Oí decir a una amiga hace poco que, en cuanto un individuo le escribía un mensaje con faltas de ortografía, se le pasaban las ganas de verlo y aumentaban los deseos de mandarlo a escaparrar.
Digo esto porque a mí
me pasa algo parecido. No con los hombres, sino con la ortografía. Suele ésta definirse
como la “parte de la gramática, que enseña a escribir correctamente” (Julio
Casares: Diccionario ideológico de la
lengua española), o como “conjunto de normas que
regulan la escritura de una lengua” e incluso como “forma correcta de escribir
respetando las normas” (DRAE).
No es, creo, un corsé que impida respirar, sino un conjunto de herramientas
(más que normas) que permiten escribir con claridad y comunicar a los demás;
esto es, unos mínimos. Pasarlos por alto no transmite más, sino menos y peor.
Se repite el lugar
común de que los nuevos medios electrónicos han incrementado la incorrección al
escribir, como si fueran ellos y no los que los usan los causantes. Pero lo
cierto es que, para muchos, parece que vale todo: los acentos quedan abolidos;
las comas no existen o están dejadas caer; los puntos tanto da que sean dos,
tres o cuatro; el punto y coma… ¿qué es eso? El sino se transforma en
si no, el porque en por qué, o en pq o en xp... Las chicas son xicas.
La tristeza no se expresa con palabras: se emoticoniza
(L). Los signos de interrogación y exclamación se omiten al comienzo de la frase, los
participios pasados son pasaos (por
la guillotina, o sea, la giyotina, osea, oshea). I si bamos a blnzia
ste find?, dice él desde wada
(que antes era Guadalajara) o desde abct
(la Nueva York de La Mancha). Y claro, ni
flowers ke no me pones xaba, que quien empieza descuidando la ortografía
acaba olvidando los kndns en casa,
qué más da poner que no poner. Osea.
Ni te digo cuando
pasamos a la conversación, ¡qué temas!: el partido del siglo y poco más que
rascar. Cine el justo, yanqui y palomitero, comedia romántica todo lo más,
subtitulada en lacrimoso. Y si hablamos de libros… los hay que presumen de no
haber leído nunca uno; eso sí, tienen en el ordenador un fichero con más de
50.000 y un e-book que no usan nunca never jamais.
Muchos de esos
elementos con apariencia humana han pasado por la universidad (otra cosa es que
la universidad haya pasado por ellos). Miles de universitarios españoles no
leen (excepción hecha de la crónica del partido de su equipo y del horóscopo);
y no hablo de los mal llamados “de ciencias”, lo que es grave, sino de los “de
letras”, lo que es gravísimo. De letras lo único que tienen muchos es la sopa o
los plazos del coche. Conocen más a Belén Esteban que a García Márquez; Saramago
no les suena, igual es el nuevo modelo de móvil taiwanés; Sampedro es el segurata del cielo o un lugar donde vive
el Papa Paco; Günter Grass… ¿el portero del Bayern de Munich?
El nivel cultural del
país es lamentable, pero el deseo de aumentarlo es inexistente y esto es lo
peor. La democracia igualitarista en este asunto es tan estúpida como peligrosa:
todo sirve, todos tienen derecho a expresarse, todo tiene gran valor porque es
lo que uno siente, las simplezas se presentan con solemnidad, la estulticia se
exhibe con orgullo…
Coincido, pues con mi
amiga: a mí tampoco me ponen tales dislates, peores que una sobredosis de
bromuro. Prefiero que me digan las cosas despacio, con sus comas, con sus
puntos suspensivos, con sus acentos, con sus subordinadas, con las bes y la
uves, con las haches bien puestas (incluso intercaladas). Si es posible en
susurros, pero con su sujeto y su predicado.
Y si hay que quitar
algo, que sea la ropa y no las palabras…