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sábado, 5 de noviembre de 2016

URBANIDAD

Ayer por la tarde llevé el coche al taller. Está en un polígono industrial. El joven encargado me ofreció llevarme a casa mientras lo reparaban, pero preferí caminar, aprovechando que la lluvia estaba en pausa. Había un híper a diez minutos y decidí hacer una pequeña compra.

Las aceras del polígono están en muy mal estado y son estrechas. Un poco antes de llegar tuve que detenerme porque un coche aparcado tenía la puerta trasera abierta, que ocupaba más de la mitad de la acera. Pasé despacio, lo justo como para observar que un niño de no más de cuatro años estaba recogiendo la suciedad del interior del vehículo (fundamentalmente papeles arrugados) y los dejaba caer en el exterior, en la calle, delante de mí. Me quedé mirándolo, con una mezcla de asombro y reconvención. Hasta que su madre apareció por el otro lado y me fulminó con la mirada, algo así como ¿quién eres tú para censurar a mi hijo, que está haciendo exactamente lo que yo le digo? Efectivamente, quién soy yo, de modo que seguí caminando.

Cien metros más allá, ya muy cerca del establecimiento comercial, otra madre con hijo, esta vez muy pequeño, meses. Ella lo sacó por la parte de detrás y lo introdujo después en el carrito. Pude verlo con sosiego porque estaba atravesado en la acera, completamente en diagonal, de modo que era imposible pasar. Esperé. No pidió disculpas, al contrario, también me miró aviesamente porque notó que me detenía a esperar, entre otras razones porque salir a la carretera me exponía a fallecimiento por atropello y porque estaba llena de charcos como el Coto de Doñana. Cuando hubo terminado de acomodar a su hijo, comenzó a empujar el cochecito de bebé, por el centro, muy despacio. No pude pasar.

Hice mi compra. Pagué. La cajera me dijo: Buenas tardes, caballero. ¿Necesita una bolsa? Su cambio. Gracias.

Después recogí el coche. No pagué (está en garantía). Me ofrecieron lavarlo (me negué: inútil trabajo con la lluvia). El encargado me acompañó hasta la salida, me dio las gracias y me deseó una buena tarde.

Camino de casa pensaba en si estos comerciales eran amables de un modo natural o por imperativo de la marca. Aunque fuera esto último, lo agradezco. Esa chonificación de las relaciones sociales me saca de mis casillas, me sorprendo a veces deseando tratarlos igual, sin amortiguación.

Después, estuve tomando unas cervezas con amigos. Hablamos de educación. Les dije lo difícil que es tratar con algunos padres (que me recuerdan a esos casos descritos antes) y lo maravilloso que es con otros, que entienden conceptos tan básicos como respeto, escucha, atención, esfuerzo, voluntad…

Y seguía lloviendo. Cuando salí, me crucé con un anciano en una acera especialmente estrecha. Me arrimé a la pared y elevé mi paraguas para que pasara. Me dijo gracias y noté que no era una fórmula gastada.



6 comentarios:

  1. Pues sí..., siempre me digo que es tan fácil ser educado, respetuoso con los demás. Yo intento tratar a la gente como a mí me gusta que me traten, no se si lo conseguiré siempre, pero se que lo intento. Hemos llegado a un punto que cualquier gesto amable hacia nosotros, cualquier signo de civismo nos llama la atención, nos parece curioso, cuando tendría que sucedernos al revés. Yo en la biblioteca veo cada cosa, tanto de niños, chavales y padres...
    Besos

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    1. Justo. Eso es: lo que es lo normal se convierte en excepcional. El mundo al revés. Siento continuamente que estamos discutiendo por lo evidente, pero siempre hay alguien que te dice que no, que el tiene derecho a todo, y que es su opinión. Ánimo, que estamos aquí de paso...

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  2. Interesante contraste. Las mamis rezumaban ira (criar es un gran combustible para el cabreo); la gente del comercio, todo lo contrario. Da que pensar.

    Fíjate, creo que, aunque las empresas los obliguen a ser “educados”, se nota cuando no es impostado; y también al contrario. Lo advertiste en el anciano. Y llovía. Genial.

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    1. Tengo la impresión de que las enfandadas madres no lo estaban a causa de la crianza. Seguramente soy injusto, pero a muchísima gente muy cabreada difusamente, contra el mundo, sin saber muy bien causas, por lo que hace extensivo al universo. No sé si son ellas, sus desacertadas elecciones, la mala suerte...

      En todo caso, me gusta que me traten con educación. Aunque sea de modo algo postizo. Si es de verdad, mejor. Y si no, tampoco está mal, al final se hará un hábito.

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  3. Hola,

    Siempre he pensado que se consigue mucho más con una sonrisa y siendo amable que de otra forma, por eso procuro sonreír y pedir las cosas por favor tanto en los comercios como en el trabajo o en la calle. Los resultados suelen ser increíbles. Merece la pena.

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    1. No sé, Cova, depende. Algunos hijosdelagran consiguen lo que les da la realísima con su colmillo retorcido y una mala leche oceánica. Pero prefiero la sonrisa, desde luego. Gracias por pasarte.

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