El nuevo bibliotecario del instituto en el que trabajo
está elaborando con un entusiasmo que le honra una hoja quincenal (especie de
periódico mural) que anime la vida cultural en el centro. Una de las secciones
se llama “Mi libro favorito”. Como dudo de la colaboración de mis compañeros,
me he ofrecido a ser el primero. Éste es el texto que le he mandado.
Esto…
¿favorito? Unos cuantos volúmenes levantan la mano y solicitan la elección. Escojo
cuatro autores: Albert Camus, George Orwell, Stefan Zweig, Primo Levi. Son los
que me acompañan siempre, aquellos en cuya prosa encuentro belleza y verdad.
Qué difícil disyuntiva: la intensidad árida y desasosegadora de El extranjero; la lucha que se da -aunque
se sabe perdida- de La peste; el
inquietante mundo futuro, tan presente, de 1984;
el desconocido Castellio frente al fanatismo en Castellio contra Calvino; el combate para no perder la dignidad
humana en Auschwitz de Si esto es un
hombre…
Me
detengo finalmente en Rebelión en la
granja (Animal Farm, 1945);
algunos ignorantes creen que es un cuento para niños y adolescentes y otros más
ignorantes aún que (sólo) es una metáfora del totalitarismo estalinista. La
releo: qué actual me parece. Los que luchan contra el poder renuevan las
conductas que combatían cuando lo obtienen. Y, sobre todo, repiten y repiten
letanías que buscan ser verdaderas a fuerza de que la gente oiga eso,
únicamente eso. Es la mentira que se disfraza de verdad, es el colaboracionismo
culpable; es la manipulación informativa, consentida por tantos. Rebelión en la granja habla también de
la renuncia a la libertad, del conformismo, del silencio cómplice.
Mucha
gente no leyó a tiempo Rebelión en la
granja. Demasiada.