Confieso que me interesa el tema, aunque no he pensado
suficientemente en ello. Una cosa es lo que dicen las leyes y otra ese
sentimiento, no siempre grato. Creo que avanzamos hacia unas fronteras cada vez
más borrosas entre el asunto de la pertenencia y los papeles que indican otra
cosa, pese al esfuerzo de todo tipo de nacionalismos y patriotismos más o menos
identitarios que, se pongan como se pongan, definen qué es y qué no
es, es decir, quién es y quién no es.
Los que trabajamos todos los días con alumnos de diversas
procedencias sabemos que hay dificultades idiomáticas enormes. Las culturales
también existen, aunque menos de lo que la gente cree. Lo hablaba el otro día en
un grupo de la ESO y un alumno proclamó que él era chino, pese a haber nacido
aquí. Le respondió otro diciendo que, aunque sus padres eran de Marruecos, él
era español y se sentía español. Otra estudiante de un país latinoamericano
añadió que era una suerte estar en España porque en su país la educación es muy
mala o es para ricos. Recordé también a un antiguo alumno de familia musulmana
al que pregunté algo del Corán, que yo ignoraba, y me respondió que no
tenía ni idea. Me hice el escandalizado y me respondió que ya se lo dice su
abuelo, que es muy mal musulmán. Y añadió: yo en realidad me siento español,
todo lo más rifeño.
También estoy recordando a M., el mejor alumno que he tenido nunca, un rumano que apenas hablaba español en septiembre y que bordó ese curso y todos los demás. Ahora es profesor en la universidad. No sigo porque llenaría páginas de nombres extranjeros: muchos, muchísimos, excelentes; otros no tanto. O sea, como los españoles.
Viene todo esto a cuenta de un libro que estoy leyendo de Antonio Muñoz Molina, Un andar solitario entre la gente, en el que aborda la cuestión, aunque en otro contexto, y del que extraigo un fragmento:
“Por entonces yo imaginaba que la extranjería se iría atenuando con el tiempo. Ahora había aprendido que era una condición incurable. (…) Cada extranjería es distinta e la de al lado y no disoluble en ella. Lazos de religión o de identidad patriótica la remedian o la amortiguan en algunos casos; la remedian no porque favorezcan la adaptación de las personas a este mundo de aquí, sino porque les ahorran la necesidad de hacerlo. Viven físicamente aquí pero donde viven de verdad es en el mundo que dejaron atrás y han podido reconstruir hasta cierto punto con la ayuda de sus correligionarios o de sus compatriotas” (p. 388).
Por cierto, hoy es 25 de abril, el día de la Revolución de
los claveles en Portugal, ese país en el que no puedo sentirme extranjero.
https://www.youtube.com/watch?v=OvjPrAP7RDw
Procedencia de las imágenes:
https://miradordeatarfe.es/?p=23678