Hay una
serie de frases que dan autoridad a su emisor. Si alguien dice que todo va mal
es más escuchado que si dice que algo va bien. El que sostiene, ante cualquier
problema, qué él sí sabría qué hacer, parece tener más razón que el que dice
que no sabe o que ignora cómo se podría solucionar la dificultad, por universal
que sea.
Pero una
de las que más prestigio dan es ésta: “No tengo tiempo”. Quien la pronuncia es
investido de prestigio, con los ropajes del que de verdad es importante.
Alguien que no tiene tiempo es alguien muy ocupado en cosas imprescindibles con
personas muy relevantes en la sociedad.
Pero
aquel que dice tener tiempo libre despierta recelos y sospechas. Es un vago, un
diletante, un nini, un gorrón, un
improductivo… No es de provecho, no interesa.
Se nos
olvida que los antiguos ya nos advirtieron de que primero es el otium y que su negación es el negotium. Ah, pero casi hay que
disculparse si uno se levanta cuando ya es de día, si no está más de una hora
en un atasco o cogiendo varios trasportes antes de llegar a su trabajo, en el
que pasará al menos ocho horas, responderá a doscientos correos electrónicos,
descolgará no menos de cien veces el teléfono y, cuando llegue a casa de noche
otra vez, seguirá enganchado al móvil del trabajo o redactará el informe que no
ha podido terminar.
No tiene
tiempo. Es importante.
Mientras,
sus hijos crecen. El progenitor, y cada vez más la progenitora, se comunican
con ellos por whatsapp y dejan para
el finde el ejercicio de la
paternidad/maternidad. Y también se pospone para entonces el cuidado de la
relación de pareja, ésa para la que alguna vez hubo tiempo, algo de tiempo.
El día
tiene 24 horas. Hay necesidades que impone la biología (comer, dormir…). No
todos pueden elegir su trabajo, ni sus horarios, ni negarse a rellenar el vacío
vital del jefe que se realiza
imponiendo a sus subordinados jornadas del siglo XIX. Más de uno estaría
dispuesto a renunciar a parte de sus emolumentos y pagar por tener tiempo
libre. No es envidiable su situación.
Lo malo
es que hemos construido socialmente una ficción, al transformar la desgracia en
mérito: es mejor estar ocupado que disponer de tiempo. Cuántas personas se ríen
de los que leen a diario (“Yo no tengo tiempo”), de los hacen pinitos
literarios (“Yo no tengo tiempo”), de los que emplean una hora bailando o
haciendo punto de cruz (“Yo no tengo tiempo”), etc.
Probablemente
su frasecita sea una elaboración de eso que desde Freud llamamos mecanismos de
defensa. En realidad quieren decir que les gustaría trabajar menos, echarse una
siesta, leer un rato, ir al cine de vez en cuanto, disfrutar morosamente de las
artes amatorias o ver pasar las nubes. Les gustaría ser Cicerón cuando decía
que nunca estaba más ocupado que cuando estaba ocioso.
Pero no
tienen tiempo.