El miércoles vi por enésima vez El nombre de la rosa. Me volvió a hacer cierta gracia (no sé aún si es homenaje o banalización) que el malo sea Jorge de Burgos, o sea, Jorge Luis Borges, que se come con desesperación los libros antes de que la Biblioteca se queme. Mientras veía la película recordé que en el juego de la oca hay también un laberinto, que te manda al 30, y un pozo.
Y, que nadie me pregunte por qué, pensé que el laberinto representa
el síndrome de ansiedad, mientras que el pozo es la depresión, hondísimo y sin
escalera para escapar. Vivimos en un laberinto sentimental, como tituló
acertadamente José Antonio Marina uno de sus mejores libros. No tenemos brújula
ni mapa, pero al menos podemos caminar. Del pozo no es fácil salir.
Y recordé también el final del cuento de Borges “La casa de
Asterión”: “¿Lo creerás, Ariadna? –dijo Teseo-. El Minotauro apenas se defendió”.
Y también me vino a la cabeza un poema de Enrique Badosa (“Labrys”) incluido en
Mapa de Grecia, que termina así: “Es
tan de soledad el laberinto, / que quisieras encontrar al Minotauro”.