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sábado, 25 de septiembre de 2010

MATAR UN RUISEÑOR

A mí esto de los aniversarios literarios, como que me deja frío. Leo cuando me apetece. Y a veces coincide con ciertos números redondos de la muerte, nacimiento o publicación. Me acabo de enterar de que hace 50 años se publicó la novela Matar un ruiseñor (To kill a mockingbird), cuya autora, Harper Lee, no dio a la imprenta ninguna novela más.

Conviene obviar los tópicos: las películas a veces son mejores. Creo que es el caso. El director Robert Mulligan hizo un trabajo único. Extrajo un gran personaje de Gregory Peck, actor un tanto blando e inexpresivo que había participado, entre otras que yo recuerde, en algunos films de Hitchcock en los que no hay la necesaria entrega y pasión (Recuerda, El proceso Paradine). Pero el Atticus que crea en la película es único, mucho más complejo y cercano, más matizado, más próximo. Es el mejor padre de la historia del cine, un papel intenso, sin gritos, sin llantos, sin superfluos histrionismos. Un personaje contenido, pero de los que hacen grande a un actor. Inolvidable. De esos que llenan la pantalla con una mirada, un movimiento de ojos, una frase certera.

Los niños, sus hijos en la ficción, no volvieron a actuar, que yo sepa. Pero sobrecoge su naturalidad e intensidad. De hecho, es Scout quien narra, pero Jem, su hermano, es el contrapunto necesario, porque es un varón y porque está abandonando la niñez, a veces con dolor. Es también la fuente de información (la evocación más bien) de Scout sobre otro de los personajes poderosos: la madre muerta y ausente, que Scout quiere recordar sin conseguirlo.

Son tantos los temas planteados que daría para varios folios. Sólo quiero recordar algunos: hablan (libro y peli) de la educación de los hijos, de abusos sexuales, de los derechos de las minorías, de los desajustes de la sociedad, de la función de la religión… Hay héroes y villanos en un momento en el que no era fácil colorear de negro a los héroes o las víctimas y tampoco mostrar a un blanco maltratador y borracho.

La película contiene una escena que siempre me pone los pelos de punta. Atticus Finch ha perdido el juicio y Robinson es condenado. El público abandona la sala. Todos menos la comunidad negra, en la planta alta: no se mueve nadie. Cuando Atticus se dispone a irse, ellos se ponen de pie. Y el reverendo le dice a Scout: “Levántese, señorita Jean Louise, su padre se marcha”. Nunca se ha rodado tan bien a un héroe que, pese a ser derrotado, ha triunfado. Sólo ellos saben qué es el bien y la verdad.

Pero hay un mensaje de esperanza en toda la devastación y tristeza que destila la historia. Somos así: crueles, falsos, despiadados y de fácil olvido. Sin embargo, gente como Atticus Finch, como sus hijos, hacen que no todo esté perdido y que la Justicia -con mayúscula- sea algo más que una palabra.

Y también está Boo Radley. La inocencia. El bien sin artificios. La ley natural.

http://www.youtube.com/watch?v=gKkS7fxMnEU&feature=fvsr

jueves, 16 de septiembre de 2010

PÈRE LACHAISE

Cuando ya se han cumplido con los ritos parisinos habituales, nos preguntamos aquello de “Hoy, ¿dónde vamos?”. Por eso hay que volver: para demorase en las calles y visitar los lugares que antes no considerábamos imprescindibles.

Una mañana, la última del viaje, estuve en el cementerio Père Lachaise. En sí es un monumento, con esculturas de importantes artistas, con muchísimas referencias laicas y de religiones no cristianas en sus tumbas, con epitafios ingeniosos y otros que encierran grandes historias y complejísimos dramas. A la entrada dan mapas que facilitan la idolatría póstuma. Pero yo recomiendo perderse sin prisa, leer en la piedra, no dejar de asombrarse.

Se encuentra uno, desde luego con la horrible tumba de Oscar Wilde, cubierta de besos y grafiteada con frases que uno desearía más ingeniosas (se trata de un literato, no de un ídolo de quinceañeras). Aparecen, discretas, las de Marcel Proust, de Gilbert Bècaud, de Yves Montand y Simone Signoret (conjunta), de Edith Piaf. Descubrimos, por el inconfundible y espeso aroma, y por los acordes de una armónica, que hemos llegado al espacio de los fieles de Jim Morrison.

Está también la zona napoleónica, encontramos al creador de la homeopatía, a Saint-Simon, al urbanista Haussmann, a Chopin…

En un lateral, de repente, desaparecen las referencias religiosas y empieza el horror. Enormes monumentos funerarios recuerdan los campos de concentración. El silencio es más espeso; conocemos qué ocurrió y es bueno que se recuerde. No hay complacencia. Decía Nietzsche que sólo lo que no deja de doler permanece en la memoria. En Francia parece que se pretende. Pero muchas nuevas generaciones ya no saben lo que es esto. Demasiada ignorancia.

Hay en este lugar del cementerio algunas tumbas, o únicamente monumentos funerarios, dedicados a españoles. Lo que no hay en España. Merece la pena detenerse, leer sus inscripciones, pensar.

Tras franquear las puertas de salida, París es otro, es más.

http://www.youtube.com/watch?v=l85WowbJeqc

lunes, 6 de septiembre de 2010

NUCOFILIA

Frente a la clásica división del deseo masculino en tetófilos y culófilos, me declaro absolutamente nucófilo (sin desdeñar lo otro, desde luego, que hablamos de poliédricos asuntos). Me gustan las nucas, qué le voy a hacer. Me gusta su deliciosa indefensión, su espacio y sutileza. Me gusta poderlas mirar impunemente, con morosidad, sin mostrarme ni parecer agresivo, sin que ninguna mujer pueda molestarse por el movimiento de los ojos, que, de frente, parecen no querer demorase y recorren furtivos y velocísimos. Con las nucas es distinto.

En una nuca la cabeza se desborda en cuerpo. El pelo desaparece y comienza la piel.

La nuca es curva suave y melancólica. Se desliza, construye los hombros, se opone abruptamente a ellos, tan rotundos, los prefigura y niega. Bajo la nuca aparecen las estribaciones de la columna. Comienza la espalda, tan negada y tan bella. La infinita espalda, el despliegue de la piel mesetaria.

La nuca exige ser besada y acariciada, de cualquier modo y de todos los modos, y entonces reparte erizamientos a lugares remotísimos y altera el ritmo preciso de la respiración. Hay en ella un secreto encriptado, pero no siempre es imposible encontrar la clave.

No existe orgulloso autoconocimiento, es belleza ignorada; tal vez por eso es importante.

Es materia, un lugar donde reposa y crece el erotismo, esa idea tan material.

Definitivamente, me gusta.