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sábado, 12 de enero de 2019

BALONMANO


Me gusta el balonmano. Me gusta desde que era adolescente. Yo era muy mal deportista y las clases de Educación Física eran, junto a las de Plástica, las pesadillas del instituto. Pero a balonmano, por un extraño azar, no jugaba mal. Eso sí, estaba siempre en el suelo porque mi peso era más bien escaso. El estadio donde jugaba el equipo local estaba cerca del instituto y nos solían regalar entradas a los estudiantes, que casi todos despreciaban. Yo iba. Y me empecé a aficionar entonces.

Muchos años después, mi hijo se puso a jugar (entre nosotros, mal, yo jugaba mejor) y comencé a ver al equipo de la ciudad en la que vivimos ahora. Soy abonado, suelo ir.

Del balonmano me gusta su energía, su fuerza, pero también su elegancia, su habilidad y el respeto en sus acciones. Me gusta la enorme cortesía que veo en el campo (no así en la grada). En este deporte hay muchísimo contacto físico; sin embargo, es casi imposible ver una tangana, un desafío a los árbitros, un mal gesto. Al comienzo del partido los jugadores se saludan entre ellos y luego al público. Al final, repiten el ritual, da igual el resultado. Y el público aplaude a ambos equipos. En los 60 minutos que dura un partido, los jugadores están en constante brega entre ellos. Los pivotes reciben lo que no está escrito, pero no lo devuelven aumentado, qué va, más bien se revuelven, buscan huecos, muy a menudo se llevan al defensor abrazado a ellos. Pero rarísimamente hay violencia. Agresividad mucha, no violencia.

Todos los aficionados sabemos que coger un brazo cuando se tira o agarrar del cuello supone una descalificación de dos minutos. Y el jugador se va sin rechistar, un tipo que suele superar los 190 centímetros y a menudo frisa los 100 kilos. El árbitro que lo echa bastante menos. Pero se va, sin protestar. Del mismo modo, al lego le asombra que, cuando se pita una falta, la pelota se deja inmediatamente en el suelo, sin desplazarla. Cualquier otra acción son dos minutos de exclusión. Lo mismito que en el fútbol.

Supongo que si no hubiera estas reglas tan estrictas el partido acabaría en batalla campal. Pero en los jugadores veo siempre ganas de ganar, nunca de arrancar la cabeza al contrario. Insisto en lo que he dicho antes: otra cosa es la grada, lugar en el que conviven amantes del deporte y ejércitos del color de turno hasta la muerte, a ser posible la muerte del contrario (escribí un post al respecto, enlace al final). O de los árbitros, colectivo que nunca he entendido por qué tiene que soportar ese menosprecio y esos insultos gravísimos. Es el lunar de este magnífico deporte, aunque temo que esto de las gradas vociferantes lo comparte con muchos otros deportes.

Si me demoro un poco al salir suelo ver a algunos aficionados, niños sobre todo, acercarse a los jugadores y hacerse una foto. Cuando viene el extraordinario Barcelona, lo mismo. Ahí están todas las estrellas, inmensas, rapidísimas, máquinas de golear, con unos minutos siempre disponibles, sin el pringue asqueroso de esos endiosados futbolistas que creen ser lo que no son.

Ayer empezó el mundial. Me gusta ver a los hispanos, su balonmano de altísima calidad, trufado a veces con unas pájaras alarmantes. Veremos qué tal.



https://nomadassquare.blogspot.com/2010/10/gradas.html

6 comentarios:

  1. Así debería ser siempre, ojalá sigamos manteniendo durante mucho tiempo el significado actual de "deportividad". Un abrazo.

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    1. Mucho me temo que el deporte es eso que hace la gente corriente, lo otro en "chow", cuando hay dinero y espectáculo pasa a ser otra cosa. Pero en balonmano aún hay algo de eso y por eso me gusta.

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  2. Desconocía ese código ético entre los jugadores de balonmano y me parece ejemplar. No entiendo que en otros deportes no se siga, que se premie la victoria y no la forma de hacerlo. Maradona y otros han hecho mucho daño...

    Tal vez lo meritorio no sea ganar, sino merecer...

    Y así en cualquier ámbito... yo no quiero conseguir una victoria, un título, ni una promoción laboral a cualquier precio, quiero merecerla, poder echar la vista atrás y saber que no hubieron malas artes, pero valorar eso, hoy en día, es de bichos raros.

    Bonito post, Atticus.

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    1. Pues si, Miguel. Aficiónate al balonmano, que es un deporte espectacular, divertido... y elegante.

      El fútbol ha desvirtuado la palabra deporte. Y algunos hinchas cerriles desde la grada lo hacen cada fin de semana, una pena.

      Por cierto, en 30 minutos contra Francia, un equipo superlativo, con un tal Karabatic, dicen que el mejor jugador de balonmano de la historia (no sé), aunque viene de una lesión. Veremos, está difícil; hace dos días, contra Croacia, España estuvo mal, sobre todo en ataque, muy mal.

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  3. No he ido nunca a un partido de balonmano, por televisión se ve emocionante.
    Dices que los jugadores se quedan a hacerse fotos y firmar autógrafos. Un bonito gesto que hace feliz a los aficionados. Cuesta tan poco ser amable.
    En el fútbol ocurre todo lo contrario. Ves a los chavales como llaman a sus ídolos, pero ellos se bajan del autobús con sus auriculares y son incapaces de levantar una mano para saludar. Es una pena.
    Bonito post, Atticus.

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    1. En televisión está bien. En directo mucho mejor.

      No exagero lo más mínimo en lo que te digo. Observa. Mañana es la final del campeonato del mundo (Dinamarca-Noruega). España juega hoy por el séptimo puesto, regulín.

      Lo del fútbol es lamentable. Qué decir, qué añadir.

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