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martes, 28 de diciembre de 2010

FINAL DE AÑO


Hay momentos de agradecimiento. A algunos de los que leen lo que escribo lo hago en persona. A otros no los conozco, por lo que escribo estas escasas líneas para decir eso tan necesario: gracias.

Como un blog es una relación virtual os hago un regalo de la misma especie. A mí me gusta esta música:


Y como la literatura también va conmigo, una frase de la novela de Elvira Lindo Una palabra tuya (p. 112), que comencé a leer con prejuicios y acabé con ganas de más:

“…lo que yo debería hacer, de una vez por todas, es pensar en mí misma, tener por fin una vida que se pareciera un poco a lo que yo deseaba.

¿Y qué deseaba usted?, me preguntó el médico.

Se me hizo un nudo en la garganta, me entró la necesidad repentina de llorar. Le miré con los ojos llorosos pero no quise que me viera frágil, no quería que me tratara como a cualquiera de sus pacientes.

Ya no me acuerdo, le dije, no me acuerdo”.

martes, 21 de diciembre de 2010

FATIGA ZEN CON POSDATA


El solsticio de invierno obsequia desde las lentas horas
una lluvia que fragmenta el mundo en dos mitades:
los centros comerciales y, al otro lado, la tristeza.

(
Full moon, ojos verdes, ropa nueva:
un brote de luz en los trigales).

domingo, 12 de diciembre de 2010

AROMAS (Y OLORES)


Hace muchos años viví en el tercer piso de un edificio en cuya planta baja había una panificadora. Mi primer contacto con la realidad era el chute diario con el aroma del pan recién hecho que subía hasta la terraza en la que encendía el calentador cada mañana. Tras la ducha, el segundo aroma ya se había hecho con la tristeza nocturna de la casa: el café negrísimo, que nunca sabe tan bien como promete.

Me gusta el vino por la felicidad que me da meter la nariz en la copa. Me gustan un par de perfumes de mujer, seguramente por sus dueñas, que me gustan más aún. Me gusta asomarme a la terraza porque unos vecinos cocinan muy a menudo pollo al curry. Me gusta olfatear el mar muchos kilómetros antes de llegar. Me gusta el olor del lápiz mientras le saco punta. Y de las gomas Milán. Y de los libros nuevos. Y de la tierra mojada, claro. Me gusta el olor del fuego, del invierno cuando amenaza con su llegada inminente, del limón, de las especias, del whisky de malta, de ciertas zonas del cuerpo de una mujer que sólo un zafio patán confundiría entre sí.

No me gusta comprar la fruta o la carne envasadas porque huelen a plástico y a nada. Ni los hospitales, menos aún las consultas de los dentistas, ni los licores dulces, ni el mal aliento, ni la leche caliente. Aborrezco las mañanas en las que la ropa sigue oliendo a tabaco. A veces hasta los zapatos, una semana después, empujan hacia ti ese olor nauseabundo que impregna tanto las prendas que llevas. Odio entrar a un garito como un salmón fresco y salir como un salmón ahumado. Tengo ganas de ir a bares y restaurantes en los que no se fume. Ya sé que esto suena a prohibicionista. Es verdad que los no fumadores debimos hacer más esfuerzo cuando los bares pudieron elegir y acudir a ellos, pero es que hay una gran diferencia entre una pizzería con orégano en el aire y otra con Ducados en suspensión permanente e invasiva.

Recuerdo algún olor que me ha asaltado (a la nariz y al corazón), como el de la maleta que abrí al volver de Estambul. La cerré de inmediato, y así permaneció unas horas, consciente de que cuando sacase todo su contenido, sus aromas se mezclarían para siempre con el presente occidental.

La memoria tiene un aroma especial. A veces un olor nauseabundo. En todo caso, sospechoso. Los proyectos de futuro, por el contrario, siempre huelen bien.

viernes, 3 de diciembre de 2010

CINE INDEPENDIENTE

Queda muy bien eso de ver cine de autor en el cine-club, las pelis en versión original subtitulada, lo indie. Pero, a riesgo de que se me abalancen las hordas de puretas, voy a decir lo que pienso de verdad: estoy hasta los mismísimos de que me tomen la cabellera, de que se confunda independiente con malo y de que a cualquier experimento se le llame película.

Ancho me he quedado.

El año pasado vi La teta asustada. Dicen que era una buena película peruana; llegó a estar nominada a los Oscar, pero yo sólo vi una historia plana de desgracias contada por una actriz tan expresiva como una pared de ladrillo caravista. Eso sí, estaba financiada por la Generalitat catalana, será porque hablaban a veces en quechua, que es una lengua tan humillada y minoritzada como el catalán. Algunos, a la salida, ponían la típica cara de progre solidario que se topa con un producto genuino de la problemática indígena, fruto del capitalismo imperialista, bla, bla, bla. También vi Gerry, una ¿historia? en la que dos tipos se pierden en el desierto y se llaman gerry (algo así como capullo o gilipollas, según creo) el uno al otro mientras caminan y la cámara les acompaña en sus devaneos de metafísica ramplona y peripatética. Eso: patético y peripatético. Este año, una sobre (supuestamente) Bob Dylan, I`m not here, que soporté estoicamente durante una hora. Después me dijeron que era una película poliédrica. Es decir, a cachos, incomprensible, sin estructura, como sin montar o deconstruida. En otra, Canino, una tipa se destroza los dientes, otro liquida a un gato a machetazos y el chico se beneficia a la segurata mientras a ésta lo único que le gusta es que la hermanas del individuo le laman salva sea la parte. Apasionante como se ve. También vi una japonesa en la que, durante la primera media hora, la familia se cuenta banalidades mientras come.

Sí, ya sé, tengo una vena masoquista. Es posible. Lo cierto es que muy de vez en cuando aparece la joya. Y por eso voy. De esas pelis maravillosas hablaré otro día. Lo que quería decir hoy es que conviene restaurar el valor de los adjetivos, dejar de impostar la voz y comenzar a hablar verazmente: hay películas que son basura (basura independiente, eso sí). De paso, también hay que comenzar a decir que Woody Allen se dedica últimamente a filmar simplezas y poner la mano; y debemos dejar de mirar con admiración lo que no es admirable.

Casablanca fue un encargo, su director un artesano y la película pertenece a un gran estudio. Seguro que alguno de esos individuos tan cultos anteriormente citados no iría a verla bajo ningún concepto, pero se apuntaría rápidamente a la última sandez del finlandés de turno que rueda con actores coreanos y paquistaníes sobre el concepto de zen absoluto e incontaminado en la selva amazónica. Por supuesto, en versión original en esloveno con subtítulos en georgiano.