A Madame Olenska le gusta mojarme la oreja con este escritor. Sostiene que es un comelimones, una inyección de amargura y el tipo ideal para no salir con él de marcha. Se equivoca, claro. Y, además de esa cena que le pagaré para explicárselo, le he prometido indagar en sus libros para buscar la justificación de lo que pienso.
La clave, lo que quiero explicar con estas frases, es que no hay que confundir la alegría con ser un iluso. Alegre es el que se hace cargo de su vida sin narcóticos, el que mira cara a cara a la verdad, el que es consciente de que no hay más, pero también de que la respuesta no puede ser el nihilismo, ni el todo vale, ni el suicidio. Alegre es el que no se conforma, el que inventa, el que crea. No el que se pone una máscara encima de otra, no el que busca mensajes de consuelo que son pura mendacidad (y también mendicidad), no el que nutre de ideología a las arterias del cerebro, sino el artista, el que desafía, el que cree que algo mejor es posible. Y todo esto, contra los hechos, la Historia y los prejuicios.
Ahí van unos extractos de los libros de Camus. Que cada cual juzgue:
“La rebeldía nace del espectáculo de la sinrazón, ante una condición injusta e incomprensible. Pero su impulso ciego reivindica el orden en medio del caos y la unidad en el corazón mismo de lo que huye o desaparece. (…) Su preocupación es transformar” (El hombre rebelde, p. 17).
"Los hombres de mi generación han visto demasiadas cosas para imaginar que el mundo de hoy pueda parecerse a una biblioteca de novelas rosa. Saben que existen las cárceles y las ejecuciones al amanecer; saben que a veces se mata la inocencia y puede triunfar la mentira. Pero eso no es desesperación. Eso es lucidez. ¡La verdadera desesperación es totalmente ciega! La verdadera desesperación es la que consiente el odio, la violencia y el crimen. Yo nunca he cedido a ese tipo de desesperación” (Fragmento de una entrevista en Radio Argel, realizada por Emmanuel Roblès en noviembre de 1947; recogido por el mismo autor en su libro: Camus, hermano de sol, pp. 108-109).
“Desde el momento en que se le reconoce, el absurdo se convierte en una pasión, en la más desgarradora de todas. Pero toda la cuestión consiste en saber si uno puede vivir con sus pasiones, en saber si se puede aceptar su ley profunda que es la de quemar el corazón que al mismo tiempo exaltan” (El mito de Sísifo, p. 37).
“Seguro de su libertad a plazo, de su rebelión sin porvenir y de su conciencia perecedera, prosigue su aventura en el tiempo de la vida” (El mito de Sísifo, p. 91).
“La clarividencia que debía constituir su tormento consuma al mismo tiempo su victoria. No hay destino que no se venza con el desprecio. (…) Toda la alegría de Sísifo consiste en eso. Su destino le pertenece. Su roca es su cosa. El esfuerzo mismo para llegar a las cimas basta para llenar un corazón de hombre. Hay que imaginarse a Sísifo dichoso” (El mito de Sísifo, pp. 160-162).
“Rieux decidió redactar la narración (…) para decir simplemente algo que se aprende en medio de las plagas: que hay en los hombres más cosas dignas de admiración que de desprecio” (La peste, p. 234)
“Por mi parte nunca dejé de luchar contra este deshonor y no odio sino a los crueles. En medio del más negro de nuestro nihilismo, sólo busqué razones que permitieran superarlo. Y no hice esto (…) por virtud ni por rara elevación del alma, sino por una fidelidad instintiva a una luz en la cual nací y en la cual, desde hace millares de años, los hombres aprendieron a celebrar la vida hasta en el sufrimiento” (El verano, p. 37).
“…la rebeldía, cuando desemboca en la destrucción, es ilógica. Reclamando la unidad de la condición humana, es fuerza de vida, no de muerte. Su lógica profunda no es la de la destrucción; es la de la creación” (El hombre rebelde, p. 331).