Salgo de casa por la mañana, camino del trabajo. Paso bajo
un cartel enorme en el que pone ATOV. ¿Será una empresa rusa? La “p” duplicada
me devuelve a la realidad. Lo miro desde el otro lado “Vota PP”.
Tengo que hacer un examen de Ética de 4º de ESO. El libro se
titula “Ciudadan@s”. Hoy me he puesto un jersey naranja. Soy joven, apuesto,
tengo un cuerpo serrano, escultural, de nadador, como Albert Rivera. Soy el
yerno ideal y futuro Presidente de… eso, dejémoslo, que nunca he faltado tantas veces al octavo
mandamiento.
Un tipo con barba (encaramado hace dos días a un banco, no
sé si eso es contrario al civismo) me mira y me pide que refrende su gestión:
nunca España ha estado tan bien. Me tiento la cartera. A su lado, un poco más
perroflauta pero menguante, otra persona
me dice que ellos sí pueden, o que podemos todos; ignoro si se trata de un
anuncio de laxante o de un concurso de solteros contra casados tirando de una
cuerda. Más allá, con impoluta camisa blanca, un individuo me ofrece la
solución a todos los problemas, esta vez sí; pero me gusta tanto su camisa que
no sé si viene a solucionar los problemas del país o los míos propios, porque a
mí la ropa no me queda así de bien.
Buscar a IU y a UPyD es como esos cuadros de hace unos años:
¿dónde está Wally?
Me gustaría que Savater sacase su escaño en el Senado, esa cámara
alta, tan alta que debe estar en el mundo platónico de las ideas, más allá de la comprensión de toda persona humana. Me hace gracia que
alguien pretenda pertenecer a una institución para demolerla. Muy wittgensteiniano todo. Busco encuestas sobre el Senado:
ni una. Muy importante, sí, muy alta.
Porque ha empezado la campaña electoral, queridos. Y es lo
que faltaba para acabar de angustiarme en esta prenavidad gélida. Esta misma
tarde me pongo en tratamiento: creo que los jamones están de oferta.