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miércoles, 5 de octubre de 2016

CASA DEMOLIDA

Como todas las mañanas, iba andando al trabajo, pensando en mis cosas, escuchando Radio Clásica con los auriculares, ajeno a los ruidos de la ciudad. De repente, reparé en un policía municipal que me hacía señas de que cruzara de calle. Al hacerlo, me he visto frente a una casa de ésas de toda la vida, cochambrosa, no antigua sino definitivamente vieja. Le pregunté al policía si la iban a derribar. “Claro, está en ruinas”, me contestó. Y me quedé parado unos instantes mientras desde la parte interior una pesada máquina arrancaba pedazos de pared. La casa fue amarilla un tiempo atrás, mucho tiempo. Su puerta siempre la vi cerrada, seguramente lo estaba antes de que yo apareciera por esta ciudad, hace unos quince años. La máquina seguía desmembrando la casa, que se deshacía hacia adentro. Había dos balcones de forja en la fachada, negros, con un estado de conservación bastante mejor que el resto. Cuando las garras mecánicas iban a abrazar uno de los balcones decidí marcharme y no mirar. Sentí que esa intimidad no debía contemplarla.

A lo largo de la mañana he pensado varias veces en la casa, en sus eventuales habitantes, en cuántas generaciones, familias, habían pasado por allí antes de su abandono. He tenido que salir del trabajo y he visto muchos ancianos tomando el sol, cuidados casi siempre por mujeres latinoamericanas. Y he conjeturado que alguno pudo vivir allí, amar, procrear, sumirse en la dura cotidianidad de los años más complejos y difíciles. Cuántos hijos, cuántas navidades, cumpleaños, enfermedades, muerte…

A las tres he vuelto a pasar por delante de la nueva cicatriz de la ciudad. Se conservaba la fachada sólo a medias, con el balcón izquierdo. A través del extraño vacío un jirón de papel pintado ofendía la vista. Era como dejar a un ser indefenso en la calle, desnudo. Y al llegar a casa, mientras comía, he pensado que debía escribir estas líneas ya que no soy capaz de imaginar más.


14 comentarios:

  1. Hoy hablaba con mi madre acerca de los muy ancianos que ya no tienen amigo, hermano o vecino de su generación a quien poder preguntar si en tal o cual esquina había un cine o era una sala de baile, una tienda de ultramarinos o una peluquería, un zapatero o un quiosco de chucherías. Y he recordado a Bukowski diciendo que uno se advierte viejo cuando empieza a preguntarse dónde diablos se ha ido todo.

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    1. Hace tiempo fotografiaba casas demolidas. Pensaba que escribiría sobre las vidas posibles de los que habitaron allí, pero nunca lo he hecho. Tengo algunas decenas de instantáneas a la espera de utilizarlas literariamente, pero creo que no lo haré. Tengo un extraño pudor. Y entiendo la desorientación de algunos cuando dicen: "Ahí había una tahona", "Ahí vivía un amigo que ya murió", "Ahí vivían los padres de mi novia, cuando aún no entraba en casa".

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  2. Es una pena que se derribe historia. Donde algunos ven un edificio cochambroso, otros pensamos lo mismo que has imaginado tú. Vidas, anécdotas e, incluso, hechos históricos han podido ocurrir en cualquiera de esos edificios. Además, tengo que decirlo, nuestra ciudad es experta en derribos. El gobernante supremo, debería apodarse " El destructor".

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    1. La casa de la que hablo no tenía de histórica más que el tiempo de sus ladrillos. Pero otras... vamos a dejar el tema, que me enciendo, vamos, que me incendio. El domingo pasado supe que hace más de 100 años se derribó un convento que quedó convertido en solar hasta que allí se hizo... ¡una gasolinera! Ahora sólo quedan unas persianas metálicas cubiertas de mugre y el correspondiente cartel de la inmobiliaria. Por cierto, a su lado hay un chalet precioso al que la vegetación le come la existencia. Como se enteré el que nombras, está perdido.

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    2. No sé si te refieres a la gasolinera que había en frente de la concatedral. Era la iglesia de San Miguel, de ahí el nombre de la cuesta. Por suerte, quedó al capilla de Luis de Lucena.

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  3. Tienes razón: ver cómo derriban una casa es una invasión de la intimidad en toda regla. A mí también me entristece la imagen al igual que cuando, tras alguna tragedia en la que se ha perdido una de las paredes, se ve el interior de un hogar.
    Abrazo!

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    1. Alguna vez he tenido que abandonar la casa en la que vivía. Han sido sensaciones agridulces y desiguales. Casi siempre para bien, soy optimista, creo que los cambios nos permiten mejorar. Pero también ha habido desgarros, lugares donde fui feliz, felicidades que ya no volverán; habrá otras, espero, supongo. Y otras personas ocuparan esas habitaciones y nada sabrán de nosotros. En las casas demolidas hay algo aún más definitivo y obsceno. He dicho que son una cicatriz: son mucho más, una herida abierta.

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  4. Esta reflexión tuya sobre lo que los objetos (en este caso, una casa) inciden en la vida de las personas y el apego afectivo de éstas por las cosas me ha sobrevenido también a mí en muchos momentos.
    Un abrazo

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    1. No soy un fetichista y los objetos no son algo de lo que me cueste prescindir. Pero una casa es mucho más, es un hogar, es un recipiente de vida y afectos.

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  5. Lugares que recuerdan a personas; personas que recuerdan a lugares... Si, yo también tengo esa sensación de erradicación de un pasado que aunque no sea el mío, pertenece a los padres, o a los abuelos de alguien. A la vida de alguien.

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    1. Si a nosotros nos ocurre esto, imagínate a nuestros padres y abuelos. Su memoria geográfica está hecha a veces de lugares que son solares, edificios de apartamentos o simples paredes en las que algún día colgaron el cuadro con la fotografía de la boda.

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  6. Me hiciste pensar en el libro "Un Casa en Bogotá" de Santiago Gamboa. Él a través de la ficción, reflexiona sobre una casa al lado del parque Portugal, el desarrollo de la vida, el trasteo y las plantas de dicho lugar. Vivo a dos cuadras del que fuera un barrio de casas de tres pisos y más de 5 habitaciones, con patio y solar. He visto como la ansiedad del cambio las devora y hace erectos edificios. Quisiera defenderlas pero al verlas tan enfermas y ultrajadas, como memorias de un buen sueño, comprendo que su destrucción da paso a una nueva ciudad.

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    1. *Una Casa en Bogotá (escribí desde el celular)

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    2. Una nueva ciudad no es necesariamente una ciudad mejor. En España sabemos mucho de barrios enteros edificados a base de diseños arquitectónicos nefastos, colmenas más que edificios, con un espacio público inexistente y degradado.

      No conozco ese libro, que apunto, pero me has hecho recordar otro que leí hace mucho y que debo releer: "La casa", de Mújica Laínez.

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