Las relaciones humanas son complejas. Ninguna novedad.
Abandonado o al menos alejado el sendero del instinto, no tenemos
instrucciones, no hay nada que nos asegure cómo relacionarnos con los demás y,
sobre todo, cómo hacerlo bien.
Algunas de las cuentas de Facebook de amigos tienen chorrocientos
amigos, 20 veces los que tengo yo. La mayoría suelen tener unos 10-15 likes y… a veces uno o dos comentarios,
incluso ninguno. Cuando se trata de entradas menos personales (incluso íntimas),
menos aún. Es lo normal. Me sigue
asombrando esta pereza escribidora de
la gente. Sin embargo, parece lo habitual: casi nadie escribe unas líneas y
cuando lo hace suelen ser frases cortas y tópicas, pero darle un dedazo al
ratón es fácil, y con eso parece que
hay comunicación.
Algo es algo. No obstante, ese algo es poco algo.
Los que somos blogueros hacemos algo más que poner una foto
del lugar en el que abrevamos o la playa en la que nos tostamos (“Sufriendo”).
Como casi todo juntaletras sabe, escribir cuesta, las palabras no salen solas.
Pero aquí ni siquiera hay un “me gusta” que confirme al menos que alguien lo ha
leído y tiene una cierta proximidad con lo escrito; o, al contrario, que tiene
ganas de discutir con el autor.
Me asombra que muchos de mis amigos dicen leer lo que
escribo. Pero son muy pocos los que comentan, con los que intercambio argumentos.
Muy pocos. Algunos han abandonado no sólo el comentario, sino también la
lectura. Según parece, seguimos siendo amigos. Pues será. Pero me duele. Mucho
en algunos casos.
CrisC y yo hemos hablado a menudo del tema. Ampliándolo un
poco diré que toda relación humana, del tipo que sea, necesita reciprocidad,
cierta reciprocidad. No digo igualdad, que en rigor nunca existe, pero sí al
menos un cierto feed-back. Al igual
que ocurre en una pareja: no es cierto que los dos den lo mismo. Hay quien tira
de la relación, quien planifica viajes, programa cenas, organiza compras,
enciende velas y hornos para cenas románticas, preludia amor y relaciones
íntimas… Pero hay que responder, alimentar la relación. Mínimamente al menos. O
nos cansamos. No es posible que algo funcione si una de las partes se instala en
la pasividad, eso que ahora se llama malamente “zona de confort” (porque el
confort es otra cosa, algo distinto a un dejarse llevar).
Igual con los amigos. Hay quien llama, wasapea, organiza, planifica… Y hay quien no. Hay quien da excusas,
quien conjuga muy bien el aversi (a
ver si nos vemos, a ver si la semana próxima, a ver si encuentro tiempo…). Es
cierto que algunas personas son más activas que otras, pero quien nunca toma iniciativa, quien nunca tiene tiempo, quien se excusa una
y otra vez sin proponer alternativa… Está claro: es señal de adiós sin montar
el pollo, una relación que languidece civilizadamente.
En cualquiera de los dos casos nos movemos en un terreno
resbaladizo, de señales borrosas y fácil interpretación en un sentido o en el
contrario. Por eso precisamente hay que ser algo más preciso y activo.
Debemos tener en cuenta que hay algún que otro analfabeto (yo
mismo) en eso de leer señales correctamente. Por eso agradezco las llamadas,
los mensajes, las quedadas y el tiempo. Procuro hacerlo también. Sé que no
estoy libre de estos pecados sobre los que reflexiono; es más, tiendo a la
misantropía y entiendo que alguno de mis amigos esté un poco harto. Debo
mejorar esto.
Quien no tiene tiempo para ti es que no te quiere. No digo
esta tarde, mañana o la semana que viene: “quien no tiene tiempo”, quien
prioriza y prefiere otras obligaciones (la palabra no es casual).
Estas señales sí debemos leerlas bien. Es doloroso, pero al menos no se nos
queda la cara de gilipollas, como dijo en aquella descacharrante canción el
inolvidable Javier Krahe.
Nos cargamos a menudo con obligaciones que no son tales. Dejo
aparte la familia, ésos que dependen de nosotros. También el trabajo, al menos
el trabajo contratado, que también los hay que lo utilizan como narcótico. Yo
hablo de otra cosa. Hay personas con las que se hace imposible contactar porque
tienen tantas cosas que hacer que no
tienen más tiempo. Estudian arameo, van a senderismo, al club de lectura, a los
partidos de curling, a las reuniones del sindicato de escayolistas y a un
proyecto genial de podadores de nubes. Claro, no tienen tiempo. Y como digas
que tú si lo tienes te miran raro.
Otra variación es la de los que quedan funcionarialmente, una vez cada mes, una hora, de reloj, que no
dudan en mirar una y otra vez en el móvil. “Me tengo que ir”, dicen, por no
decir “Se acabó tu tiempo”. O añaden que tienen que madrugar, que quieren
pintar la casa antes de dormir o que empieza Anatomía de Grey.
Y entonces es cuando adquirimos consciencia del lugar que
ocupamos en su vida.
Porque si hay una cierta relación, la que sea, hay que nutrirla.
Como digo, con mínimos al menos: la reciprocidad no es igualdad y todos no
tenemos el mismo carácter.
Tengo ya unos años. Miro hacia atrás y veo cuántas
personas se quedaron por el camino. A muchas no las echo de menos. Casi nunca
he roto relaciones ruidosamente (dos o tres, que recuerde); muchas de esas
sombras del pasado están bien ahí: nos dimos cuenta de que los senderos se
bifurcaban y de que ya no teníamos nada que compartir. En otros casos -pocos-,
me arrepiento de haber sido la parte silenciosa o poco sabia. Me arrepiento
mucho. Y también me duele ese silencio de algunos (y algunas, casi siempre algunas),
que no quiero o no quise olvidar. Si es desidia, merecemos la separación; si es
simple pereza, también. Por eso que decía antes, por gilipollas.
Procedencia de las imágenes:
http://www.tusexosentido.com/2013/07/01/dialogo-de-reciprocidad/
https://www.taringa.net/posts/ciencia-educacion/15031997/Que-es-la-Misantropia.html