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martes, 22 de junio de 2021
BACH UNA MAÑANA DE MARTES
jueves, 10 de junio de 2021
PLACERES BÁSICOS
Debe ser porque se aproximan las vacaciones y mi cabeza está de mudanza: se van las obligaciones, el papeleo, los horarios… Quedan tres semanas.
El sábado suelo despertarme a la misma indecente hora de ir a
trabajar. Me siento en la cama, me pongo a leer y dejo que el frescor de la
mañana entre dulcemente. Tras un buen rato de lectura perezosa, hago un zumo natural
y me sigue sorprendiendo su intenso sabor, tan ajeno a esos envasados que suelo
tomar rápidamente a diario. Noto que en el silencio me produce un extraño
placer el sonido del cuchillo atravesando el pan que voy a tostar con la
intermediación de la mantequilla y la mermelada.
Tengo ganas de dedicar todo el día a disfrutar de esos
placeres básicos, sensitivos.
He comprado unos auriculares inalámbricos para ver películas
por la noche desde la terraza sin molestar a los vecinos. Me encanta disfrutar
de las sutilezas de una magnífica serie o película, me relamo pensando en las
noches que me esperan.
Hace poco me acerqué a Mercadona. La zona de frutas y
verduras me expulsó: no olía a nada, absolutamente a nada. Pero cuando huía de
allí me asaltó a la pituitaria el inequívoco aroma a jamón recién cortado. Algo
que huele así de bien no puede estar malo. Pedí unas lonchas y hablé con el empleado
sobre los olores de la comida y le dije que me había cruzado con algunas
personas cuya compañía no hubiera soportado mucho tiempo: a suciedad antigua, a
ropa que no se lava apenas. Creo que el de lo alto me ha dado cierta
sensibilidad olfativa, aunque que me va privando año tras año de audición y
agudeza visual. Pero ser fino de nariz no es siempre agradable.
Por la noche suelo dar un agradable paseo por la zona más
fresca de la ciudad en la que vivo. Después, en la cama, sábanas limpias y
pijamas menos sustanciosos. Recuerdo algo que me ocurrió hace… ejem, muchos
años. Estaba haciendo la mili, una semana durmiendo al raso, bajo el intenso
frío en invierno y otra con un asfixiante calor en verano, con muy poca agua y
nada de higiene persona. El saco de dormir debía tener mugre de la primera
guerra carlista. Una noche en el monte pensé que no apreciamos el tacto
maravilloso del algodón de las sábanas. Lo que eché de menos aquellas noches no
fue la temperatura adecuada, sino el tacto de la tela y los sonidos arrancados
cuando mi cuerpo aprovecha su contacto. Me propuse dar importancia a algo tan básico
como su textura, su olor a limpio. Me sigue pareciendo algo maravilloso.
Estos días pienso mucho en esos placeres básicos: en el
silencio de la mañana cuando me asomo y ni siquiera el viento mece las copas de
los árboles. En el silencio nocturno que solo interrumpe el croar de unas ranas
que habitan en un canal próximo a mi casa.
Echo de menos la compañía y la conversación con algunas
personas. Palabras y sorbos reposados, lentitud, sonrisas, palabras
inteligentes. Antes de la pandemia comía con unos compañeros una vez al mes. Comidas
alegres. Echamos de menos a R, un tipo bueno, grandón, alegre como pocos, que
se pasaba de la raya en lo que se refiere a comida y a su contundencia en
grasas y colesteroles varios. Nos regaló su amistad, su buen hacer profesional,
su bondad y su ímpetu vital antes de dejarnos para siempre. Todos recordamos
que, en el tanatorio, la familia puso un ataúd sin símbolos religiosos y encima
una foto suya con su inmensa sonrisa algo sarcástica. Parecía que nos estaba
diciendo: venga, vamos a tomar un vino, qué hacemos aquí. Lo recordamos como
creo que hay que recordar a las personas que hemos querido: presidiendo mesa,
brindando por él y riéndonos. Pero mucho.
Llevamos más de un año de pandemia. Más que nunca, echamos de
menos esos placeres básicos. Los más importantes.
Procedencia de la imagen:
https://www.latercera.com/paula/la-biologia-del-placer/