He leído hace poco un
libro titulado Maldito Karma, regalo
de una persona a la que quiero. Magnífico obsequio, porque el estrés de final de
trimestre exigía una lectura como ésta.
Nadie debe esperar gran literatura, cumbres de la lírica y cosas así. No va de eso. David Safier hace una narración
descacharrante que provoca unas pocas horas de diversión pura, a la altura de Wilt, al menos por la cantidad de risas cosechadas.
La cosa va de esto: una presentadora de televisión de éxito
muere a causa de un accidente que haría las delicias de Kafka y Valle-Inclán. Y como
no ha sido buena (que dirían los cristianos), no va al cielo. Pero no tienen
razón los cristianos, sino quienes creen en la reencarnación de las almas. Se
le aparece un Buda transmutado en bicho que le indica que no ha acumulado buen
karma, por lo que debe reencarnarse en lo más rastrero: una hormiga. De manera
que la pobre Kim Lange (la presentadora muerta) va ascendiendo y descendiendo
en la escala de las dignidades animales, acompañada de Casanova, desterrado
también a la conquista del karma.
Me perdonarán los puretas por leer estas cosas. O que no me
perdonen, me da absolutamente igual: no sólo de Borges vive el lector. Me
perdonarán también todos los creyentes por leer esta parodia del budismo más
ridículo. Confieso, así entre nosotros, que el orientalismo me pone poco. No
porque me parezca una idiotez (no más que cualquier otra religión o cosmovisión),
sino porque está en las antípodas de la cultura que yo conozco y mis intereses
son otros. Pero que tampoco crea nadie
que eso de la resurrección de las almas (o los cuerpos), la vida eterna, el
juicio final y todo eso me sulibella.
Que no.
Además, estas modas orientalistas me parecen bastante
acríticas: rechazar la religión de nuestra tradición para abrazar otra de la
que no se sabe nada, no deja de ser otra postura religiosa. Sé muy poco de eso,
casi nada, pero me encuentro con apóstoles de cualquier clase de espiritualismo
orientalista que saben menos aún. Y eso sí que no: respeto el que se quiera,
pero que me dejen en paz con mis dudas, que no las cambio por la falsa
seguridad del converso. Aprenderemos todo lo que haya que aprender,
contrastaremos, vale, pero no cambiemos el etnocentrismo por el romanticismo cultural.
A raíz de esta lectura me he acordado de la desmadrada e
irónica canción de Eurovisión de Italia: “Occidentalis karma”. Cada vez que la
escucho me divierte más. Y ahora, mientras escribo estas líneas, estoy
tarareando aquella otra que de Javier Krahe: “El cromosoma”. Ahí van, hoy que
no es fiesta religiosa de guardar, para que nadie se ofenda. Porque ésa es
otra: yo no tengo que ofenderme cuando oigo tonterías, pero muchos creyentes
tienen la piel de un fino…