He visto mujeres cuya sonrisa disuelve el orbayu.
He cerrado los ojos para que nada perturbase la cadencia del pretérito indefinido, ese tiempo melancólico que niega las haches y apuntala dulcemente lo que ocurrió. Ese tiempo peculiar que esconde y revela, que no dice o que dice lo que ya no es, con recato, como un secreto mal guardado.
Me he detenido a medir el silencio con palabras. Qué inútil pasatiempo, qué delicia. Cómo impedir esa invasión, tanto exceso, esa despaciosa sucesión de praos y de montañas que desafían lo concebible.
Hace frío, el maíz se seca en los hórreos. En un limonero, sus frutos buscan el color que mejor armonice. Más allá de las bahías, alguien vive estos días lentos.
He cerrado los ojos para que nada perturbase la cadencia del pretérito indefinido, ese tiempo melancólico que niega las haches y apuntala dulcemente lo que ocurrió. Ese tiempo peculiar que esconde y revela, que no dice o que dice lo que ya no es, con recato, como un secreto mal guardado.
Me he detenido a medir el silencio con palabras. Qué inútil pasatiempo, qué delicia. Cómo impedir esa invasión, tanto exceso, esa despaciosa sucesión de praos y de montañas que desafían lo concebible.
Hace frío, el maíz se seca en los hórreos. En un limonero, sus frutos buscan el color que mejor armonice. Más allá de las bahías, alguien vive estos días lentos.
Quién soy, qué hago aquí, cómo entender.