Vistas de página en total

miércoles, 25 de marzo de 2020

EL REGRESO DEL CONOCIMIENTO

Resultado de imagen de antonio muñoz molina
No es un secreto mi afinidad con el escritor Antonio Muñoz Molina, tanto en narrativa como cuando escribe artículos de opinión.

Acabo de leer esta maravilla en el diario El País. De modo que, en lugar de escribir yo, que soy un plasta del conocimiento frente a las chorraditas de que todo es equivalente y respetable, ahí va el artículo:

Leed sus libros. Ninguno es menor.


Procedencia de la imagen:

lunes, 16 de marzo de 2020

LA COMPRA MÁS TRISTE


Resultado de imagen de compraLlegué al Lidl sobre las 13:30. Como tantas veces. Dudé si coger un carro o mejor dentro una cesta. Mientras lo pensaba en la puerta, el de seguridad me dijo, firme pero a cierta distancia, que me pusiera en la cola, a un metro al menos de la persona que me precedía. Fue como si alguien me hubiera dicho que iba en serio, que no son tonterías que dice la tele. Como soy obediente, lo hice, cuatro personas ante mí. Veo unos carteles que leo despacio: 20 clientes, no se pueden comprar más de dos unidades de lo básico, mejor pagar con tarjeta, respeten a los empleados y mantengan la distancia. Antes de entrar, hay que ponerse dos guantes. Los empleados llevan mascarilla.

Entro, no hay grupos. Hace poco me encontré allí a una compañera y nos dimos dos besos. Hace unos días y hace tanto… Camino despacio con mi cesta, solo, como los demás. Me paro y la mujer que va detrás se detiene lejos: hace lo que debe. Compro fruta, la última malla de dos quilos de naranjas, aunque a granel hay de sobra. Voy a por el pan, compro dos barras para no tener que salir mañana. Se me está acabando el papel higiénico. Hay en los estantes y compro un paquete normal: estampado, pero no hay liso. Me doy cuenta de que también yo evito la proximidad: estamos interiorizando la precaución y supongo que el miedo. Las miradas se rehúyen como si quisiéramos aumentar la distancia.

Compro una cerveza, pañuelos de papel, helado, unos zumos, patatas, queso. No encuentro el azúcar ni la panela. Pasan empleados con mascarilla y temo preguntar.

La música ambiental me resulta extraterrestre y la famosa que recomienda un aperitivo me chirría con estruendo.

Voy a la caja. Dos personas ante mí. Hay pegatinas en el suelo que indican la distancia de seguridad en varios idiomas. El de la caja es el de siempre, he bromeado con él a veces. Saco la tarjeta con dificultad (llevo guantes). Doy las gracias, intento que entienda que no es una palabra de cortesía sin más. Creo que balbuceo.

Salgo, subo en el coche y pienso que es la compra más triste. He hecho alcachofas y por primera vez no tenía ganas de comer.

martes, 3 de marzo de 2020

TRES PADRES DE CINE


Hace poco que murió Omero Antonutti. Fue un actor italiano, no muy conocido por aquí, pese a que participó en algunas películas españolas excelentes, como La verdad sobre el caso Savolta o, sobre todo, El Sur.

Esa misma tarde leí ese cuento largo del mismo título, escrito por Adelaida García Morales. Y pensé que me gustaba más el padre de la película que el padre del libro. A ambos les une la devastación, el dolor y la soledad. Pero el de la película es más próximo a su hija, tiene una bondad natural que no posee el del texto. Omero Antonutti le da una presencia, una mirada, que he visto pocas veces en el cine.

Mientras leía pensaba en otros padres que me han hecho asomar las lágrimas. Varios, pero sobre todo otros dos: Atticus Finch, por supuesto, y Agustín González en Las bicicletas son para el verano.

No insistiré mucho en el primero. Atticus es el padre perfecto, el padre que no sabe -ni quiere- ser madre, viudo y triste pero no desesperanzado, que da siempre la explicación correcta a sus hijos, sin minusvalorar su capacidad, con un sentido de la justicia que intenta que sus hijos aprendan. El padre que todos hubiéramos querido ser.

Agustín González es el tercero, en esa magnífica película de Fernando Fernán-Gómez, Las bicicletas son para el verano. Es el padre que tiene una familia demasiado grande en unos tiempos demasiado pequeños, que intenta mantener la serenidad, la coherencia y, como los demás, la bondad, en una España en guerra que se alimenta de odio más que de lentejas. Qué escena maravillosa cuando, al final, su hijo le dice que la guerra ha terminado y que llega la paz, y él responde que no ha llegado la paz sino la victoria.

Un padre no es sólo una figura de autoridad, un dios hecho carne, un dios de temor. Un padre no es la figura cuasi religiosa a la que se refería Freud. Un padre duda y se equivoca y entonces pide perdón.

Estos padres cinematográficos son amor, bondad y pedagogía. Lo que yo hubiera querido ser. Lo que quiero ser de mayor.



He aquí unas muestras/escenas:

https://www.youtube.com/watch?v=216iSDKurJY

https://www.youtube.com/watch?v=iP5spnSZ9QI

https://www.youtube.com/watch?v=QH4OjDrtRN4