krasznahorkai ése me ha hecho un dribling en el nous; y lo del "incogitado" me ha hecho un nudo en el parietal izquierdo por la parte de Ademuz que ya veremos.
Excelente narración. Signos dirá qué tipo de realismo es. Quizás ferroviario, balompédico, interurbano algo así.
Es verdad, hay muchos mundos. Una pila, más o menos.
Es curioso cómo se puede viajar por otros mundos sin salir de un vagón de cercanías. Lo que siempre me llama la atención cuando oigo conversaciones de este tipo (no hay que hacer ningún esfuerzo puesto que el volumen del interlocutor es altísimo), es como algunas personas hacen que "nada" parezca interesante. No sé si me explico. Aunque yo diría que quien realmente lo ha hecho interesante es Atticus, dándole coherencia a la conversación y fabulando sobre lo que escuchó. Ah! todavía no me he recuperado del "incogitado trabajo que operaba la borrachera" Mercedes.
La conversación que refiero tuvo lugar. Por lo tanto, Mercedes, no hay nada que atribuirme, a no ser la reconstrucción que tuve que hacer cuando se bajó del tren la muchacha. No iba a tomar notas mientras hablaba. Obviamente, algo he añadido y fabulado. Espero que la interesada no lea estas líneas. Aprecio mis dientes, mis gemelos y mis zonas blandas. Del libro del húngaro diré que no es una invención. Lo publicó El Acantilado, y la cita está en las páginas 29-30. Yo, al igual que tú, CrisCrac, tuve un deslizamiento perineuronal con metástasis tardokantiana que no cedió ni con valium. Al menos lo del "incogitado" me trajo a la memoria las inolvidables clases de Don Fernando Montero, un gigante de la docencia. Me temo que, desde que murió, Dios se ha hecho husserliano. Esperando estoy a King Signos. Tal vez su silencio sea desprecio. Tal vez el género sea trenecito chuchú con furia española.
A mí, más que escuchar me encanta ir en un tren y hablar (normalmente la persona que tengo a mi lado) Si me conocieras, Atticus, no te extrañaría en absoluto esto, hablo hasta con las paredes,¡me encanta!. Me he encontrado con músicos, guardias de seguridad, porteros de discoteca, y hasta con una monja, por cierto muy divertida y muy buena gente. Una de las veces que cogí el tren iba a Barna a un concierto con la Sinfónica, encontré a un chico encantador que le encantaba la música; cada vez que he ido allí lo he llamado para regalarle las entradas que nos suelan dar a los músicos. Así que, imagino que todos tenemos historias en trenes que contar y..., es interesante. Muasets grans.
Recuerdo que la primera vez que subí en tren también fue en Madrid. Me sobecogían estos trastos. Íbamos mi hermano y yo con mi abuela y nos dio jamón de york (ese sucedáneo de la verdad). No tendría más de seis años. Después viajé poco hasta que llegó la mili que me llevó humillado a destinos que prefiero olvidar: de verde y secuestrado. Pero leí mucho y recuerdo a Eduardo Mendoza, cuyos libros me duraban un trayecto. Ahora cojo el tren de vez en cuando, cuando no quiero conducir hasta Madrid. Y me siento a escuchar. Soy demasiado tímido como para entrablar conversación con desconocidos. En vez de voyeur soy "escuchadeur". Hay historias bonitas, sí, y otras muy tristes. Algunas las escuchamos; a veces no hace falta: basta una mirada, la posición de los hombros, una camisa.
Cuando voy a una ciudad me gusta usar los "colectivos" que se dice; bien sea metro, bus e, incluso, trolebuses que todavía quedan por Europa. Los usuarios de estos transportes no dudan en darte indicaciones, aunque sea por señas si no hablan el mismo idioma. Me ha ocurrido más de una vez que alguien haya estado atento todo el trayecto para, en el momento justo, decirme con un gesto desde la ditancia de los asientos dónde debía de bajar. Hubo una época en la que solía ir a Madrid y en Atocha cogía el cercanías de El Pozo. Eran horas en las que la gente, cansada, no hablaba ni por el móvil. Eso sí, todos con "casquitos" en las orejas.
Sin duda, tienes buen oído para reproducir diálogos. "Realismo ferroviario" (CrisCrac dixit) está muy bien, muy acertado. Y, sin duda, hay dos (por lo menos) mundos. Yo, que he querido ser muchas cosas en esta vida, también quise ser una cosa que se llama "sociolingüista". Iba grabando conversaciones por la calle con un aparato enorme y un micrófono fálico que echaba para atrás. Ahora tienen aparatos minúsculos y muy sofisticados que lo registran todo (el problema, ahora, es ético: ¿es lícito grabar a la gente sin que se entere?). En todo caso, los resultados son igualmente decepcionantes: "ehhh, tíaaa, qué pasaaaa, so guaarrraaa, por qué no me llamaaas, so pu...". En cambio, qué grandeza en esos autores que recrean diálogos coloquiales: Cela, Sánchez Ferlosio, Alonso de Santos, Sanchis Sinisterra; pa' quitarse el sombrero. Así que, Atticus, estás a la altura. Y no te confundas: tan difícil es escribir lo del Krasznahorkai ese que una conversación de calle: si te llega, te hiere. Ahí está la vida: en un vagón de ferrocarril, en un partido de fútbol, en Torrejón, en el cercanías que va a El Pozo, en un concierto de la Sinfónica o en ese esquina a la que todavía no has llegado.
Bueno, lo del tipo este húngaro a mí me parece relativamente fácil. Los de filosofía hemos lidiado con Heidegger, Hegel y demas prusianos con H, por lo que esta palabrería la manejamos. Eso sí, somos conscientes de que no significa absolutamente nada. Más difícil me parece pergeñar un buen diálogo: en eso otros sois los maestros. Y los amateurs nos conformamos con poner la oreja y no desentonar demasiado cuando escribimos. Fue José Luis Sampedro el que, cuando escribía "Octubre Octubre", se iba a los cafés a grabar conversaciones de señoras para hacerse una idea de lo que hablaban. Hasta que lo descubrieron y tuvo que salir por piernas. Si encima vas con un micrófono fálico... Luego no te quejes de los paraguazos.
Puedes escribir tu comentario. Agradezco la inteligencia, la educación y el sentido del humor. Por favor, no enlacéis páginas con contenido comercial, religioso o político. Tampoco las que claramente constituyen una estafa.
Tuve una alumna, la Arancha, que jugaba al fútbol. Le dí clase también a su hermana. Y al novio de Arancha. Buenas chicas, bonitas, y él uno de los alumnos más educados y amables que he tenido.
ResponderEliminarLo del Krasznahorkai ése me ha hecho un dribling en el nous; y lo del "incogitado" me ha hecho un nudo en el parietal izquierdo por la parte de Ademuz que ya veremos.
Excelente narración. Signos dirá qué tipo de realismo es. Quizás ferroviario, balompédico, interurbano algo así.
Es verdad, hay muchos mundos. Una pila, más o menos.
Es curioso cómo se puede viajar por otros mundos sin salir de un vagón de cercanías.
ResponderEliminarLo que siempre me llama la atención cuando oigo conversaciones de este tipo (no hay que hacer ningún esfuerzo puesto que el volumen del interlocutor es altísimo), es como algunas personas hacen que "nada" parezca interesante. No sé si me explico. Aunque yo diría que quien realmente lo ha hecho interesante es Atticus, dándole coherencia a la conversación y fabulando sobre lo que escuchó.
Ah! todavía no me he recuperado del "incogitado trabajo que operaba la borrachera"
Mercedes.
La conversación que refiero tuvo lugar. Por lo tanto, Mercedes, no hay nada que atribuirme, a no ser la reconstrucción que tuve que hacer cuando se bajó del tren la muchacha. No iba a tomar notas mientras hablaba. Obviamente, algo he añadido y fabulado.
ResponderEliminarEspero que la interesada no lea estas líneas. Aprecio mis dientes, mis gemelos y mis zonas blandas.
Del libro del húngaro diré que no es una invención. Lo publicó El Acantilado, y la cita está en las páginas 29-30. Yo, al igual que tú, CrisCrac, tuve un deslizamiento perineuronal con metástasis tardokantiana que no cedió ni con valium.
Al menos lo del "incogitado" me trajo a la memoria las inolvidables clases de Don Fernando Montero, un gigante de la docencia. Me temo que, desde que murió, Dios se ha hecho husserliano.
Esperando estoy a King Signos. Tal vez su silencio sea desprecio. Tal vez el género sea trenecito chuchú con furia española.
A mí, más que escuchar me encanta ir en un tren y hablar (normalmente la persona que tengo a mi lado) Si me conocieras, Atticus, no te extrañaría en absoluto esto, hablo hasta con las paredes,¡me encanta!. Me he encontrado con músicos, guardias de seguridad, porteros de discoteca, y hasta con una monja, por cierto muy divertida y muy buena gente.
ResponderEliminarUna de las veces que cogí el tren iba a Barna a un concierto con la Sinfónica, encontré a un chico encantador que le encantaba la música; cada vez que he ido allí lo he llamado para regalarle las entradas que nos suelan dar a los músicos.
Así que, imagino que todos tenemos historias en trenes que contar y..., es interesante.
Muasets grans.
Recuerdo que la primera vez que subí en tren también fue en Madrid. Me sobecogían estos trastos. Íbamos mi hermano y yo con mi abuela y nos dio jamón de york (ese sucedáneo de la verdad). No tendría más de seis años. Después viajé poco hasta que llegó la mili que me llevó humillado a destinos que prefiero olvidar: de verde y secuestrado. Pero leí mucho y recuerdo a Eduardo Mendoza, cuyos libros me duraban un trayecto. Ahora cojo el tren de vez en cuando, cuando no quiero conducir hasta Madrid. Y me siento a escuchar. Soy demasiado tímido como para entrablar conversación con desconocidos. En vez de voyeur soy "escuchadeur". Hay historias bonitas, sí, y otras muy tristes. Algunas las escuchamos; a veces no hace falta: basta una mirada, la posición de los hombros, una camisa.
ResponderEliminarCuando voy a una ciudad me gusta usar los "colectivos" que se dice; bien sea metro, bus e, incluso, trolebuses que todavía quedan por Europa. Los usuarios de estos transportes no dudan en darte indicaciones, aunque sea por señas si no hablan el mismo idioma. Me ha ocurrido más de una vez que alguien haya estado atento todo el trayecto para, en el momento justo, decirme con un gesto desde la ditancia de los asientos dónde debía de bajar.
ResponderEliminarHubo una época en la que solía ir a Madrid y en Atocha cogía el cercanías de El Pozo. Eran horas en las que la gente, cansada, no hablaba ni por el móvil. Eso sí, todos con "casquitos" en las orejas.
Mercedes.
Sin duda, tienes buen oído para reproducir diálogos. "Realismo ferroviario" (CrisCrac dixit) está muy bien, muy acertado. Y, sin duda, hay dos (por lo menos) mundos. Yo, que he querido ser muchas cosas en esta vida, también quise ser una cosa que se llama "sociolingüista". Iba grabando conversaciones por la calle con un aparato enorme y un micrófono fálico que echaba para atrás. Ahora tienen aparatos minúsculos y muy sofisticados que lo registran todo (el problema, ahora, es ético: ¿es lícito grabar a la gente sin que se entere?). En todo caso, los resultados son igualmente decepcionantes: "ehhh, tíaaa, qué pasaaaa, so guaarrraaa, por qué no me llamaaas, so pu...". En cambio, qué grandeza en esos autores que recrean diálogos coloquiales: Cela, Sánchez Ferlosio, Alonso de Santos, Sanchis Sinisterra; pa' quitarse el sombrero.
ResponderEliminarAsí que, Atticus, estás a la altura. Y no te confundas: tan difícil es escribir lo del Krasznahorkai ese que una conversación de calle: si te llega, te hiere. Ahí está la vida: en un vagón de ferrocarril, en un partido de fútbol, en Torrejón, en el cercanías que va a El Pozo, en un concierto de la Sinfónica o en ese esquina a la que todavía no has llegado.
¡Uy!, se me olvidó firmar: signos.
ResponderEliminarBueno, lo del tipo este húngaro a mí me parece relativamente fácil. Los de filosofía hemos lidiado con Heidegger, Hegel y demas prusianos con H, por lo que esta palabrería la manejamos. Eso sí, somos conscientes de que no significa absolutamente nada. Más difícil me parece pergeñar un buen diálogo: en eso otros sois los maestros. Y los amateurs nos conformamos con poner la oreja y no desentonar demasiado cuando escribimos.
ResponderEliminarFue José Luis Sampedro el que, cuando escribía "Octubre Octubre", se iba a los cafés a grabar conversaciones de señoras para hacerse una idea de lo que hablaban. Hasta que lo descubrieron y tuvo que salir por piernas. Si encima vas con un micrófono fálico... Luego no te quejes de los paraguazos.