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martes, 26 de enero de 2010

EL THYSSEN Y LAS LÁGRIMAS DE EROS


Hace dos días estuve en Madrid viendo la exposición “Las lágrimas de eros”, una parte en la Fundación CajaMadrid y el resto, la mayor parte, en el Museo Thyssen. Siempre me parece cara la entrada hasta que empiezo a ver los cuadros y me olvido de que ese precio es lo que cuestan dos o tres cervezas en un bar de medio pelo.

El título viene de un libro de Georges Bataille en el que habla del deseo y está emparentado con otro titulado El erotismo. No he leído Las lágrimas de eros, pero sí el segundo, que en tiempos me causó una cierta impresión. Lo releo ahora y me parece un conjunto de palabras pseudopsicoanalíticas, una mezcla embarullada de filosofía, mística y palabrería. Es lo que tiene el paso del tiempo: que le pierdes el respeto a los clásicos. Matizo: Bataille sólo fue un clásico para ciertos modernetes, junto con Derrida y algunos otros. Qué poco queda.

Pero yo he venido a hablar de la exposición. En CajaMadrid destacaba por encima de todos un cuadro de Paul Delvaux, ese pintor belga que, si no fuera porque dicen los expertos que debe figurar en los libros de arte, podría estar en ciertas revistas porno con ínfulas intelectuales. Delvaux sí ha plasmado el deseo en su forma más ortodoxamente freudiana: en sus obras hay un ambiente onírico, turbador e inquietante, mujeres desnudas, ofreciéndose, rabiosamente desnudas pero distantes, blanquísimas. Y, rodeándolas, alguna otra vestida a la manera de la clase alta en ciudades fantasmales. Por contraste con otros cuadros, con los desnudos clásicos, aparecen sin depilar, es más muestran impúdicamente su vello púbico, sus axilas. Son el Ello, el deseo más directo, sin elaborar, sin filtros, atractivo por prohibido, animal, necesario. Junto a ella, el Super-yo, la prohibición, la censura, la religión, la educación, las damas cubiertas monjilmente, las miradas desdeñosas. Con muy buen criterio, el cuadro preside la sala, visible siempre.

También allí, un vídeo muestra a David Beckham durmiendo. Pasé de largo. Olenska me advirtió de que el varón posee gran erotismo cuando duerme. La fiera vencida por el refinamiento, el deseo apaciguado por brazos y palabras que descansa por fin. Es posible, no lo niego. ¿Pero tenía que ser Beckham?

En el Thyssen, más, mucho más. Me gustó especialmente La mujer en las olas, de Gustave Courbet, de gran sensualidad, voluptuosidad innegable y esa ausencia concentrada que tan diferente es de la ausencia absolutamente ausente de las top-models.

También hay memeces como Hilton Head Island, S.C., USA, fotografía de Rineke Dijkstra, pero el arte moderno es ansí, que diría CrisCrac, y que se vaya a cualquier playa valenciana a fotografiar mejores cuerpos y rostros más expresivos. Si alguien dice que es arte y lo cuelgan en un museo, algún otro alguien se parará unos minutos, escrutará el objeto con la mirada y pensará algo profundo. Yo miré unas cuantas mujeres que miraban ese cuadro y me parecieron infinitamente más bellas.

Salí al mundo. Más mujeres hermosas. Un día en el que la luz se reclama. Madrid. Gente de todos los colores. Buena compañía. Quién quiere las lágrimas: me lo juego todo a eros, como en la ruleta, que es la metáfora de la vida. Gana la banca; pues apostemos.

martes, 19 de enero de 2010

ALBERT CAMUS I

"¿Qué es un hombre rebelde? Un hombre que dice no. Pero si niega, no renuncia: es también un hombre que dice sí, desde su primer movimiento"

Albert Camus: El hombre rebelde



Esta mañana he tenido una breve discusión con una buena amiga. No una disputa. Me decía que la obra de Camus era triste y desesperanzada.

La he invitado a cenar. Me tiene que dar dos horas para que se lo explique. Si al final no la convenzo de que no es un autor alegre, pero sí esperanzador, estimulante y hasta optimista, pago yo la cena. Ella elige el restaurante.

El día 4 de Enero se cumplieron 50 años desde su muerte. Dejadme hablar de él. Con calma, con pasión. Ahí va un vídeo para refrescar la memoria.


jueves, 14 de enero de 2010

ÉRIC ROHMER


Era el año 1986, tal vez 1987. En Valencia acababan de abrir unos cines más que raros. Ponían versiones originales con subtítulos en minisalas, mientras cada mes cerraba sus puertas un cine. Los Albatros.

Fui espectador-fundador. Vi todas las primeras películas y coleccioné las hojas que daban para leer (El declive del Imperio Americano, Insignificance, El rayo verde…). He seguido yendo muchos años a sus salas y he visto de todo; casi siempre ha valido la pena. Pero una de las primeras, una de esas películas deslumbrantes fue El rayo verde, de un francés que respondía al pseudónimo de Éric Rohmer (Maurice Henri Joseph Schérer). Un outsider. Murió hace unos días. Desde aquella primera revelación seguí su quehacer y vi casi todas sus películas. Ninguna como El rayo verde, aunque estoy dispuesto a aceptar que fue debido a la novedad. Nada se le parecía, nada.

Rohmer se dedicaba a rodar con placidez problemas corrientes de personas corrientes. Gente que se encuentra, que habla, que acuerda citas, que se enamora, que deja de quererse, que está confusa. Rodaba trozos de vida, azares que nos han podido ocurrir, en planos largos, muy largos.

Después vi El amigo de mi amiga, Los Cuentos de las cuatro estaciones (especialmente Cuento de primavera y Cuento de invierno). Otras más. En el fondo tenía razón una compañera de universidad, que decía que todas sus películas van de lo mismo: gente que queda y habla. Pues sí. Pero Rohmer rodó esos encuentros como nadie, con lentitud y alegría de vivir, haciendo que lo cotidiano fuera extraordinario.

Éric Rohmer hacía cine de género: el género se llama Éric Rohmer. A mí me gusta. Et je sais, Yeux Verts, que tu aimeras bien ces films. J’en suis sûr.


sábado, 9 de enero de 2010

ESTAMPAS DE BOLONIA

Bolonia -que allí llaman Bologna- es conocida por el dichoso Plan que lleva su nombre y por la salsa con carne picada y tomate. Hace casi un año estuve en esa ciudad. Probé la pasta, claro, pero no había en los restaurantes platos con semejante salsa y sí mucho ravioli, que parece ser su especialidad culinaria.

Al caer la tarde vi en una plaza varias furgonetas de antidisturbios fumando plácidamente, como esperando la hora sin impaciencia. Efectivamente, a las 7 se pusieron el casco, cogieron el escudo y comenzaron a caminar calle adelante, al encuentro de la diaria manifestación que avanzaba a su encuentro. Ya me lo advirtieron: es el reducto del rojerío italiano y las manifestaciones y protestas son diarias.

Fui a la Facultad de Filosofía, donde impartió clase Umberto Eco, y cuya escuela de semiótica es célebre. La foto que adjunto es de la puerta. Del interior, mejor no hablo. Al lado, la Facultad de Derecho: impoluta, ordenada, patio central en forma de claustro, belleza clásica. Jovencita estupenda haciendo la pelota a venerable profesor.

Paseando por la ciudad recordé el horripilante atentado del 2 de agosto de 1980: 85 muertos, 200 heridos. Es preciso no olvidar que el mal existe. Y vi unas paredes empapeladas con carteles de apoyo a Roberto Saviano. Tampoco hay que olvidar ese nombre ni el de los que lo secuestran en vida. ¿No es el mismo monstruo?

Bolonia es una ciudad hermosa y plácida, histórica y peatonal. Permite paseos lentos, conversaciones, paz, palabras de amor, copas de Chianti mientras nos adentramos en el laberinto de unas calles y unos ojos. No es cara, no hay hordas de turistas. Se vuela desde Madrid por poco dinero. ¿Quedamos un finde?

viernes, 1 de enero de 2010

DÍA 1


No me acosté tarde, pero a las nueve y media un simio incivil estaba aporreando los timbres de los vecinos. Por la noche, el primo de ese simio rompió una botella de coca-cola en el ascensor y allí dejó los restos. Divertirse llaman a eso.
El día 1 de enero no es igual a los demás. Intento fingir cotidianidad, sin conseguirlo. Hace mucho frío, el mismo que ayer. Pongo la primera lavadora del año, de oscuro. Tiendo y me pregunto por qué compré esos calzoncillos azul cobalto. Desayuno lo mismo que ayer: me estimula el olor del café. Lo necesito, me siento mareado: debe ser la tensión, nada nuevo, espero. En unos días tengo que ir al dentista. También debería ponerme con los ejercicios de inglés, pero no me apetece, tampoco nada nuevo. He cambiado el calendario. He mirado el móvil, que dejé encendido: ningún mensaje, qué esperaba.

Siento una cierta ansiedad. Es la misma de todos los años. Podré con ella mañana, seguramente esta misma tarde. Pienso en lo que quiero hacer este nuevo año: unos cuantos imposibles, bastantes improbables. Lo demás, depende de mí.

Busco un libro para empezar a leer: casi sin dudarlo me voy a Kundera. Lo merece, llevo meses queriendo releerlo. Tomo El libro de los amores ridículos. Me lo regaló una mujer a la que quise y que me quiso. Escribió unas palabras. Eran para siempre; yo la quise para siempre.

Voy a comer con familiares. Estará bien.

Releo estas líneas. Es la primera vez que escribo directamente para el blog, sin dejar que reposen, sin corregir. Parezco triste. No es así. Feliz año para todos.