Hace dos días estuve en Madrid viendo la exposición “Las lágrimas de eros”, una parte en la Fundación CajaMadrid y el resto, la mayor parte, en el Museo Thyssen. Siempre me parece cara la entrada hasta que empiezo a ver los cuadros y me olvido de que ese precio es lo que cuestan dos o tres cervezas en un bar de medio pelo.
El título viene de un libro de Georges Bataille en el que habla del deseo y está emparentado con otro titulado El erotismo. No he leído Las lágrimas de eros, pero sí el segundo, que en tiempos me causó una cierta impresión. Lo releo ahora y me parece un conjunto de palabras pseudopsicoanalíticas, una mezcla embarullada de filosofía, mística y palabrería. Es lo que tiene el paso del tiempo: que le pierdes el respeto a los clásicos. Matizo: Bataille sólo fue un clásico para ciertos modernetes, junto con Derrida y algunos otros. Qué poco queda.
Pero yo he venido a hablar de la exposición. En CajaMadrid destacaba por encima de todos un cuadro de Paul Delvaux, ese pintor belga que, si no fuera porque dicen los expertos que debe figurar en los libros de arte, podría estar en ciertas revistas porno con ínfulas intelectuales. Delvaux sí ha plasmado el deseo en su forma más ortodoxamente freudiana: en sus obras hay un ambiente onírico, turbador e inquietante, mujeres desnudas, ofreciéndose, rabiosamente desnudas pero distantes, blanquísimas. Y, rodeándolas, alguna otra vestida a la manera de la clase alta en ciudades fantasmales. Por contraste con otros cuadros, con los desnudos clásicos, aparecen sin depilar, es más muestran impúdicamente su vello púbico, sus axilas. Son el Ello, el deseo más directo, sin elaborar, sin filtros, atractivo por prohibido, animal, necesario. Junto a ella, el Super-yo, la prohibición, la censura, la religión, la educación, las damas cubiertas monjilmente, las miradas desdeñosas. Con muy buen criterio, el cuadro preside la sala, visible siempre.
También allí, un vídeo muestra a David Beckham durmiendo. Pasé de largo. Olenska me advirtió de que el varón posee gran erotismo cuando duerme. La fiera vencida por el refinamiento, el deseo apaciguado por brazos y palabras que descansa por fin. Es posible, no lo niego. ¿Pero tenía que ser Beckham?
En el Thyssen, más, mucho más. Me gustó especialmente La mujer en las olas, de Gustave Courbet, de gran sensualidad, voluptuosidad innegable y esa ausencia concentrada que tan diferente es de la ausencia absolutamente ausente de las top-models.
En el Thyssen, más, mucho más. Me gustó especialmente La mujer en las olas, de Gustave Courbet, de gran sensualidad, voluptuosidad innegable y esa ausencia concentrada que tan diferente es de la ausencia absolutamente ausente de las top-models.
También hay memeces como Hilton Head Island, S.C., USA, fotografía de Rineke Dijkstra, pero el arte moderno es ansí, que diría CrisCrac, y que se vaya a cualquier playa valenciana a fotografiar mejores cuerpos y rostros más expresivos. Si alguien dice que es arte y lo cuelgan en un museo, algún otro alguien se parará unos minutos, escrutará el objeto con la mirada y pensará algo profundo. Yo miré unas cuantas mujeres que miraban ese cuadro y me parecieron infinitamente más bellas.
Salí al mundo. Más mujeres hermosas. Un día en el que la luz se reclama. Madrid. Gente de todos los colores. Buena compañía. Quién quiere las lágrimas: me lo juego todo a eros, como en la ruleta, que es la metáfora de la vida. Gana la banca; pues apostemos.