Hace unos años se puso en contacto conmigo una revista digital e iniciamos una colaboración que duró poco. Uno de los artículos que quedó en el tintero fue éste. Se trataba de escribir, como ya dice el título del post, sobre unos pocos libros bastantes desconocidos pero más que interesantes. Temo que les pareció muy largo, pero como en este blog el que decide soy yo (por eso tengo pocos lectores), lo publico tal como lo escribí entonces; eso sí, en tres entregas, para no aburrir demasiado al personal.
Vamos a ver, deberías leer… si quieres. Leer no es una obligación más allá de los imperativos laborales. En todo lo demás debe ser un placer; de lo contrario, mejor dedícate a contemplar la geometría balompédica o a regodearte con el español con cien palabras de las chonis y los canis de la tele.
Vamos a ver, deberías leer… si quieres. Leer no es una obligación más allá de los imperativos laborales. En todo lo demás debe ser un placer; de lo contrario, mejor dedícate a contemplar la geometría balompédica o a regodearte con el español con cien palabras de las chonis y los canis de la tele.
Además, siempre hay quien los ha leído, desde los tipos de “Babelia”
(siempre he sospechado que muchos de los libros de los que hablan, como ellos
mismos, no existen) hasta ese tiparraco que lo sabe todo, un tal Google (aunque
a veces ejerce de cuñao).
De lo que quiero escribir es de esos libros maravillosos cuyo autor es casi
desconocido o bien que lo es por otro título, ése del que todo el mundo dice
que es una obra maestra (otra cosa es que lo haya leído, que no creo que sean
legión los seguidores de Moby Dick o
de Crimen y castigo).
En cualquier caso, siendo miles los
títulos que se publican cada año, y siendo el tiempo limitado, el criterio
elemental es leer algo que valga la pena. Entretenido, sí, pero de calidad, gustoso, nutritivo.
La principal obra de Primo Levi
es Si esto es un hombre, muy conocida y de obligada lectura en media
Europa, que cuenta su experiencia en Auschwitz y, de paso, reflexiona sobre la
condición humana. Si alguien no la ha leído aún, que se ponga con ella de
inmediato. Una vez terminada, suele continuarse con las otras dos que le
siguen: La tregua y Los hundidos y los salvados. Tras poner fin a
esta última se suicidó en su domicilio turinés.
Pero no fue lo único que
escribió Levi, el joven químico italiano vagamente judío. Su obra es más
amplia. A El sistema periódico le perjudica su título. Parece un tratado
de ciencia y es un conjunto de relatos, algunos autobiográficos y otros pura
ficción. Los distintos elementos del sistema periódico son el
hilo conductor de las historias, qué singularidad, pero cada uno de los textos
tiene una relación directa con el elemento que le da nombre. Creo que es
especialmente recomendable y emotiva la narración en la que Levi escribe a
Alemania por un pedido de la empresa en la que está empleado y su destinatario
resulta ser el oficial nazi, químico también, en cuyo laboratorio estuvo
trabajando Levi en el campo, salvándose de una muerte segura por frío o por
hambre. Se reconocen y se recuerdan, quedan en verse. Y entonces… Entonces hay
que leer el libro.
Vita brevis
Cuando Jostein Gaarder comenzó a enviar su monumental El mundo de Sofía a las editoriales, no adivinaba que se iba a convertir en un raro fenómeno literario. A mí personalmente no me acaba. Sin embargo, hay un relato de apenas 130 páginas y letra muy grande que es una delicia. Se trata de Vita brevis, una confesión novelada de la concubina de Agustín Aurelio, que después será conocido como San Agustín de Hipona. No es un libro de filosofía, ni de teología, que nadie tema. Es una de estas joyas que se leen de un tirón, que no son para todos, pero que uno agradece haber leído porque ni es de difícil lectura ni es para eruditos. Una pena, es de esos títulos ensombrecidos por un éxito de ventas. Es de esas maravillas que hablan de algo muy concreto pero que parecen dirigirse a todos porque hablan de temas universales: el amor y el desamor, la soledad, el sentido de la existencia… Sólo hay que atreverse y tal vez entendamos que estas palabras son para nosotros: “¿O acaso piensas que tus ojos o tus oídos son una creación divina superior a tu sexo? ¿Piensas en verdad que algunas partes del cuerpo son menos dignas ante Dios que otras?”.
Cuando Jostein Gaarder comenzó a enviar su monumental El mundo de Sofía a las editoriales, no adivinaba que se iba a convertir en un raro fenómeno literario. A mí personalmente no me acaba. Sin embargo, hay un relato de apenas 130 páginas y letra muy grande que es una delicia. Se trata de Vita brevis, una confesión novelada de la concubina de Agustín Aurelio, que después será conocido como San Agustín de Hipona. No es un libro de filosofía, ni de teología, que nadie tema. Es una de estas joyas que se leen de un tirón, que no son para todos, pero que uno agradece haber leído porque ni es de difícil lectura ni es para eruditos. Una pena, es de esos títulos ensombrecidos por un éxito de ventas. Es de esas maravillas que hablan de algo muy concreto pero que parecen dirigirse a todos porque hablan de temas universales: el amor y el desamor, la soledad, el sentido de la existencia… Sólo hay que atreverse y tal vez entendamos que estas palabras son para nosotros: “¿O acaso piensas que tus ojos o tus oídos son una creación divina superior a tu sexo? ¿Piensas en verdad que algunas partes del cuerpo son menos dignas ante Dios que otras?”.
¿Cuántas veces hemos oído lo de la tolerancia y demás cháchara bienpensante
de personas que no conocen de la tolerancia más que sus letras? El escritor
vienés Stefan Zweig escribió esta rareza, a medio camino entre la biografía, la
novela y el ensayo, en la que se cuenta la oposición del humanista y profesor
Sebastian Castelio frente al fundamentalista Juan Calvino, allá por el siglo
XVI, cuando la versión más teocrática del protestantismo se hizo dueña de
Ginebra para prohibir, prohibir y prohibir; eso sí, en nombre de Dios. Allí
llegó el aragonés Miguel Servet, que fue de inmediato enviado a la trena y
acusado de todo tipo de impiedades. Sólo Castelio le defendió, únicamente él se
atrevió a no guardar silencio cómplice. Y también pagó su atrevimiento: los
fanáticos no hacen prisioneros. Todos aquellos que hayan oído hablar a sus
profesores de Historia y de Filosofía del concepto de tolerancia, de Voltaire y
de Locke, no deben dejar de leerlo. Nadie lo ha contado como Zweig, Castelio
casi inventó la palabra ‘tolerancia’; por eso sabemos hoy que se puede ser
tolerante con todo…, salvo con los intolerantes. Porque, como dice el libro, "matar a un
hombre no será nunca defender una doctrina, será siempre matar a un
hombre".
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